El posible asesinato de un mito

Jorge Edwards: "¿Mataron a Neruda? No me lo creo… o tal vez fue así"

El escritor y diplomático chileno residente en Madrid, ayudante, amigo y biógrafo del gran poeta de su país, evoca los últimos días de la vida de este, separados por un océano pero siempre al habla

patxilopez

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Juan Cruz

Juan Cruz

"¿Mataron a Neruda? No me lo puedo creer… demasiado grande, demasiado vital, demasiado fuerte hasta en los últimos días de su vida. No, no puede ser". Jorge Edwards está sentado en su chaise longe de siempre, debajo de un gran espejo, enfrente los numerosos libros que lo acompañan en su retiro de Madrid, donde un escritor, Jorge Benavides, peruano, amigo suyo que lo va a ver con frecuencia, y este periodista lo visitan para saber cómo está, cómo va la salud de este hombre que tiene 92 años bastante vividos, pero que conserva una memoria de cristal irrompible.

Le dimos los detalles que ha divulgado, primero, la prensa de Chile: fue un envenenamiento, los rumores de que había sido asesinado, que corrieron como la pólvora (o como el veneno), parecen ser ciertos, aunque, le dijimos, hasta este miércoles no se sabrá a ciencia cierta si el régimen recién inaugurado entonces, la satrapía de Pinochet, consiguió su propósito de borrar de la faz de la tierra hasta este vestigio impresionante de poesía que constituía, que constituye, Pablo Neruda.

Edwards conoció a Neruda cuando era un letraherido adolescente que se ocupó del maestro como si fuera a ser eterna la amistad. Y halló ese propósito. Hasta cuando ya partieron camino: el poeta (El Poeta) regresó desde París a Chile en junio de 1971 a "ayudar a que Salvador Allende ganara la presidencia" (eso dijo en Tenerife, donde hizo escala el Christophoro Colombo que los llevaba a él y a su mujer, Matilde Urrutia), y Edwards siguió en la Ciudad de la Luz que los dos amaban.

Desde que se deshicieron los equipajes de Neruda éste no cesó de corresponderse, por carta o por teléfono. Las cartas, depositadas en los archivos de la Universidad de Princeton, están abiertas a consulta, y fueron frecuentes sus llamadas, sobre todo las de Pablo, asombrado ante lo que se avecinaba en Chile, consciente de que una victoria despiadada de la ultraderecha militar lo tendría a su amigo Allende y a él mismo como parte de un botín de sangre. Pero el poeta se resistía a la realidad como un niño. No mucho después Chile se moría a manos de una dictadura que había enseñado los dientes y a cuya fiereza Neruda aludió en alguna que otra carta de entonces. 

Pablo Neruda (izda.) y Jorge Edwards.

Pablo Neruda (izda.) y Jorge Edwards. / Archivo

Pero Neruda murió, finalmente, de muerte natural. ¿De muerte natural? Muy pronto surgió la serpiente de la duda: Pinochet no lo quería vivo, era demasiado mito presente, no bastaba con la violenta desaparición de Allende y de otros de sus compatriotas adheridos. Y sí, insistían los rumores de entonces que ahora parecen acreditados por la ciencia, era demasiado fácil matarlo incluso en su prolongada agonía.

En la conversación que mantuvimos con Edwards, una vez repuesto el premio Cervantes de la resurrección de un rumor que parecía obsoleto, el autor de Adiós, poeta…, memoria de sus inolvidables años con Neruda, empezó a atar cabos sobre aquellos últimos días de Neruda. El Poeta estaba muy delicado de salud, "yo lo vi muy enfermo". Él conoció al doctor Velasco, que se ocupaba de la salud ya imposible del Nobel, y este doctor le hacía notar, cada vez que se hablaban, de la imposible recuperación de aquel que luchaba por su vida como si se agarrara a las maderas que guardaba como amuletos en su casa de Isla Negra.

Neruda tenía mucho miedo a morirse porque sabía que estaba enfermo y se agarraba a la vida con todas sus fuerzas, hasta con la fuerza de la duda"

Neruda se fue a su país, "yo me quedé en París". "Él me escribió desde Chile y me llamó por teléfono desde Isla Negra y en aquellas conversaciones, antes del desastre total, me decía que el país iba bien, y que, además, los caballos de la derecha, eso me dijo, estaban asustados". Imposible que lo mataran, insistía Edwards, como si la evidencia probable del veneno fuera todavía, en la conversación, una hipótesis policiaca sacaba de una novela increíble. "Neruda", nos dijo el autor de Persona non grata mirando al aire como quien imagina todas las conjeturas, "tenía mucho miedo a morirse porque sabía que estaba enfermo y se agarraba a la vida con todas sus fuerzas, hasta con la fuerza de la duda. Él evocaba la figura de un político venezolano que fue su amigo, tenía su misma edad, y cuando supo de su muerte en seguida asoció su destino al suyo, con estupor, sabiendo que los dos padecían, padecieron, la misma enfermedad: cáncer de próstata". 

