Entrevista

Fernando Aramburu: "Sé que he sacado de quicio a mucha gente y que me llaman tocapelotas. Me da igual"

El escritor vasco publica 'Hijos de la fábula', una sátira punzante en la que ridiculiza sin piedad a dos aspirantes a terroristas tras el cese de la lucha armada de ETA

Fernando Aramburu.

Fernando Aramburu. / JUAN CARLOS ROJAS

Elena Hevia

Cuando el 20 de octubre de 2011 ETA hizo el anuncio del “cese definitivo de su actividad armada”, Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) escribió un tuit recogiendo la célebre frase con la que Kafka registró en su diario el inicio de la Primera Guerra Mundial: “Alemania ha declarado la guerra a Rusia. Por la tarde fui a nadar”. El tono de aquella cita en aquel momento era receloso y a la vez humorístico, de una temperatura similar a la que anima ‘Hijos de la fábula’ (Tusquets), la última novela en la que Aramburu se anima a satirizar a dos jóvenes vascos aspirantes a terroristas que aquel 20 de octubre deciden que van a seguir haciendo la guerra por su cuenta. El resultado, casi de tebeo, es sumamente ridículo y es fácil imaginar al autor relamiéndose gracias a este par de tontorrones payasescos, el clown y el augusto. Si el programa televisivo de la televisión vasca 'Vaya semanita' marcó un antes y un después en la burla a ETA y luego llegó 'Ocho apellidos vascos', esta novela sigue esa senda.

El lector que llegó a su obra con ‘Patria’ se puede sentir bastante descolocado ante una novela tan humorística.

Ese registro literario ya lo he utilizado otras veces, pero nunca lo dirigí a un colectivo social tan delicado. Encontré la formula y se la comenté a una víctima del terrorismo para que me diera su opinión. La idea era dejar fuera de la narración a las víctimas y centrarme en una sátira contra los agresores, o mejor dicho, los aspirantes a agresores. Ahí ya no tenía freno moral puesto que el humor no estaba dirigido en ningún caso a personas que hubieran sufrido y eso me dejaba las manos libres.

¿El límite del humor está, por lo tanto, en el cuidado de la víctima?

Claro está, pero no solo en la literatura. También ese límite debe respetarse en la vida. Uno no debe reírse de los problemas de la gente que tiene alguna pena o sufre alguna discriminación. Hay que dirigir la crítica humorística a quien ejerce el poder o a quien es malo. Así la sátira se convierte en algo loable y balsámico, porque va contra la solemnidad, las formas rígidas y las malas intenciones.

La historia de 'Hijos de la fábula' es casi una aventura de Mortadelo y Filemón, con un humor bastante blanco.

Ahí delego a los que quieran interpretarlo. Yo a veces tuve la sensación de que era un poco cruel con mis personajes. Hice un gran esfuerzo para que no fueran solamente unos aprendices de terroristas, no particularmente dotados de cociente intelectual. Per también quería que se reflejara su condición humana y sus circunstancias cotidianas. Son fanáticos, pero los sacas de ahí y resulta que son ‘majos’. Eso ocurría en los años de la lucha armada. Detenían a alguien y los vecinos decían: “pero si era muy majo…”. Sí, claro que lo era pero también iba con una pistola por ahí matando a otros.

Sus etarras…

Ni siquiera son etarras, ellos quisieran serlo pero no lo consiguen. Pero el mecanismo metal de la lucha armada sí que les funciona a pleno gas.

…Son personajes contradictorios. Pero logra que el lector los vea tan patéticos que incluso llegue a identificarse con ellos.

Ese ejercicio me gusta. Y lo hago en todas mis novelas. Yo como autor sé muy bien qué es lo que le doy al lector, las expectativas que creo y que, después, a lo mejor no se las cumplo. La novela se presta a intervenir en las conciencias de los demás.

La fábula hoy pervive en el nacionalismo y en algunos lugares del País Vasco es hegemónica

Cuando habla de fábula está hablando de una historia inventada que vincula la ideología a lucha armada. ¿Se ha diluido esa ‘fábula’ en los últimos años?

