Entrevista | Eduardo Casanova Director de cine y actor

«Mis referentes son la vida real, que es exactamente lo mismo que detesto»

Eduardo Casanova presentó a concurso en el Festival de Sitges su último filme, ‘La piedad’, un deslumbrante e inclasificable melodrama sobre relaciones maternofiliales y la dependencia enfermiza, con Ángela Molina y Manel Lunell en los papeles principales

Eduardo Casanova, con los actores Macarena Gómez, Manel Llunell, Ana Polvorosa y Songa Park, en Sitges. | ALEJANDRO GARCÍA / EFE

Eduardo Casanova, con los actores Macarena Gómez, Manel Llunell, Ana Polvorosa y Songa Park, en Sitges. | ALEJANDRO GARCÍA / EFE / Julián García. Sitges

Julián García

El director Eduardo Casanova (Madrid, 1991) se presentó en Sitges vestido de rosa de pies a cabeza, el mismo color que compone la paleta cromática de su última película, La piedad, fascinante melodrama con fugas al fantástico capaz de ser premiado en un festival de auteur como Karlovy Vary y uno de género desprejuiciado como el Fantastic Fest de Austin. El que un día fue Fidel en la serie Aída es hoy una de las voces más intrépidas de nuestro cine, como demuestra La piedad, retrato del sofocante vínculo de dependencia entre una madre (Ángela Molina) y su hijo (Manel Lunell), al que diagnostican un cáncer, mientras en paralelo se desarrolla un drama familiar ambientado en la Corea del Norte de Kim Jong-il. Las relaciones maternofiliales, la dependencia enfermiza y el miedo a la libertad, en un filme desaforado, deslumbrante e incomparable, al filo del derrapaje.

¿Qué supone para usted haber ganado en dos festivales tan antitéticos como Karlovy Vary y Austin?

Un recorrido curioso, sí. A los programadores de los festivales les ha pasado un poco lo que le pasa al espectador cuando ve la película y lo que le suele pasar a la gente cuando me ve a mí: que no sabe dónde meternos, por esa cosa de ser inclasificables. Pero es positivo haber funcionado en sitios tan diferentes con un melodrama fantástico. Tiene algo de justicia poética. A mí me gusta.

‘La piedad’ pone el foco en una relación maternofilial enfermiza, pero también sobre la toxicidad de cierta dependencia entre personas.

Va sobre la búsqueda de la libertad y darte cuenta de que no existe. Como cuando estás en una relación y tienes ganas de dejarlo pero no eres capaz. Estás con alguien, quieres dejarlo, luchas, lo logras y… te encuentras libre, pero fatal. No sé si a todo el mundo le ha pasado, pero a mí sí. He hecho la película para que eso, ojalá, pueda cambiar en mí.

¿Cuánto hay de autobiográfico en el filme? Todo transmite un aire tan personal que da la impresión, quizá falsa, de que es usted el alter ego del protagonista.

Hay mucho. El filme está escrito y pensado desde un punto de vista muy personal y todo lo que dirijo al final se acaba contaminando un poco de mí, para bien o para mal. Todo está inspirado en mí, mis relaciones, mis temores. Aunque hay tanto de mí en el hijo como en la madre.

¿El dolor, el sufrimiento, es uno de sus motores creativos?

Es una pregunta para el Sálvame, pero sí. Creo desde el dolor. Me atormentan muchas cosas. Y me gusta plantear la creación artística desde las cosas que no he podido solucionar. Me ayuda a solucionarlas. No concibo la vida sin el cine, sin rodar. Me ha salvado la vida varias veces.

¿Por qué esa historia en paralelo con la familia Corea del Norte y la figura del dictador Kim Jong-il?

Uno de mis mayores miedos es la muerte. Y la maternidad tiene que ver con ese miedo. Uno tiene un hijo por muchos motivos, pero también para permanecer en el mundo eternamente, incluso cuando ya no estás. Es el instinto de supervivencia. Y con los líderes políticos y las dictaduras sucede lo mismo: el líder fallecido sigue siendo padre de la nación y de algún modo perdura para siempre. También tiene que ver con mi trabajo como director.

¿Tiene afán de perdurar?

Inconscientemente, creo que hago cine para que cuando muera siga aquí de alguna manera. Es egoísmo y egocentrismo, pero es algo profundamente humano.

¿Teme que pueda resultar ofensiva la comparación que hace entre ciertas relaciones maternofiliales y la dictadura norcoreana?

Por supuesto, porque soy una persona feminista. Me atrevería a decir feminista radical. En este sentido, no hablo de las madres en general, ni de la maternidad, sino de una mujer que es madre. No pienso que todas las mujeres que deciden ser madres son así, y en la película hay otros tipos de mujer y madre diferentes al que representa Ángela Molina. Ni he querido dar a entender que la mujer tenga la obligación, el derecho, el deber de ser madre. Puede hacer lo que le salga del coño.

El cine de género, por lo general, lo han rodado hombres, aunque hay cada vez más miradas femeninas enriquecedoras. ¿Hasta qué punto es necesaria la mirada queer en el cine de género, en el de terror?

Es muy necesaria. Creo que hay directoras de genero increíbles, como Julia Ducournau y Carlota Pereda. Pero es una obviedad decir que nos faltan más mujeres haciendo películas de género. El cine de terror, los grandes maestros a los que estamos acostumbrados, no solo no son mujeres, sino tampoco personas LGTBI. Y a mí, como persona LGTBI, me apetece hacer una película que no trate solo temas queer, sino que sea de terror, porque mi lucha como persona es intrínseca a cualquier historia que cuente. Creo que los maricones podemos hacer muy buen cine de terror porque sabemos perfectamente lo que es el miedo.

Su cine es muy personal, pero no sé si tiene algún espejo en el que se mira o se ha mirado.

Cuando escribo y dirijo, intento no mirar demasiado a otros porque ya está hecho y quiero darle al público algo nuevo. Me fascinan el humor de Todd Solondz, la oscuridad de Roman Polanski, el talante punk de John Waters. Pero no son referencias para mi creación. Mi referente, mi espejo, es la vida real, que es exactamente lo mismo que detesto. La vida es tanto mi referencia como mi temor. Supongo que es difícil creer que mis películas se basen en la realidad y luego lo pinte todo de color de rosa. Pero es así.

¿Por qué su fijación por el rosa? En su debut, ‘Pieles’, era dominante.

Todo en mi cine gira en torno al rosa. Es un color estigmatizado, el que más problemas tiene. Y siempre suelo dar la mano al que más problemas tiene. Es como darme la mano a mí mismo.

Debo preguntarle por la polémica generada en las redes tras declarar en una entrevista que no quería que los votantes de Vox vieran ‘La piedad’. ¿Se arrepiente?

En absoluto. No me puedo ni debo arrepentir de lo que digo o pienso. Siempre tendrán preferencia para ver mis películas los más democráticos, pero si alguien de Vox está interesado en verla, yo le aplaudiré.

¿Le duele acabar siendo tendencia en Twitter, como le sucede a Samantha Hudson cuando lanza alguna invectivas a la ultraderecha?

Un día, el presidente del partido de ultraderecha español decía en una entrevista que no creía en colectivos, pero que había personas homosexuales en su partido. En fin, los maricones podemos estar en todos los sitios. Ahora bien: hay que tener intuición y saber en qué sitios estamos más seguros. Pero derecho a estar en todos, lo tenemos.

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