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Eva Cruz: "Quería demostrar el dolor de romper una amistad"

La escritora tenerifeña debuta con 'Veinte años de Sol', un libro en el que profundiza en el importante papel que tiene nuestra memoria en las relaciones amorosas y de amistad

La periodista Eva Cruz en Madrid.

La periodista Eva Cruz en Madrid. / Alba Vigaray

Carmela García Prieto

Eva Cruz, habitante de Madrid, buscaba la nobleza en su escritura y la ha encontrado. Es doctora en filología inglesa, traductora y guionista en radio y televisión. Después de varios años postergando su vocación de escritora, ha publicado su primera novela'Veinte años de Sol' (Alianza de novelas, 2022). En ella, narra con un estilo cercano y elemental la trenza de relaciones entre los demás, los recuerdos y uno mismo.

La historia de la hija de un rico empresario, su mejor amiga y su gran amor, que arranca con la destrucción de la Pagoda de Fisac y con un desprendimiento de retina, es atravesada por la pandemia e, inevitablemente, por la madurez de los cuatro personajes. En esta ficción que nos hace reflexionar sobre la importancia de la memoria, a veces prescindible, Eva ha sabido cuestionar con pragmatismo algo tan férreo como la amistad, enfrentando a sus lectores con un golpe de realidad.

¿Qué tiene que pasar para decidirse a escribir una novela?

Yo siempre había querido escribir, pero fui muy precoz. En la carrera, me interesé por la literatura antigua, y me entró una crisis de confianza que me duró treinta años. El deseo de escribir tenía un punto hasta inmoral. Que escriba la gente que tiene algo que contar, pensaba. Estuve totalmente ágrafa veinte años pero, el runrún seguía ahí.

Hace tres veranos, conseguí salir a correr todos los días. Todos. Me sentí tan orgullosa que pensé que también podría escribir. Al final es lo mismo, ponerse. Manuel Martín-Loeches, el catedrático de psicobiología, me habló de los implantes cerebrales, y me pareció una trama genial. Empecé con el desprendimiento de retina. Como lo viví, quería que estuviera, pero que le pasara a alguien muy distinto a mí.

La pandemia, el desprendimiento, son solo escenarios pero, gracias a ellos, llegamos a lo indispensable, a los valores.

La pandemia nos enseñó que es importantísimo tener una buena relación con uno mismo. Caerse más o menos bien, tolerar la soledad, tener formas de entretenerte. A muchos nos reconcilió con la rutina. Tienes que tener una rutina que te resulte agradable, creativa, acogedora. La vida puede ser mucho más sencilla.

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Uno de los pilares más importantes de la protagonista es su hijo Joaquín. ¿Los niños nos hacen mejores personas?

Sin duda. Aprendes paciencia, empatía, te dan una sensación de responsabilidad. Cuando nace un niño piensas: soy su madre. Tendrá otras personas, pero tú vas a ser un pilar siempre. Mi hijo era muy mimoso de bebé y, cuando peor se portaba, era porque yo me despistaba, o no estaba de buen humor. Tienes que replegarte todo el tiempo por él, les afecta mucho como estés tú. Entonces, acabas siendo mejor. Durante el embarazo piensas que, después, volverás a ser la misma, pero incluso cuando el niño se hace mayor y ya pasa de ti, no recuperas ciertas cosas.

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Pero Sol no tiene madre.

Claro, Sol tiene una carencia afectiva grande, y por eso Matilde es fundamental, pero Matilde no es su madre. Necesita tanto a la gente que la rodea, es tan dependiente, porque está marcada por esa inseguridad.

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En la historia ha profundizado mucho en la relación de amistad entre mujeres.

Me parecía que había muchísimo que contar sobre la amistad femenina, son relaciones muy intensas. Cuando te haces mayor, maduras e intentas evitar el drama, pero son crisis que te rompen, porque te cuentas la vida con tus amigas, te acompañan, te conocen. Romper con una amiga es devastador, duele mucho y, además, te culpas.

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Los problemas vienen de las inseguridades que se vuelcan sobre la propia relación.

