Entrevista | Bret Easton Ellis Escritor

"Los hombres son hombres y las mujeres son mujeres. Yo quiero un tío de verdad, un tiarrón"

Cuando todo el mundo estaba levantando el acta de defunción del que fuera el niño prodigio de la literatura norteamericana de los 80, el autor de 'American Psycho', se descuelga con una novela de casi 700 páginas que ha sido saludada como una obra maestra, 'Los destrozos', en la que reescribe 'Menos que cero', aquella novela salvaje de instituto. La presentará presentará el próximo 8 de junio en el Auditorio del Museo Picasso Málaga (19.30 horas), dentro del programa de actividades del CAL

Bret Easton Ellis, ayer en Madrid

Bret Easton Ellis, ayer en Madrid / David Castro

Elena Hevia

'Los destrozos' (Penguin Random House) cuenta con todo lo que los que se acercan a los libros de Ellis aman y odian: violencia, sexo, chicos y chicas tan guapos y pijos como vacuos, su obsesión por las marcas y las canciones ochenteras y una capacidad mágica para crear atmósferas fantasmagóricas. 

A Bret Easton Ellis la crítica suele recibirlo con consideraciones muy polarizadas, pero esta vez ha recibido opiniones muy favorables, se habla incluso de obra maestra. ¿Se siente vengado? 

La verdad es que en EEUU la sensación no es esa. Ese entusiasmo nunca lo he visto. Si miras en Amazon o en GoodReads las opiniones son o cinco estrellas o una. En Europa, sí que tienes razón, la reacción ha sido muy diferente. En EEUU sigo siendo, incluso con esta novela, una figura de polarización y el establishment literario en Estados Unidos nunca me han tomado en serio. Nunca me han dado ningún premio. 

La crítica de 'The New York Times' era favorable.

Pero acusa a la novela de ser demasiado larga. Fue una crítica menor que no salió en la edición diaria y no me sacaron un artículo como previa. 

Se puede decir que sus novelas han ido reflejando su propia biografía, siguiendo las distintas etapas de su vida. Pero esta novela es un poco distinta porque proyecta la mirada de un hombre maduro hacia su adolescencia.

He buscado durante años la manera de escribir 'Los destrozos' y no la encontraba. Lo hice a los 18, a los 26, a los 34, a los 42. Quería hacerlo desde el punto de vista de un Bret que cuenta su historia cuando tenía 18. Y un día de abril de 2020, iniciada la pandemia, escribí: «Recuerdo que era un domingo». Y ahí se me abrieron las compuertas de la creación. Me dije: «Esto lo estoy escribiendo yo ahora con la edad que tengo, pensando en ese año». Es una novela sobre el pasado y de ahí surgieron todas esas sensaciones de que aquel 1981 fue mejor. La música era mejor. El sexo era mejor. Esa mirada es lo que da el sentido al libro. 

Le divierte jugar con el lector haciéndole pensar qué es real o no esta novela. 

Nunca pienso en el lector. Escribo para mí, el lector soy yo. Escribo porque necesito escribir. Fíjate que he estado 13 años sin sentir la necesidad de que me lea nadie. 

Pues dígale a esta lectora qué cosas son reales en esta novela. 

El 60% es real y el otro 40% no. Mucho de lo que cuento del asesino en serie al que llaman El Arrastrero proviene de esa época, cuando había asesinos en serie por todas partes y daban muchísimo miedo. Los amigos del Bret del libro eran mis amigos. Todo sucedió o todo eso se basa en lo que sucedió. Empecé escribiendo una novela de formación sobre el paso a la edad adulta y por el camino se introdujo la novela negra.

¿Esos amigos han leído la novela? ¿Les ha parecido bien?

Yo no estoy en Facebook, no sé como usarlo, me ayuda mi novio. Un día recibí un mensaje ahí y no reconocí a la mujer que me escribía porque se había casado y había cambiado de nombre. 40 años después me dijo: «De todos los nombres que existen, por qué coño me has tenido que llamar Debbie».

Debbie es la novia que tuvo en el colegio y con la que fingía ser heterosexual.

