Entrevista | Elvira Navarro Escritora

«La memoria no es fiable desde el punto de vista de los hechos pero sí de los sentimientos»

La autora onubense es una de las grandes voces de la narrativa española contemporánea, gracias a sus indagaciones analíticas pero también palpitantes de la complejidad humana. La última es 'Las voces de Adriana' (Random House) y la presenta esta tarde (19.00 horas) en la Librería Luces

La escritora onubense, en una imagen promocional

La escritora onubense, en una imagen promocional / Jesús Bastida

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Dice que 'Las voces de Adriana' es «una novela sobre el aprendizaje que podemos hacer en vida de la muerte». May Sarton escribió: «No estoy preparada para morir/ pero estoy aprendiendo a confiar en la muerte/como he confiado en la vida». ¿Eso es lo que pretende al hablar sobre ese aprendizaje? 

Pues es una maravillosa manera de decirlo, sí. En la novela la protagonista se acerca a la propia muerte a través de la desaparición de sus seres amados, que le muestran el camino de salida. Hay una toma de conciencia del final, y esa toma de conciencia tiene mucho de asunción. 

Siempre se dice: «Lo peor que le puede pasar a un padre es enterrar a su hijo». Adriana prefiere ver el asunto de otra manera: la muerte del padre supondría la desaparición de su familia, su orfandad y la, digamos, desaparición de su lugar en el mundo. ¿Cuál es el origen de ese miedo?

Es un tópico cierto que, cuando muere una persona, desaparece todo un universo, y cuando la protagonista lo vive en primera persona se paraliza, porque lo que desaparece es una parte muy importante de su mundo, de sus vínculos, de los pilares más sólidos. De repente se queda sin red, sin ese amor incondicional que es el de la familia. Eso la asusta. Es algo que vive cualquier persona, quizás Adriana de una manera más dramática porque está sola.

La memoria es una herramienta fundamental en este asunto. Pero, ¿es más aliada de la ficción o de los hechos? ¿Debemos olvidarnos de ella como app fiable y aceptar sus fabulaciones?

La memoria tiene mucho de ficción, porque la reelaboramos sin cesar y la ordenamos a nuestros intereses, a nuestra verdad emocional. No es fiable desde el punto de vista de la literalidad de lo sucedido, pero sí lo es de lo que nosotros sentimos.

Lo dice la hija en el capítulo final, 'Las voces': «La verosimilitud nunca me había importado. ¿Acaso no sabemos que todo es una ficción? ¿Por qué empeñarse en que no lo parezca?». Lo dice la hija, ¿y usted también?

Adriana lo dice refiriéndose a la escritura literaria, que es siempre un artefacto, incluso aquella que se declara autobiográfica, porque es imposible una traslación exacta de los hechos, y porque esos hechos, recordados, ya está transfigurados por nuestro punto de vista, por la manera en cómo los hemos vivido y juzgado. Pero más profundamente, o filosóficamente, nuestra comprensión de lo real responde a un paradigma cognoscitivo, a un marco, que no sé si puede calificarse exactamente como ficción, pero que cambia según las culturas, las épocas, las herramientas de conocimiento… Hasta en la ciencia se dan cambios de paradigmas que desdicen lo que antes se creía.

Se nota, y mucho, el peso y el poso de su formación en Filosofía en las páginas de Las voces de Adriana, en la complejidad psicológica de los personajes, también en el hecho de haber dejado reposar diez años de la pérdida personal que es el motor de la novela en vez de haber escrito, digamos, en caliente. ¿Está conforme con esa mirada más analítica, reflexiva, le resulta inevitable o, quizás en alguna ocasión, le gustaría escribir algo más unido directamente a los sentimientos, puros y duros?

Yo necesito un distanciamiento para poder escribir, para reelaborar lo vivido y pensar sobre ello, y eso tiene que ver con mi formación filosófica seguramente, aunque sobre todo con mi carácter: me lleva un tiempo separarme de las cosas que me suceden. No sé si alguna vez escribiré en caliente; sin embargo, la novela vehicula muchos sentimientos y emociones. Para mí la última parte, la de las voces, a pesar de estar transida de reflexiones, es también una descarga emocional.

«No había manera de penetrar en el corazón del lugar, que era el salón, donde todos se reunían, sin haber atravesado antes la oscuridad, sin presentir su materia viscosa, el silencio enorme». Describe la casa, en la segunda parte de la novela, casi con matices de esas mansiones de las narraciones de terror victoriano.

Sí, me encantan las historias de fantasmas, y aunque no puede decirse que este sea un libro gótico, porque se inserta en el realismo, quería darle a la casa esa atmósfera, que se notara en sus paredes vacías y en la oscuridad de los cuartos las impregnaciones de las personas que los habitaron. Por otra parte, para mí es también una reflexión sobre el espacio, y hubo un libro que me vino a la cabeza mientras lo escribía, el 'Ensayo sobre el lugar silencioso', de Peter Handke, que reflexiona maravillosamente sobre los cuartos de baño.

Es que de alguna manera 'Las voces de Adriana' es una historia de fantasmas, aunque no compuesta como las clásicas de M. R. James. ¿Por qué la familia es un caldo de cultivo tan proclive a generar esos fantasmas? 

Ah, pues me encanta que diga que es una historia de fantasmas. Desde el punto de vista clásico, un fantasma es alguien que no ha abandonado este mundo porque todavía hay una cuenta pendiente, normalmente algo trágico, y en términos psicológicos eso se asimila al trauma, que es algo que no se va, que tenemos siempre presente, o que aparece en nuestra vida recurrentemente y la condiciona. Y casi todas las familias han vivido algún tipo de trauma que se queda flotando en la memoria de varias generaciones.

Suscríbete para seguir leyendo