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El dolor, el estigma y la culpa: el precio de ser un superviviente de Hiroshima y Nagasaki
El periodista malagueño Agustín Rivera reúne en un libro las voces en primera persona de quienes sobrevivieron a las bombas atómicas
José Luis Picón (EFE)
El dolor por el recuerdo, el estigma o el sentimiento de culpa son algunos de los denominadores comunes de los hibakusha, quienes sobrevivieron a las bombas atómicas lanzadas por EEUU sobre Japón en 1945, como recoge el libro Hiroshima. Testimonios de los últimos supervivientes (Kailas). Su autor, el periodista malagueño Agustín Rivera, explica en una entrevista que este trabajo reúne las voces en primera persona reunidas en sus sucesivos viajes a Japón desde 1995 y durante su etapa como corresponsal en ese país. Ayer lo presentó en La Térmica con José María de Loma, redactor jefe de La Opinión de Málaga, y el escritor José Antonio Garriga Vela.
«Cada vez quedan menos supervivientes, y muchos de los que quedan no pueden hablar por sus dificultades, porque tienen alzheimer o han perdido la memoria», señala Rivera, quien resalta que «hay mucho estigma»: «Muchos no han contado que eran supervivientes hasta una edad muy avanzada porque, si lo hacían, podían perder el empleo o tenían dificultades para encontrar pareja o para tener hijos».
El informador malagueño ha querido recoger los testimonios no solo de la primera generación de hibakusha, sino también de sus hijos y nietos, y no relatar únicamente lo ocurrido el 6 y el 9 de agosto de 1945 y contar además «cómo era su vida antes y después» de las bombas.
Ciudades
«Hiroshima y Nagasaki son dos ciudades que han tenido mucha resiliencia. En el libro he intentado destacar que hoy son ciudades alegres, modernas y cosmopolitas, que poco a poco van superando el trauma, sin olvidar lo que pasó pero mirando hacia adelante».
Precisa Rivera que consideraba «muy importante hablar de Nagasaki, una ciudad injustamente olvidada, porque parece que todo pasó en Hiroshima, pero en proporción allí fueron mucho más graves los efectos». En esto influye que Hiroshima «está más cerca del clásico circuito turístico Tokio-Osaka-Kioto, y que hasta hace poco tampoco llegaba el tren bala hasta Nagasaki, pero es una ciudad con encanto».
Entre los testimonios abunda «el sentimiento de culpa por sobrevivir o por no haber podido ayudar a otros afectados, como en el caso de Masayo Mori, «que se siente con culpa por no haberle dado agua a una niña de 6 años, y eso ha sido para ella un tormento durante toda su vida». «Es destacable que los japoneses no sienten odio ni deseo de venganza contra los americanos, e incluso sienten vergüenza y piensan que, si Japón no hubiese lanzado el ataque de Pearl Harbor, EEUU no habría entrado en la Segunda Guerra Mundial y no habría habido guerra en el Pacífico», resume.
Para el periodista, «no hay dos países en el mundo que hayan sido enemigos tan íntimos y que unos años después hayan sido grandes aliados», y resulta «admirable» cómo los americanos «ayudaron a reconstruir Japón», país que en los años 80 y 90 «estuvo a punto de superar a EEUU como primera potencia económica mundial».
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