Sí, y las exigencias. Tienes una relación muy simbiótica hasta que ya no eres la misma persona y te lo reprochan, o tú a ellas. Que algunas amistades se acaben no las invalida, no quiere decir que no fueran buenas, importantes y que tú le tengas afecto, pero hay amistades que se toxifican y es bueno romper, no pasa nada. No es culpa de nadie.

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Eso es importante, detoxificar.

Tengo dos deseos igual de fuertes, estar más delgada y más guapa y, no preocuparme por estarlo. No sé cuál es más fuerte. Las relaciones de las mujeres se ven afectadas por la que tienen consigo mismas. Sol ha engordado, y le preocupa porque está casada con un hombre muy guapo. Me parecía importante en la imagen que ella tiene de sí misma que se reflejara eso. Matilde es muy fuerte, segura y aparece ese reproche que es una constante en algunas amistades: te has echado a perder, ya no te arreglas... Eso empieza a crear una distancia, una cuña.

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Una distancia que aparece con la edad. ¿Qué es lo mejor y lo peor de hacerse mayor?

Yo he sido mucho más feliz a partir de los cuarenta que antes. Incomparablemente. Con veinte, veinticinco, treinta, me levantaba pasando vergüenza por cosas que había dicho o hecho. No me sentía bien, no conseguía mis metas, no sabía ni cuales eran. La edad te va colocando, te reconcilia con cosas que haces bien y con cosas que nunca harás bien. Aprendes cuál es tu sitio y, sobre todo, que no tienes que ocuparlos todos. La edad me ha traído más tranquilidad y seguridad. Lo peor, es que el cuerpo no te responde como antes. Pierdes capacidad para madrugar, pierdes lozanía, ganas kilos.

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En el proceso de madurar, a veces hay puntos de inflexión. ¿A qué se parece el miedo a perder la vista?

Lo que más miedo me daba era no ver a Oliver, mi hijo, nunca más. No poder leer era jodido, pero me aficioné a los audiolibros. Me consolaba pensar que iba a seguir teniendo vida intelectual. También que confiaba en los médicos, en no quedarme ciega del todo. Lo que no me esperaba fue el desprendimiento del otro ojo. De pronto entiendes a la gente con discapacidad. Pensé que iba a tener que asumir, ir a la ONCE, aprender braille. Como una segunda parte de mi vida. Afortunadamente, ahora no uso ni gafas.

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Ese miedo se queda, como un recuerdo implantado. ¿Se puede jugar con la memoria?

La memoria me parece un temazo. La memoria sentimental, poder desactivar esos recuerdos encallados. Las cosas que me daban vergüenza de jovencita eran tonterías, guardamos cosas que a nadie le importan. Es algo muy narcisista, piensas en cuando  hiciste el ridículo. Ayuda contarlo, cuando lo repites varias veces, ya no tienes el recuerdo, tienes el recuerdo de haberlo contado.

Cuando volví del Erasmus en Inglaterra, me sentía descolocada en mi vida anterior y un poco sola. Una noche hice el ejercicio de acordarme del camino de la residencia a la universidad con todo el detalle, y fue casi místico, me di cuenta de la potencia que tienen los recuerdos.

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Ella busca la armonía, estar tranquila. ¿Es lo que buscamos todos?

Hay mucha gente que no busca la armonía, que está todo el día de broncas pero, cuando lo tienes, lo agradeces mucho. Yo soy una persona especialmente reacia a la confrontación y al conflicto, así que ese deseo lo entiendo muy bien.

¿Qué pilares deberían sostener una buena relación?

El respeto a cómo es la otra persona. Asumir que es así y que eso te encaje a ti, claro. La coincidencia de intereses... y el humor. Esa complicidad de reírte con la otra persona. Aunque, como dije, no creo que todas las relaciones tengan que ser durables. Algunas aportan algo en un cierto momento, pero somos muy longevos últimamente, no hay que obsesionarse con que las cosas sean para siempre.

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Ese sería el consejo para una Eva de dieciséis años

Sería: no te vayas a Salamanca, estudia en la Complutense. Y no tengas tantos novios, que luego los tienes que dejar.

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¿Vendrán más novelas?

Creo que sí. Tengo una historia, y un tema, pero estoy dándole vueltas a la estructura, no la sé escribir aún. Lo que más me preocupa, es que no se parezca. Voy a tener que correr este verano para escribirla el invierno que viene.