Arte

Las pinturas más antiguas del Prado 'decoraron' un pajar y estuvieron a punto de ser engullidas por un embalse

Las pinturas murales de la ermita de Vera Cruz de Maderuelo, del siglo XII, pasaron décadas en el olvido; la capilla fue a principios del siglo XX un pajar

Un visitante del Museo del Prado observa las pinturas murales de la ermita de Vera Cruz, que datan del siglo XII.

Un visitante del Museo del Prado observa las pinturas murales de la ermita de Vera Cruz, que datan del siglo XII. / Susana Vera

Roberto Bécares

En otras épocas, cuando la sequía no agostaba España, no era raro que en primavera la crecida del embalse de Linares anegara algún día la ermita de Vera Cruz, en el precioso pueblo amurallado de Maderuelo (Segovia).

La iglesia, de una sola nave y ábside de testero plano, situada extramuros de la localidad, frente al río Riaza, tiene una historia sorprendente que, fruto de una serie de coincidencias, tuvo un final feliz. Pero pudo no tenerlo.

En estado de abandono durante décadas, a principios del siglo XX la ermita llegó a ser usada como almacén de paja y aperos de labranza y de establo incluso.

Su interior, sin embargo, guardaba una auténtica joya del románico, unas pinturas que ahora son uno de los tesoros del Museo del Prado, pero que durante muchos años estuvieron en el olvido.

“Fue en el año 1907 cuando se tienen las primeras noticias del valor de lo que había en el interior de la ermita”, explica María López Villarejo, restauradora de pintura de la pinacoteca madrileña.

Sobre los muros interiores y la bóveda del pequeño santuario se había pintado al fresco en el siglo XII una de las obras más excepcionales de la pintura española de la Baja Edad Media.

Vista de la ermita de Vera Cruz, en Maderuelo.

Vista de la ermita de Vera Cruz, en Maderuelo. / José María Sadia

De la noche a la mañana, las pinturas se convirtieron en potencial objeto de deseo de los anticuarios que a principios de siglo se hacían de oro vendiendo patrimonio cultural al extranjero, sobre todo a EEUU. Los negociantes se aprovechaban de que no había leyes claras que defendieran la conservación del arte.

En las pinturas de la iglesia estaban representadas varias escenas bíblicas del Antiguo y el Nuevo Testamento presididas en la bóveda por un Cristo en Majestad rodeado de ángeles y santos. El Cordero Místico con Caín y Abel, la Adoración de los Reyes Magos, y la Creación de Adán y Eva eran el resto de temas representados.

De hecho este último es particularmente valioso, al ser una de las primeras representaciones del desnudo de Adán y Eva en toda la historia, según Villarejo. “Es una representación muy esquemática del desnudo humano”, explica la restauradora sobre unas pinturas que fueron trasladadas en 1947 al Museo del Prado.

Para tener una fotografía más amplia de lo que el destino le tenía reservado a las pinturas, sin embargo, hay que retroceder un poco antes, a 1896, cuando el párroco de Maderuelo pidió permiso a la Archidiócesis “para vender la ermita, ya que necesitaba dinero para otras iglesias del pueblo”, explica José María Sadia, periodista y escritor especializado en patrimonio, que cuenta toda la historia de la ermita en su libro ‘El románico español’.

Una de las escenas de las pinturas de la capilla.

Una de las escenas de las pinturas de la capilla.

Así, según explica, fue vendida a un vecino del pueblo por 150 pesetas, y luego se revendió a un ganadero y agricultor llamado Santiago González, que puso a dormir allí a su burro, además de usarlo como almacén y pajar.

“Los vecinos no valoraban los dibujos del interior; se creían que eran anticuados, con esas figuras frontales... De hecho los chavales trataban de quitar la pintura a cantazos, lo que provocó el deterioro que se vio después. Aunque las pinturas están excepcionalmente conservadas”, explica Sadia.

Ya en los años 20, un anticuario de Madrid ofreció 30.000 pesetas por las pinturas al ganadero, pero el asunto llegó a los oídos de un abogado del Estado de Segovia, que se enteró de que algo se estaba cociendo por aquellos lares. “El abogado se desplazó hasta allí y habló con el cura, con el alcalde, con el propietario y, al desvelarse la operación, el Estado requisó temporalmente las llaves y abortó la operación”, recuerda Sadia, que subraya que aquella fue una época aciaga de expolio.

