Ciudades abandonadas
Armero, la sombra de Dios
Continuamos un periplo por rincones olvidados del mundo con la ciudad en la que el volcán Nevado del Ruiz se cobró su deuda

Armero, la sombra de Dios. / ILUSTRACIÓN DE JAVIER RICO
En el descenso del río Lagunilla se encuentra Armero. El cauce de asfalto desciende por una alameda de edificios de una o dos plantas. Las fachadas con puertas atrancadas, visillos en los postigos y cortinas de plástico en el umbral para evitar el polvo que levantan las reatas de burros conducidos por los arrieros a su paso hacia Guayabal.
La mañana armerita despierta con el canto de los gallos en las granjas de las afueras, con el ruido estridente de las bocinas de los vehículos y el jolgorio de los niños caminando en fila hacia el colegio de la Sagrada Familia. Diminuto ejercito uniformado de cartera, lápices y goma de borrar. Al oeste del Parque de los Fundadores, el campanario de la iglesia de San Lorenzo apunta el camino hacia el cielo, muros de piedra, paredes encaladas y las campanas de bronce que redoblan cada domingo llamando a la misa de las doce. El tráfico no descansa desde que la luz asoma por encima del volcán, chirrían los engranajes de los motocarros, la rodadura del caucho por encima del alquitrán, las furgonetas repletas de jornaleros de camino a las haciendas, allá donde las laderas del Nevado del Ruiz se aplanan y entre la tierra de los bancales crecen el maní, el café y la arracacha.
Los puestos del mercado exponen pirámides de patatas, papayas, arvejas mientras al otro lado del oscuro callejón, los vendedores de pescados, calzados con botas negras de agua, desembarcan las cajas de bocachico, cachama y mojarra salpicando de agua y sangre la piedra de los mostradores. A unos metros del mercado, el olor de los tamales rellenos de papa, ajo, cebolla y carne de cerdo se escabulle entre los puestos de comida hasta los callejones, y en algunas cocinas de la calle 11 burbujea la sancocha de gallina que huele a cilantro, a yuca y a plátano.
Por la noche, la tímida luz de Armero prende temblorosas sombras sobre noviembre. En el teatro Bolívar se proyecta Las últimas noches de Pompeya, y en el Café Ancla discuten acerca del agua del río; unos dicen que baja más oscura de lo normal, otros que ya ha ocurrido otros años. Mientras tanto, en las fincas de las afueras, las brasas de leña humean por las chimeneas como volcanes caseros, llevándose el calor de los hogares de Armero al cielo de Colombia.
Lo que hace a Armero diferente de las otras ciudades abandonadas que he descrito, es que permanece viva en el recuerdo de este narrador. Todo el lodo que la inundó aún ensucia una parte de mi memoria, como si aquella noche del 13 de noviembre de 1985, me encontrase aupado a uno de los tejados contemplando como se disolvía la montaña en un desagüe de piedras, y sumergía a Armero bajo el limo de un lecho de fuego y lodo. Aún hoy, mientras drenamos el pasado, resiste la niña Omayra Sánchez, agarrada fuertemente al remordimiento del grosor de una viga de madera. No pudo ser. El fuego, el agua y el fango fueron más fuertes que sus rescatadores, fueron más fuertes que la impotencia de millones de televidentes frente al televisor. Fueron más fuertes que Dios, quien aún busca coartada para aquella noche.
El volcán Nevado del Ruiz se cobró su deuda con un fausto que tras más de 35 años aún está por dar la cara. 25.000 personas se convirtieron en tierra aquella noche de noviembre y hoy forman parte del fuego que palpita bajo la montaña colombiana. Los supervivientes viven dispersos por los pueblos de alrededor, negándose a marcharse, por si algún día el volcán les compensa aquello que les robó. Y el resto que lo presenciamos, refugiados detrás de las ondas, nos obligamos —cada día, desde entonces— a oír las quejas de la naturaleza, su rabia contenida bajo la capa taponada de los cráteres. Sin embargo, ya todo es silencio en el lugar donde un día latió el corazón de Armero: restos de muro, la cúpula de la iglesia, algún que otro rótulo sobre las fachadas y tierra seca.
En el descenso del río Lagunilla se encuentra Armero. El cauce de barro desciende por una alameda a cuyos lados se alinean los asimétricos muros de piedra que sostienen el recuerdo y la advertencia.
- Las redes arden con el debate de la peor provincia de Andalucía: 'Costa no tendremos, pero somos la provincia con más playas de interior...
- Dos 'influencers' enloquecen con el plato tradicional de un pueblo andaluz: 'No sabíamos ni que existía
- Un nuevo chiringuito desembarca en Málaga, en el paseo marítimo de La Misericordia
- Esta es la taberna más famosa de toda Cádiz: más de 70 años de historia y platos desde 5 euros
- Este es el pueblo andaluz a poco más de una hora de Málaga, reconocido por National Geographic como el que mejor vistas tiene del mundo
- El Centro de Internamiento de Menores de Málaga irá ubicado en la urbanización El Olivar, de Churriana
- El transporte público vuelve a ser gratis este verano en Málaga: cómo solicitarlo
- Juanma Moreno reta a Óscar Puente y se ofrece para hacer el tren litoral de Málaga: 'Si el Gobierno se siente incapacitado, que hable con nosotros