Ginés de Pasamonte en busca de su autor: Cervantes

Cuenta Woody Allen que las mejores ideas se le ocurren en la ducha y que, a modo de píldoras, las deja escritas en un papelito en la mesita de noche, a la espera de sacarlas y desarrollarlas en forma de guión de cine. La idea que ha tenido el escritor e historiador Alfonso Mateo-Sagasta (Madrid, 1960) parece extraída de la mesa de noche de Woody Allen: el valiente soldado Jerónimo de Pasamonte, que ha pasado 18 años cautivo de los turcos, llega a Madrid para descubrir que es el hazmerreír de la ciudad, pues en una novela que acaba de salir de la imprenta, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, aparece retratado como el fiero y malvado galeote Ginés de Pasamonte, un vulgar ladronzuelo.

Este genial argumento lo desarrolla en la novela 'Su peor enemigo', enriquecida con las sugerentes ilustraciones de María Espejo, en forma de sombras chinescas en el Madrid de los Austrias. Las bazas con las que cuenta Alfonso Mateo-Sagasta para que esta obra llegue a buen puerto se cimentan en su detalladísimo conocimiento del Madrid del Siglo de Oro y sobre todo, de los entresijos de la obra cumbre de Cervantes.

Porque lo que a continuación hará el auténtico e indignado Pasamonte, nada más llegar a la villa (que no corte, pues se ha trasladado a Valladolid), será tratar de hablar con el tal Cervantes para afearle que le haya transformado en un delincuente. La indagación recuerda a la desarrollada en su obra 'Ladrones de tinta', también en Reino de Cordelia, una vibrante novela de corte policiaca con el Quijote de Avellaneda de telón de fondo.

Alfonso Mateo-Sagasta escribe con elegancia y sobriedad para describir, con pocos trazos, la nada idílica realidad del Madrid de la época. Se ve detrás la mano del historiador pero también la del apasionado de la literatura, pues en las páginas de 'Su peor enemigo' despliega el mundo e inframundo de Cervantes con sus cuitas, chismes y envidias y nos lo muestra marcadamente humano, bajado del pedestal de la plaza de España.

Y como nada sobra ni falta en esta obra, no podía faltar el guiño final cervantino que habría hecho sonreír al autor del Quijote (al auténtico, no a Avellaneda).