Le fumoir

«Babylon»: no se la pierdan

Una imagen de 'Babylon'.

Una imagen de 'Babylon'. / L. O.

Javier Puga Llopis

Anoche fui a ver Babylon. No soy crítico de cine, ni siquiera entendido, ni uno de esos boomers puristas y algo plastas que reniegan mucho de Netflix y algo menos de Filmin y que creen que cualquier película, por pequeña que sea, hay que verla en pantalla grande. Pero esta sí. Vayan a verla. Babylon se sitúa en la primera belle époque del Hollywood mudo, donde todo estaba permitido y todo por hacer. Es un maravilloso fresco con guiños contemporáneos y un inmenso homenaje al cine, a sus orígenes y a los locos pioneros de aquel primer metaverso. Pero es sobre todo un gigantesco corte de mangas a la deriva que la industria de este ya viejo arte ha tomado en los últimos tiempos, un estridente manifiesto contra la corrección política y social. Contra la corrección, a secas.

Lo que su director, Damien Chazelle, nos viene a decir, como ya hizo Wilde en su día, es que la vida se encarga de imitar al arte, y que el cine no nació para ser reflejo de la sociedad. Para eso ya está el teatro del absurdo, o el cine sueco y sus películas de oscuro existencialismo y dosis letales de alcohol, o los franceses y su Nouvelle vague de cuitas pequeñoburguesas y amores a tres. Aquello era otra cosa. Hollywood nació como un espejo deformado de Norteamérica, y muchos han querido alisarlo, cincelarlo, y lustrar su azogue hasta que devolviera una imagen idílica del país.Bellow decía que Los Ángeles era el receptáculo de todas las piezas sueltas de América cuando el país se veía sacudido. Hollywood fue la nueva frontera adonde fueron a parar los fracasados del sueño americano, soñadores sin remedio y buscavidas sin blanca durante aquella epopeya contemporánea. El de sociedad era un concepto que a aquel incipiente kibutz le quedaba chico y del que no quería ni oír hablar, pues todos los que allí arribaban eran juguetes rotos que huían siguiendo al sol de ese alma máter fría y despiadada que había sido su vida anterior.

Aquel primer Hollywoodland que muestra la película se parece más al festival Burning man que a la militancia impertinente y beata de la bobería woke. Chazelle y la Paramount lanzan un J’accuse de tres horas y media, que es una causa general y mordaz que se mofa del presente evocando el pasado. Alguien tenía que hacerlo. Babylon es un larguísimo metraje que reivindica el exceso como vara de medir, el cine como evasión, como acelerador de emociones, como zona franca alejada de toda convención. Es una llamada al orden, un tiro de coca largo como una ópera, un viaje a un Macondo gringo de impurísimas saturnales, con Margot Robbie y Brad Pitt como falleros mayores de esa pira funeraria del cine mudo.

Babylon es El Gran Gatsby y es Érase una vez en Hollywood, es Barton Fink y Sunset Boulevard. Es el caos coral de Berlanga y el surrealismo delirante de Fellini. Es un Retrato de Dorian Gray al que se le retira la sábana que lo cubre. Transita Babylon por los arrabales de la moral, por una linde donde puede tener cabida el suicidio, pero no el aburrimiento, una república en 35 mm. que no es de este mundo y que no duda en devorar a sus embajadores, como bien muestra el film. Se agradece que se haya estrenado con fanfarria una película en la que se vuelven a ver tetas y culos y falos y gente follando y drogándose, para escándalo de una burguesía judeocristiana y advenediza que se empezaba a instalar en el valle, con sus empinadas narices trufadas de prejuicio e impostado refinamiento. Es un Las Vegas a poniente, un casino donde no solo se pierde dinero, sino donde se puede dejar uno la vida en un mal lance con el vicio, o la reputación y el sustento en un duelo con la prensa de aquella corrala angelina, tras el venablo envenenado de una crítica de labios muy rojos y lengua de áspid. Pero es también un Parnaso, un lugar donde se puede alcanzar la inmortalidad por mor de un papel más grande que uno mismo, en el que el intérprete llega a trascender su propia sombra alargada y tocar el cielo con los dedos, arrastrando al espectador con él en ese viaje de ilusión que muchas veces se parece a la vida. Todo eso es Babylon. No se la pierdan.