ARTE

Las mujeres artistas que fueron borradas de la historia por el patriarcado

¿Acaso no hubo mujeres artistas? Katy Hessel responde a esta pregunta con un libro que repasa la historia del arte en el que, por vez primera, los hombres tienen un papel residual

Pauline Boty, ’La única rubia del mundo’. (1963).

Pauline Boty, ’La única rubia del mundo’. (1963). / CEDIDA

Eduardo Bravo

"Hace unos diez años comprobé que no sabía prácticamente nada sobre mujeres artistas. ¿Cómo era esto posible? ¿Acaso no había habido mujeres artistas? ¿Por qué no sabía nada de ellas? Me di cuenta de que la Historia del Arte se estaba narrando desde una perspectiva brutalmente desequilibrada, así que decidí dedicarme a estudiar sus obras", explica Katy Hessel, historiadora de arte y comisaria de exposiciones británica que, después de años gestionando @thegreatwomenartists —cuenta de Instagram dedicada a reivindicar a mujeres artistas—, acaba de publicar Historia del arte sin hombres (Ático de los libros), un ensayo en el que explica por qué las mujeres han quedado relegadas de la historia del arte.

"Entre otras cosas, en mi libro hablo acerca de la exclusión de la categoría de 'arte' de determinadas formas artísticas, como los tejidos o la alfarería. Si ya era difícil que una mujer accediera a una educación artística, de por sí muy costosa, a aquellas mujeres que se dedicaban al arte se las confinaba a determinados géneros considerados 'menores'. Incluso si una mujer sobresalía en uno de ellos, seguía estando fuera del grand Art, como sucedió con Harriett Powers, mujer afroamericana nacida en la esclavitud que desarrolló un fascinante universo pictórico en sus quilts", recuerda Hessel, que considera imprescindible "dinamitar el canon artístico" por entender que, desde su origen, ha sido un proceso "profundamente patriarcal y occidentalocéntrico en el que las mujeres no tenían lugar".

Dulcificar la violencia

Además de expulsar a las mujeres de los museos y las academias, esa historia del arte patriarcal ha acogido con gusto obras que representaban actos de violencia hacia la mujer, cuyo peligroso mensaje se ha visto suavizado a través de los títulos elegidos para las obras que, como sucedía con el canon, también han sido decididos por los hombres.

"En la tradición artística occidental, el papel de las mujeres es el de mero objeto, el de ser sometidas a una cosificación deshumanizante. Fueron hombres quienes establecieron esta tradición patriarcal y 'dulcificaron' y erotizaron escenas de la más cruda violencia sexual, en muchos casos porque estaban sancionando una tradición mitológica, como sucede en las violaciones de las sabinas o de Proserpina. Lo mismo sucedió con Retrato de Madeleine, un cuadro que, aunque fue realizado por una pintora, Marie-Guillemine Benoist, y se supone que simboliza la emancipación de las personas africanas, la autora no se molestó en recoger el nombre de la modelo. Solo en tiempos recientes, tras una investigación en 2019, se ha podido establecer su identidad".

Si bien la situación de las mujeres en el arte mejoró posteriormente con la aparición de movimientos como el Arts&Crafts, cuyos miembros eran sensibles a las reivindicaciones feministas y estaban dispuestos a considerar valiosas esas actividades tenidas tradicionalmente como propias "de mujeres", escuelas de vanguardia tan prestigiosas como la Bauhaus volvieron a desarrollar sesgos claramente machistas.

Vista frontal y trasera de la escultura de Elizabeth Catlett 'Unidad negra' (1968).

Vista frontal y trasera de la escultura de Elizabeth Catlett 'Unidad negra' (1968). / CEDIDA

"La Bauhaus se ha convertido en un mito y los mitos no dejan de ser relatos que transmiten de forma sencilla una historia que arraiga en la mente de la gente. Por ello, si bien es difícil deshacerse de ellos, es necesario saber cómo operan, conocer los intereses que los pusieron y mantienen en circulación para ejercer la crítica sobre ellos. También hay que elaborar nuevas narrativas conscientes de su función en el mundo moderno, que reclamen una igualdad efectiva a todos los niveles y el fin de las discriminaciones por género, raza, ingresos económicos o cualquier otro motivo".

Arte sin tradición, arte libre

Además de los cambios sociales, una de las claves para que mejorase la situación de la mujer en el mundo del arte fue la aparición de nuevas técnicas como la fotografía. "Esta disciplina no cargaba con la larga tradición de patriarcado que tenían la pintura o la escultura. Había que estar dispuesto a nuevas miradas y las pioneras de la fotografía lo estaban. A veces se trataba de visiones íntimas de la sociedad y, en otras, era una mirada más social. Ejemplo de ello podrían ser Vivian Maier —retratista que realizó su obra mientras trabajaba como niñera y cuyas fotografías solo se hicieron públicas después de su muerte— y Dorothea Lange, a quien se conoce por ser la fotógrafa de la Gran Depresión por antonomasia".

Sin embargo, y aunque sean técnicas casi coetáneas, una cosa es la fotografía y otra el cine. Mientras que la primera permitía que las mujeres desarrollasen su carrera artística sin necesidad de grandes presupuestos, la industria del cine continuaba estando en manos de hombres, lo que hacía que muchos proyectos estuvieran vetados a las mujeres. "Realizar cine es caro, por lo que, si a esa primera barrera le sumamos aquella que las mujeres encuentran todavía hoy para llegar a posiciones de responsabilidad, tienes una situación en la que los directores más famosos son prácticamente hombres. A pesar de ello, las dos últimas ganadoras de los Oscar a la mejor dirección han sido mujeres. Se percibe una cierta intención de que se reconozca a las mujeres como directoras, pero todavía hay mucho camino por andar".

El hecho de que en los últimos tiempos las mujeres estén asumiendo cargos de responsabilidad en museos, centros de arte o empresas multinacionales está ayudando a que ese escenario de discriminación cambie más rápidamente. "Sin duda, los museos, como toda la sociedad moderna, cargan a sus espaldas una larga tradición patriarcal, pero es cierto que, en los últimos años, las cosas empiezan a nivelarse. En parte porque las mujeres han llegado a posiciones de poder en la dirección museística, pero también porque la sociedad exige que las mujeres estén presentes en todas las facetas de la sociedad, incluido el arte", explica Hassel, que suma al problema de la discriminación de la mujer el hecho de que, hasta hace unas pocas décadas, la sociedad occidental tampoco había permitido que se escuchasen las demandas de no discriminación por raza u orientación sexual. "Esto hace que las tres sean luchas entrelazadas que se respaldan mutuamente. Una artista mujer de herencia africana y lesbiana podrá hoy exponer e incluso hacerse famosa, pero para ello habrá tenido que sortear más barreras que nadie. Eso no puede seguir siendo así", reclama Katy Hessel, cuyas demandas de igualdad no se circunscriben a la sociedad occidental.

"En un mundo interconectado, las luchas tienen que ser globales y prestarse apoyo mutuo. El feminismo tiene un papel que cumplir en todo el mundo. En algunos países asiáticos o musulmanes se vulneran derechos humanos, entre ellos, los de las mujeres. Crear arte en un entorno así se vuelve mucho más difícil, y aunque esto afecta tanto a los hombres como a las mujeres, son ellas las que se llevan la peor parte porque, al ambiente represivo, se le suma la falta de consideración por el simple hecho de ser mujeres. En estas situaciones, el papel del arte y de las artistas adquiere una dimensión más urgente que nunca".