Estrellas

Ava Gardner, la Venus centenaria

La musa estadounidense hubiese cumplido cien años de su nacimiento el día de Nochebuena. La gente que la conoció quedó impresionada. Sobre las películas que protagonizó, Pandora y el holandés errante (1951) de Albert Lewin fue la que cambió su vida: «España fue mi pequeño paraíso terrenal donde me di cuenta que podía hacer casi todo lo que me diera la gana». Canito, el único fotógrafo que retrató la muerte de Manolete en Linares, presumió de haber compartido fiestas y borracheras con «la más guapa de todas», aseguraba: «Las dos mujeres más hermosas son Ava y la Virgen María»

Francisco Cano «Canito» junto a Ava Gardner.

Francisco Cano «Canito» junto a Ava Gardner. / jaime roch. valencia

Jaime Roch

«Me llamo Ava Lavinia Gardner y nací la Nochebuena de 1922 en Grabtown, Carolina del Norte. Ni Brogden, ni en Smithfield, como dicen muchos de los libros, sino en Grabtown, un pueblucho aburrido que de town no tenía más que el nombre. Y para colmo de la mala suerte, me toca nacer en el signo de Capricornio. Muchas veces he pensado que de todos los signos del zodíaco, el mío es el peor. (...) ¡Mira que tener que pasar toda mi infancia celebrando mi cumpleaños y la Navidad casi simultáneamente! Eso significaba que por regla general me encajaban un solo regalo, en vez de los dos que yo estaba absolutamente convencida de merecer. Y las cosas fueron de mal en peor. Me enteré que existía otra persona, un tal Jesucristo, cuyo cumpleaños mucha gente tendía a confundir con el mío. Estaba indignada. Tardé mucho en perdonárselo al Señor». Así arranca Ava Gardner su autobiografía titulada Ava, con su propia voz (Grijalbo, 1991).

La gente que la conoció quedó impresionada. El inolvidable fotógrafo taurino Francisco Cano Lorenza Canito, alicantino afincado en Valencia, aquel que vio morir a Manolete en la plaza de toros de Linares cuando el Miura Islero se vistió de muerte en 1947, se enamoró del carmín de Ava Gardner en Pamplona. En el comedor de su casa había fotos de El Cordobés en su debut en Madrid, varias de Manolete, otras de Dominguín, Hemingway en el tendido, Charlton Heston en el burladero, Sofía Loren o Orson Welles comiendo paella en la entrada de la plaza de toros de València, pero por encima de todas las imágenes destacaba la de Ava Gardner que protagoniza la portada de su libro Mitos (ROM Editors, 2009), con textos de Andrés Amorós.

Aquel que fue amigo de Juan Belmonte -hasta lo fotografió orinando- y su fallecimiento en julio de 2016 supuso el fin del ojo en blanco y negro de la España taurina de posguerra, del último testigo de una de las épocas más pasionales y épicas del toreo, presumía pasados sus cien años de haber compartido fiestas y borracheras con «la más guapa de todas», aseguraba siempre de Ava Gardner. Definía sus ojos como «abrasadores» y no ocultaba que soñaba con ella de madrugada: «Día sí día también se me aparece y no puedo dejar de verla», aclaraba. Y es que la actriz fue «el animal más bello del mundo», según expresó Ernest Hemingway.

Luís Miguel Dominguín conversando con la actriz  en el aeropuerto de Barajas. efe

Luís Miguel Dominguín conversando con la actriz en el aeropuerto de Barajas. / EFE

«Ella me llenaba de besos y me llenaba la cara de carmín», contaba en diferentes entrevistas. «Nos entendíamos aunque ella hablara en inglés. Me tenía mucho cariño», defendía orgullosamente el fotógrafo alicantino. «Siempre he afirmado que las dos mujeres más hermosas son Ava Gardner y la Virgen María. Mi esposa es muy beata y se enfada, pero yo le digo: «Tú quédate con la Virgen que yo me quedaré con la Gardner», también decía a sus amigos más íntimos con ese tono irónico y humorístico que le caracterizaba en la frontera del siglo de vida. En una de esas grandes noches de borrachera en Pamplona, la actriz regaló una guitarra a Canito y se la dedicó: «La vendí por una millonada», recordaba.

Sobre las películas que protagonizó, Pandora y el holandés errante (1951) de Albert Lewin fue la que cambió su vida: «Me sacó de los Estados Unidos por primera vez y me presentó a los dos países, Inglaterra y España, donde iba a pasar gran parte de resto de mi vida», cuenta en su autobiografía. Durante ese rodaje, conoció la Costa Brava y tuvo un pequeño flirt con el torero Mario Cabré.

«España fue mi pequeño paraíso terrenal donde me di cuenta que podía hacer casi todo lo que me diera la gana. Estuve en la feria de Sevilla, donde vi mi primera corrida de toros desde un palco de la Maestranza. ¡Qué maravilla! Cuando entré en el ruedo recibí un gran impacto. Iba vestida con el traje de faralaes, de topos negros sobre fondo blanco, y sé que gustaba a todos tus compatriotas», escribió la propia Gardner en una carta que mandó al escritor Carlos Abella para preparar la biografía de Dominguín, prologada por el ex Ministro de Cultura Jorge Semprún y titulada Luis Miguel Dominguín: a corazón abierto. Dominguín y Gardner se conocieran en el corazón de la noche madrileña, cuando Frank Sinatra y ella estaban a punto de romper y el torero se acababa de retirar del mundo del toro. «Vino Lana Turner a Madrid y con unos amigos fuimos a cenar a Valentín, pero antes estuvimos en Chicote tomando una copa. Me encantaba este sitio: yo ya lo conocía por las descripciones que hizo Hemingway en sus novelas, pero cuantas más veces iba, más cosmopolita y atractivo lo encontraba. Allí tenía muchos cómplices que nunca les importó que fuera sola y que, sin decirme nada, sin molestarme, me cuidaban y alguna vez, hasta me llevaron a casa o al hotel en mal estado».

Gardner no olvidaba al barman Antonio Romero, tan sagaz y tan discreto: «Él me conocía mejor que nadie y sabía siempre cómo me encontraba y lo que me apetecía beber. Pedí mi dry martini, que Antonio preparaba mejor que el barman del Stork Club de Nueva York. Poco después de llegar nosotras apareciste tú. ¡Ah!, ya me acuerdo, me contaste que te llamó Pedro Chicote para decirte: «Miguel, vente para acá que tengo a Lana Turner y Ava Gardner en la misma mesa», escribió en la biografía de Dominguín.

En València, cuando la actriz acudía a la Feria de Julio, no dejaba de ir al Restaurante La Pepica de la Avenida de Neptuno. Por eso, esta Nochebuena, que se cumplió un siglo desde su nacimiento, su mágica aura sigue muy presente.

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