"Los niños de hoy no toleran aburrirse"

Las redes sociales nos ponen en contacto con más gente pero han traído un efecto indeseado: más soledad, malestar, ansiedad, depresión; los móviles son una herramienta para hablar pero cada vez se habla menos. Sobre todo eso reflexiona el experto en 'El individuo flotante', que presentará el 16 de febrero dentro del Maf

El psicólogo Marino Pérez

El psicólogo Marino Pérez / La Opinión

M.G. Salas

¿Vivimos una paradoja? ¿Estamos más solos que nunca en la era de las redes sociales? 

Así es. Las redes sociales, como su propio nombre sugiere, nos ponen en contacto con más gente. Sin embargo, eso ha traído un efecto indeseado de más soledad, malestar, ansiedad, depresión... Esa es una paradoja y la otra está relacionada con el teléfono móvil. Es una herramienta para hablar y, en cambio, cada vez se habla menos; se ha perdido la conversación en favor de mensajes abstractos, prefabricados, no naturales, no espontáneos...

¿El móvil y las redes sociales nos hacen daño?

En principio no tendría por qué ser así. Esta tecnología ofrece cantidad de prestaciones que no podemos pasar por alto. Pero también es verdad que un determinado uso de las redes sociales las convierte en perniciosas. Me refiero a usuarios enganchados, que dedican muchas horas al día a estas plataformas. Eso genera un perjuicio doble. Por un lado, va en detrimento de las relaciones reales, del contacto cara a cara. Y por otro, las redes sociales, como decía antes, generan relaciones prefabricadas. Los usuarios seleccionan aspectos de su vida que quieren mostrar a los demás y los demás presentan, a su vez, una imagen filtrada de sí mismos. Como consecuencia de ello, cada uno saca como conclusión de que los demás son más felices que uno mismo. Y eso genera tristeza, pero sobre todo soledad. Cuando desconectas, te das cuenta de que te has quedado solo. Puedes estar conectado con miles de personas y, en cambio, no tener ni un solo amigo; quedarte hospitalizado, por ejemplo, y nadie fue a verte. Las redes sociales están construidas de la misma forma que las máquinas tragaperras y, por eso, nos absorben tanto. Luego está ese sistema tan perverso de los likes, que refuerzan la conducta del mirar, de pasar a lo siguiente, de observar si esos likes van a más, de forma que nunca estás conforme, porque hay una contabilidad que mide tu aceptación y tu propia estima.

¿Quienes están enganchados a las redes sociales son una mayoría?

Sí, y los que más lo están son los niños y los adolescentes, que nacieron ya en el mundo de las pantallas y las tabletas, que no conocieron el teléfono fijo ni las cabinas telefónicas ni tampoco han jugado a la comba o al escondite. Son jóvenes que dedican a las redes sociales seis o más horas al día. Pero no solo ellos están en esta situación; también muchos adultos. Por eso, hablamos de la muchedumbre online: todos conectados y a la vez todos solos. Solos juntos. Cuántas veces hemos visto a grupos de amigos o parejas que cada uno está con el móvil. Están juntos, pero con conexiones que ya no se están dando entre ellos, sino con otras comunidades, que seguramente estén haciendo algo parecido.

¿Qué consecuencias tiene a largo plazo para un niño haberle expuesto a las pantallas desde que era un bebé? 

Tiene la consecuencia de que el niño va a necesitar continuamente una pantalla en la que se mueva algo delante de él. Es decir, se acostumbran a estar distraídos, centrifugados, y no toleran el aburrimiento, cuando este favorece la creatividad. Eso genera un efecto directo en la educación, que obliga a los profesores a estar continuamente entreteniendo a los niños. Sin embargo, el conocimiento no necesariamente tienen que ser divertido. Eso se ve con la lectura, que tiene un determinado ritmo y para saber lo que ocurre hay que esperar al final, no te lo cuentan al principio. Todo esto tiene mucho que ver con el aumento de los trastornos de la hiperactividad, que no son una enfermedad, sino una forma de vida en la que los niños no saben esperar.

Entre los adolescentes hay cada vez más depresiones, intentos de suicidio, autolesiones, violencia sexual... ¿Estamos ante la mayor crisis de salud mental?

Seguramente sí. Por lo que muestran los estudios y las consultas de salud mental, estaríamos en la época en la que los jóvenes tienen más malestar que nunca. Y eso ocurre en un momento de tanta disponibilidad tecnológica y formas de vida más cómodas que en el pasado. Las redes sociales no son las causantes, pero sí que exacerban estas problemáticas. En Estados Unidos, por ejemplo, ya están estudiando la manera de prohibir Tik Tok. La experiencia nos dice que un uso abusivo de las redes sociales provoca soledad y eso se traduce a menudo en ansiedad, depresión...

¿Qué consejos daría a los padres para evitar que sus hijos caigan en estos peligros?

No es fácil, porque los padres están inmersos en la misma sociedad que sus hijos. Los adultos están sometidos a cantidad de tareas que tienen que realizar a la vez y también utilizan las redes sociales como ocio. Entonces, les viene bien tener a sus hijos distraídos. Mi consejo es que racionalicen el tiempo de uso de las redes sociales. Hay que poner limitaciones de tiempo y de espacio, al igual que no permitimos que se coma en cualquier sitio de la casa. Y a la vez, hay que incrementar las oportunidades de establecer contactos reales. Es tópico, pero es fundamental apuntarlos a deportes colectivos o a juegos que impliquen más relación con los demás.

¿A qué edad debe tener un niño un móvil? ¿Pueden los padres luchar contra la presión social?

Yo creo que frente a la presión social están perdidos. No es cuestión tampoco de que los padres se resistan a comprarle un móvil a su hijo y que lo retrasen dos o tres años cuando el resto de la clase ya lo tiene. Porque con ello generaríamos otro problema. La clave está en la regulación tanto a nivel familiar como en el contexto escolar. Es importante no hacer tan dependiente la enseñanza del uso del móvil. No obstante, en el ámbito familiar debemos tener presente que los padres ya están perdidos en el momento que llevan a sus bebés en el carricoche con un móvil en la mano. Todo empieza ahí, en el momento que se le está dando el pecho y la madre está con una pantalla. O al sentar al bebé en la mesa con un móvil, ya estamos concediendo a las redes sociales el control de su vida. 

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