“En aquellos años, hasta el 33, que es cuando se establece la primera gran ley del patrimonio, había distintas leyes pero era muy complicado que se aplicaran; existía cierto desdén por el patrimonio español”, recuerda el experto, que tiene varios libros publicados sobre el estilo románico.

La ermita fue aun así declarada en 1924 Monumento Histórico Artístico, pero el Prado, que fue informado de la calidad de las imágenes e envió a expertos a hacer informes in situ, se negó en un primer momento a hacerse con la obra, ante la imposibilidad de que lo hiciera el Estado.

Años después sí se haría con ellas, sin embargo, ante el temor de que se vieran dañadas por el pantano que se iba a construir. Pero pagó cara su tardanza, ya que tuvo que desembolsar por ellas mucho más de lo pedido de inicio: 50.000 pesetas.

Fue el taller de Ramón Gudiol el encargado del proceso del arranque de las pinturas murales y el montaje en paneles para ser trasladadas posteriormente al Prado. “Los arranques”, explica López Villarejo, “empiezan ya en el siglo VI. Vitrubio ya habla de los arranques de frescos en Pompeya, pero es en el siglo XVIII y XIX cuando se practican más, cuando se ven más obras en peligro”.

Vista de 'El pecado original'.

Vista de 'El pecado original'.

En el caso de la ermita de Vera Cruz, se usó el estilo de arranque conocido como strappo, donde se coge la última capa del enlucido y la pintura. Se realiza aplicando sobre la superficie una cola orgánica que se hace con cartilago -principalmente de conejo-. Ese colágeno se calienta y se sitúa sobre el dibujo para luego colocar gasas de algodón fuertes. Cuando se seca se tira de la pintura y se hace el arranque de esa superficie.

“Después ese arranque lo trasladas sobre una tela de gasa y tela de arpillería y con un adhesivo soluble al agua. Para volver a recuperar la pintura se retira la primera gasa con agua caliente”, precisa la restauradora del Prado sobre esta obra, que en concreto se trasladó a varios paneles de madera con entramados de travesaños reforzados con tela.

“Al final se queda como si fuera una pintura sobre lienzo”, señala López Villarejo, que junto a un equipo de ocho personas hizo en 2010 la restauración a la obra, situada en la sala 51C de la planta baja del museo con el tamaño original que tenía: de alrededor de cinco metros por cuatro y medio.

En ese proceso de restauración se hizo la limpieza de toda la superficie, “la eliminación de los repintes, y se hizo una técnica de estarcido, que hace simulando la textura de la piedra”. “La obra está en muy buen estado, solo tenía la pérdida de la figura del niño adorado por los reyes. Hay sospechas de que cuando la capilla estaba abandonada alguien la robara o esté en un anticuario”, dice la restauradora.

El hecho de que la ermita fuera usada como pajar y establo también podría tener que ver con que desparecieran del dibujo original dos apóstoles, ya que se abrió un agujero en el muro: se cree que para funcionar como respiradero.

La ermita de Vera Cruz, con Maderuelo al fondo.

La ermita de Vera Cruz, con Maderuelo al fondo. / José María Sadia

Sadia también pone de relieve el valor artístico de la obra, de la que se desconoce al autor aunque diversos análisis han establecido vínculos con pinturas aparecidas en los conjuntos de Santa María de Taüll y Casillas de Berlanga. Este experto en pintura románica también destaca de entre todas las representaciones la “escena del paraíso, que es una de las más icónicas de la pintura románica española”.

En la actualidad hay una réplica bastante bien lograda en la iglesia de Maderuelo, donde queda la sinopia, los restos de la pintura que hubo. “Cualquiera que visite la ermita verá los restos de la cabecera de las pinturas y a la derecha una reproducción idéntica a la del Prado. Fue una actuación para dignificar la ermita"asegura el periodista experto en arte románico, que pone en valor la buena suerte que corrió, no así como otras de importante valor. "Una serie de coincidencias hicieron que no acabara en EEUU".