CRÍTICA

'Montevideo', de Enrique Vila-Matas: la llave maestra de la puerta condenada

Una novela diseñada por la pulsión negativa y desplazada de un escritor que no existe, pero que es real, ausente de sí y en fuga constante, y por la búsqueda de 'una habitación propia'

El escritor Enrique Vila-Matas, fotografiado en su casa de Barcelona.

El escritor Enrique Vila-Matas, fotografiado en su casa de Barcelona. / FERRÁN NADEU

Ricardo Baixeras

Con Enrique Vila-Matas uno ya no sabe a qué atenerse. Y quizá esté ahí la condición de posibilidad de su literatura, solo eso, lo cual no es poco: una condición de posibilidad. Indefectiblemente. A riesgo y cuenta de un narrador capaz de procesarlo absolutamente todo por el tamiz de lo literario –es decir, de la imposibilidad de vivir fuera del texto–, y preocupado por el andamiaje de una conciencia artística mutando a lector obsesionado en "redactar historias como un loco, llegando incluso a dejar tirada en una cuneta la vida misma". Un como si esa vida y esa literatura fueran todavía posibles. Como si se pudiera escribir y leer a quemarropa.

Se diría que Montevideo es una novela diseñada por la pulsión negativa y desplazada –por aquello de que la vida siempre está en otra parte, Milan Kundera dixit– de un escritor que nunca ha existido, pero que es real, y por la búsqueda de una habitación propia que contenga una puerta sellada cuya abertura depende de una cita literaria en forma de llave. Un escritor ausente de sí y en fuga constante, imposible de atrapar, intentando con denuedo elucubrar teorías a diestra y siniestra sobre el fin de la literatura para inmediatamente perderlas.

Y sí. Cómo no. Aquí también encontrará el lector cinco de las marcas de estilo de Vila-Matas sobre las que ya teorizó en su inolvidable Perder teorías: el juego constante con la intertextualidad, una prosodia que toca con las manos las capacidades líricas del lenguaje, la búsqueda de una narrativa utópica, la preeminencia de un estilo ganando la partida a la trama y la voluntad inquebrantable de construir un paisaje literario después de la batalla moral que ya se sabe perdida de antemano. 

Ese escritor dice llegar en Montevideo a un cul de sac paralizante que, no obstante, es precisamente lo que le encadena a la pulsión de escribir "esa novela tramada con un tenue hilo de narración y unos monólogos donde los recuerdos reales ocupan muchas veces el lugar de los sucesos imaginarios". Se podría pensar que la obra ya publicada y la por venir de este narrador consisten en un solo volumen no escrito (pero sí pensado) que se encuentra en los anaqueles de una biblioteca inexistente regentada por un loco impuro, como quería Roberto Calasso, en unas ciudades que, aquí y ahora, son narradas como si diseñaran el simulacro de un "recorrido fulminante de los circuitos mentales que capturan y vinculan puntos alejados en el espacio" cruzano París, Cascais, Montevideo, Reikiavik y Bogotá. Ciudades pobladas de un narrador fantasmagórico que grita a quien quiera oírle que "cualquier versión narrativa de una historia real es siempre una forma de ficción, ya que desde el instante en que se ordena el mundo con palabras se modifica la naturaleza del mundo".

Montevideo lleva bajo el brazo el signo de la confusión y jura que está pergeñada por la pasión indestructible de narrar y citar y comentar y volver a narrar y volver a citar y volver a comentar lo que está siendo narrado y leído y comentado en un bucle sin salida que cerca los libros del elenco que siempre acompaña a un narrador instalado en una obsesión recurrente: "En modo alguno estoy escribiendo una biografía de mi estilo, si acaso unas prosas intempestivas, unas leves notas de vida y letras con las que estaría buscando averiguar quién soy realmente y quién es mi escritor preferido": ¿Vila-Matas? ¿Kafka, Joyce, Sterne, Gombrowicz, Rimbaud, Walser, Borges, Beckett, Perec, Celan, Pessoa, Sciascia, Tabucchi, Pitol, Piglia, Chejfec, Roussel, Barthes, Blanchot?

Obsesiones

Gracias a una escritura a medio camino entre la narración y el ensayo, la voz de Montevideo aúna la vida con la literatura y está versada en "la Duda Eterna", en "el Régimen de la Indecisión", en la lógica de "la ambigüedad" y en la "del enigma" tratando de desmantelar la historia y contraponerla a la narración de las cinco tendencias de la literatura que le obsesionan: la de los que "no tienen nada que contar", la de los que "deliberadamente no narran nada", la de los que "no lo cuentan todo", la de los que "esperan que Dios algún día lo cuente todo, incluido por qué es tan imperfecto" y, finalmente, la de los que "se han rendido al poder de la tecnología que parece estar transcribiendo y registrándolo todo y, por tanto, convirtiendo en prescindible el oficio de escritor". Para cada una de las cinco ciudades, una tendencia, y en cada tendencia, la búsqueda imposible de una ciudad.

El lector de Vila-Matas reconocerá un aire de familia –y de Dylan– en este libro. Si en esa novela Hamlet era el armazón discursivo que unía digresiones encadenadas las unas a las otras como la marca de un tono narrativo que ya es inconfundible y que le impiden a la voz narrativa –y al lector– atrapar el centro de la trama, en esta es Julio Cortázar y su cuento La puerta condenada de Final de juego. En la habitación 205 del Hotel Cervantes de Montevideo (que existe y es real) es donde se esboza el viaje de no retorno y el lugar donde el narrador encontrará una salida en forma de hueco vacío como lo fue el de Alicia, la puerta insondable que le permitirá dar un pasó más allá, tal y como reclamaba insistentemente Maurice Blanchot: desaparecer para poder vivir y, sobre todo, para poder leer y escribir, en un gesto que se repite con fruición en la poética del autor.

En la habitación 346 del Hotel Albergo Roma, en Turín, Cesare Pavese cruzó definitivamente el otro lado de la puerta; en la 205 del Hotel Cervantes se hacen palpables las circunstancias que rodean el último deseo del narrador: encontrar la llave maestra de la puerta condenada de la literatura y arriesgarse entonces a la desaparición total y definitiva para hacer de ese gesto el relato de una búsqueda convertida en una fiesta montevidiana con la mirada vanguardista que Vila-Matas había esbozado en Chet Baker piensa en su arte y pronosticado en Exploradores del abismo a través de uno de los poemas de Roberto Juarroz: "A veces parece/ que estamos en el centro de la fiesta./ Sin embargo/ en el centro de la fiesta no hay nadie/ en el centro de la fiesta está el vacío/ pero en el centro del vacío hay otra fiesta".