No es necesariamente mortal esa enfermedad, le dijimos, así que lo que dicen ahora de que pudo haber sido envenado, es decir, ayudado a ser llevado de este mundo a la fuerza, cobra verismo. Pudieron haber precipitado su muerte, Jorge. 

"Es difícil de creer… Era un vitalista, no se quería morir, amaba la vida. Tenía amor por la comida, por las mujeres, por la naturaleza… Es que Neruda era, sobre todo, el poeta de la naturaleza. Un día lo vi sentado en el suelo, mirando con una lupa a un ciempiés. Matilde [Urrutia] me contó que a su marido, cuando estaba en Isla Negra, le gustaba levantarse a las seis de la mañana para ir a oír cantar los pájaros…"

Ese libro, Adiós, poeta, es el más fidedigno exponente de la pasión de amistad y literatura que haya habido entre los testimonios que siguieron a la muerte de Neruda. "Pero el gran libro suyo en el que está todo, todo, es Memorial de Isla Negra. Ahí está todo sobre él". Usted, Edwards, es el que mejor lo conoció. "Eso mismo me decía Matilde. Pues, claro que sí, eso es cierto".

Y ahora Chile tiene otra vez noticias de don Pablo. Chile en su corazón… "Sí, pero Neruda tenía dos amores: París y Baudelaire… ¿Y las mujeres también? Pues sí. ¿Era un depredador, un mujeriego? No lo sé. No creo. Eso sí, era un poeta muy enamorado. Un día le pidió a su secretario que se las arreglara para que una chica muy joven, sobrina de Matilde, lo fuera a ver a la clínica donde él estaba muriéndose. La policía lo supo y al secretario lo apresaron y lo molestaron de tal manera que a las dos semanas se murió".

La conversación duró más, hasta el mediodía de Madrid, cuando ya el hambre le reclamaba, esta vez, comida china. Pero nos quedamos con esa última interpretación de la historia (a un servidor próximo a Neruda lo mataron, seguramente, por incumplir razones de la dictadura). Así que le preguntamos a Edwards si esta nueva hipótesis no avalaría la sospecha de que a Pinochet no le interesaba, ni grave, la supervivencia del poeta más importante de su historia. Un comunista que había ido a ayudar a Allende a luchar "contra los asustados caballos de la derecha".

Para llegar a su propia duda, el escritor que más cerca estuvo de Neruda dio algunos vuelcos a la historia.

Cuando se estaba muriendo "Neruda me llamó y me dijo: 'Está el mar glorioso. Vuelve de París y verás…' Lo quise mucho. Un poeta chileno, Armando Uribe, me decía que Neruda era mi papá… Me fascinó desde que leí, en el colegio, los primeros versos de Veinte Poemas de amor… 'Cuerpo de mujer/ blancas colinas/ muslos blancos./ Te pareces al mundo en tu actitud de entrega'… y qué sé yo. Para mi es inolvidable el día en que lo conocí. Me llevaron a su casa, ahí estaba patente su pasión fotográfica. Tenía las fotos de Baudelaire, de Walt Whitman, de Alan Poe. Era su triada. Siempre nos escribimos, nos llamamos. Eran cartas donde me contaba su gusto por ‘las chirimoyas alegres’… Estaba muy enfermo la última vez que hablamos. Muy enfermo. Por eso les digo que no creo lo del veneno".

-Lo dice la ciencia.

-No. O tal vez, quién sabe, ahora que lo dicen. En fin. Miren: Neruda se quedaba conmigo hasta tarde, bebiendo whisky, charlando. Él tenía un osito de peluche en su dormitorio. Y en su ropero tenía muchas chaquetas de caschemir. También le gustaba la ropa. Un día, en París, se compró una chaqueta negra y dijo: tenemos que darle una fiesta a esta chaqueta hermosa. Ay. Así era él.

¿Envenenado? Tal vez. Él lo recuerda vivo.