La fábula hoy pervive en el nacionalismo y en algunos lugares del País Vasco es hegemónica. Para percibirlo no hay más que trasladarse allí y ver a la gente o los resultados electorales. Lo que sí ha cambiado es la estrategia de terror con la que se intentaba plasmar esa fábula.

Para lo que sirve la democracia es para que haya una fábula que consiste en un programa electoral con promesas y la posible demostración de que el rival es muy malo

Sus aspirantes a etarras son hijos de la fábula, pero los escritores también lo son…

Todos somos hijos de la fábula. Es imposible ser una persona inteligente y no moverse por fábulas. De hecho, lo primero que recibimos son fábulas, los cuentos infantiles, historias que nos cuentan qué es el amor, la envidia o el mal. El problema, y es un problema gravísimo, es que nuestras fábulas no pasen por un filtro moral. Yo no estoy autorizado a eliminar a otros para que se cumpla mi fábula. Eso es muy peligroso. Para lo que sirve la democracia es para que haya una fábula que consiste en un programa electoral con promesas y la posible demostración de que el rival es muy malo.

A 12 años transcurridos desde el alto el fuego, ¿siguen siendo necesarios este tipo de libros que levantan el acta de defunción de ETA?

Eso es lo que hice en ‘Patria’ y también en este libro que he concebido como un alegato contra el terrorismo, porque esos protagonistas son risibles y ridículos.

Me considero uno más en la tarea de poner negro sobre blanco las fechorías de ETA. No he estado solo

¿Ha intentado herir a los etarras en su orgullo?

Si he logrado meter el dedo en la llaga que más les duela no me parece mal, la verdad. Me sorprendería que los parodiados me aplaudieran, eso no va a pasar. Pero vamos, me considero uno más en la tarea de poner negro sobre blanco las fechorías de ETA. No he estado solo. Pienso en Raúl Guerra Garrido, que sufrió un atentado.

Sus protagonistas tienen graves problema con las mujeres. Uno de ellos dice que ETA se fue al traste cuando las mujeres entraron en sus puestos de dirección.

Ese personaje es un reprimido y le tiene miedo a las mujeres. Es hijo de una madre represora. A mí eso me lo inspiraron las Sociedades Gastronómicas. Recuerdo que en los años 70 se votó en alguna de ellas si dejaban entrar a las mujeres los sábados y ganó abrumadoramente el no. La tesis era que las “mujeres traen problemas” (ríe), que las sociedades eran un refugio frente a las esposas que no les permitían emborracharse con tranquilidad. Esas ideas siempre han estado en el ambiente de la sociedad vasca y a mí se me quedaron muy grabadas. Este libro forma parte de una serie que se llama 'Gentes Vascas' y está anunciado así. Intento reflejar el panorama humano tal como lo he conocido. Había gente así, pero eso no quiere decir que los considere representativos.

La madre poderosa y castradora es un tópico que casa mal con los tiempos que vivimos.

Pero, como todos los tópicos, probablemente tenga un poso de verdad.

En este libro vuelve a aparecer un cementerio.

Es que si no aparece uno, no es un libro mío.

¿Por qué esa fijación?

Es una marca, como eran esas breves apariciones que Hitchcock hacía en sus películas. Creo que viene de la primera vez que pisé uno con mi madre. Yo tenía unos siete años y fuimos a visitar la tumba de mi abuela y esa visión de la piedra con el nombre despertó mi conciencia de la caducidad de la vida.

¿Vivir en Alemania desde hace tantos años le da una necesaria distancia sobre su tierra?

Sí, sin duda. Es posible que la lejanía me dé más libertad. Es más difícil percibirse libre si salgo a la calle, me amenazan, me increpan o me agreden.

¿Se ha sentido agredido?

Lo he sentido cada vez que alguien lo ha sido en nombre de unas convicciones. Pero en lo personal, no quiero hablar de ello. Yo en las entrevistas soy mucho más hostil con el nacionalismo de lo que muestro en mis novelas. Así que entiendo que me llamen tocapelotas.

¿Disfruta siendo un tocapelotas?

Sé que he sacado de quicio a mucha gente. ¡Qué se le va a hacer! Me da igual. Si tuviera miedo a la hora de escribir me dedicaría a otra cosa, a la minería o al ajedrez, que también, dicen, son apasionantes.