Eso es. Le escribí, nos reunimos y me dijo: «Yo sí sé lo que es cierto y lo que no, pero es que has metido toda nuestra relación en el libro, ¿cómo puedes acordarte?». Hay otro amigo de entonces con el que no he perdido el contacto y me dice: «Ni me he leído ni me pienso leer ese tocho, que la vida es muy corta».

La novela es también la crónica de una salida del armario, algo que no ha aparecido apenas en sus novelas. ¿Por qué esta necesidad ahora?

En la década de los 80, ser un escritor famoso y gay bajo la sombra del sida no era algo que te beneficiara. No quería que mis libros acabaran en la sección LGTBI de la librería. Primero era escritor y luego gay. Así que no salí del armario entonces. Nunca les dije a mis padres que era gay. Nunca me molestó serlo. Oficialmente, salí del armario en el 2005 en una entrevista de The New York Times. Ahora con 59 años, todo eso es algo que me la suda. 

El Bret de su novela sufre bastante a la hora de esconder su homosexualidad. Usted reivindica los 80 como los años con más libertad. ¿Contradicción?

Es que ese fue el año malo para mí. El único año que me molestó ser gay, cuando traté de ser popular en el colegio, cuando me eché una novia para mantener las apariencias. Me pareció que siendo gay no iba a lograr las cosas que quería. De eso va Los destrozos, de reconciliarme con ese año en el que ser gay dolía mucho. 

Son muy conocidas sus relaciones nada cordiales con el feminismo. Así que resulta curioso que en el libro explique un Me Too, de cómo aceptó pasar por la cama de un productor para que este comprara un guion suyo. Aquel Wenstein de turno tenía 40 años y usted era menor. 

Eso ocurrió. Un productor fingió que le interesaba un guion que yo tenía. Yo con 17 años era guapo y atlético y no me daba cuenta de que era deseable. Me invitó a su hotel y cuando llegamos supe que aquello no iba del guion. Decidí acostarme. Pero no me atacó ni me violó. Ahora se consideraría un abuso, pero en aquel momento sentía que yo tenía el poder. 

¿Ahora, con 59 años, sigue pensando lo mismo? 

El poder que me llevó a esa habitación fue mi juventud y mi belleza. Pero eso no me traumatizó. Lo que sí me traumatizó fue el amor no correspondido de un amigo, eso fue mucho peor que mamársela a un viejo en un hotel. Ahora hay una generación diferente. Una amiga actriz, compañera de generación, me dijo el otro día: «Si yo hubiera sabido que lo único que había que hacer era acostarse con el productor, lo hubiera hecho contentísima».

En 'Blanco', su anterior libro, criticaba bastante a los millenials, su pareja lo es. ¿Eso no le ha supuesto algún problema doméstico? 

Llevo ya 13 años con un millennial. Escribí sobre ellos con empatía, pero en los titulares solo salieron los comentarios negativos. Mi novio se molestó un poco, sí, pero nada comparable a los muchos amigos liberales que dejaron de hablarme. Claro que algunos se disculparon porque muchas de las advertencias que yo daba ahí, con la cultura de la cancelación, por ejemplo, se han acabado cumpliendo. 

Lleva una cruzada contra lo políticamente correcto.

Es que lo políticamente correcto es peligrosísimo. Y está pasando en todo el mundo, especialmente en la clase cultural elitista de Estados Unidos, donde están cancelando revistas y autores por tener las opiniones incorrectas. Justo antes de venir, en Michigan, un chico estaba en el aula de su instituto y dijo: «Los chicos son chicos, las chicas son chicas y no hay nada en medio, ningún tono de grises». No le dejaron graduarse con el resto de sus compañeros. 

¿Pero como homosexual no piensa que reducir el sexo a un asunto de blanco y negro no se corresponde con la realidad?

 Yo creo que el mundo es binario. Los hombres son hombres y las mujeres son mujeres. Yo quiero un tío, no quiero una cosa a medio camino, quiero un tío de verdad, un tiarrón. No soy de medias tintas, pon eso de titular en tu artículo. Todos los tíos con los que salgo son machotes. ¿Qué te crees, que vamos por ahí buscando afeminaditos? No, queremos tiarrones con tipazo.

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