Ciudades abandonadas
La suerte se encuentra en Consonno
Continuamos un periplo por rincones olvidados del mundo con la ciudad fantasma que fue el sueño febril y delirante del empresario italiano Mario Bagno

Cosonno / L.O.
La suerte juega al escondite en Consonno. En ocasiones, se deja ver por encima de la bóveda del centro comercial, pero cuando estás a punto de atraparla, se precipita por las destartaladas escaleras de una Pagoda para burlarse a través de la balaustrada que pende sobre las antiguas tiendas de souvenirs.
Allá por los años sesenta, un empresario italiano llamado Mario Bagno se aventuró a encontrar la fortuna sobre las faldas de las montañas de Brianza, en un pueblo escondido de la región de Lombardía. Ninguno de sus habitantes rechazó la suculenta oferta del Sr. Bagno. Eran doscientos campesinos cansados de arrinconar a la suerte entre vacas y cerdos, de esperar a que brotase entre las plantaciones de trigo. Abandonaron sus casas de piedra gris con tejados a dos lágrimas, por donde se deslizaba el infortunio entre tejas de terracota y apretaron las liras en sus bolsillos remendados mientras emprendían el éxodo en pos de un nuevo sino.
Simulando Las Vegas, el empresario inmobiliario construyó un lugar para el ocio, pero concibió el proyecto al estilo spaguetti y lo denominó La città dei giochi. De Nevada importó la extravagancia de combinar diseños arquitectónicos de distintos continentes que convivieran muro contra muro. De este modo se levantó el surrealista Grand Hotel para alojar a las ingentes masas de turistas que profetizaban los estudios de mercado. Se construyó un centro comercial coronado por una Pagoda budista junto a un falso minarete islámico carente de un muecín que entonara la llamada a la oración. En la excéntrica discoteca de estilo kitsch, que además de la música hacía danzar las bolas de un bingo, se desplegó una enorme sala en la que el azar sobrevolaba las mesas redondas acechando un cartón donde posarse. Unos metros por encima de la Plaza del Sol, se mantuvo en pie la Iglesia de San Mauro, uno de los edificios de la antigua villa que se salvó de ser derribado, más que por devoción por superstición y, a pesar de las tendencias profanas de aquellos visitantes que venían en busca de diversión y juego, siguió impartiendo la palabra de un Dios empeñado en salvar al pueblo.

Minarete de Consonno / Marco Sbroggiò (Wikipedia)
Un día de primavera de 1974, el terreno decidió clausurar aquella suerte de construcción desmedida. Deslizó los cimientos provocando la rotura de varios edificios que amenazaron con rendirse a su mala ventura. La carretera se rasgó como los muros del templo de Jerusalén, cortándose cualquier vía de comunicación con Milán. Se produjeron daños irreparables en casi todos los edificios emblemáticos, incluyendo el Grand Hotel, los casinos y la Pagoda budista. Aquella noche estrellada de abril, Mario Bagno perdió su partida con el destino en una sola mano. Había apostado millones de liras a una ciudad que resultó ser un farol.
El lugar quedó al custodio de fantasmas y grafitteros que decidieron continuar aportando fantasía y excentricidad en aquel laberinto de tabiques y cartón piedra. Consonno se abandonó tan fugazmente como se construyó. La suerte quedó echada sobre la ruleta en espera de nuevos crupieres que accionaran la manivela para que la bolita de la fortuna volviera a girar.
Regresaron los vehículos de curiosos delineando nuevos caminos que les condujeron a las ruinas de un sueño insólito. Bordearon el perímetro y se enamoraron de aquellos escombros, como quien se aferra a una causa perdida. La Asociación de Amigos de Consonno invirtió su tiempo y algunos euros en reconstruir parte de la logística con el fin de retornar a la infancia cada domingo, un viaje por el que siempre merece el riesgo sortear cualquier deslizamiento.
Tras años de abandono, Consonno volvió a recuperar la vida gracias a la organización del Campeonato Mundial del Escondite que se celebra cada septiembre desde 2010. Las calles se colman de participantes deseosos de esconderse y de ser encontrados. Las esquinas de la Pagoda recuperan entonces los latidos y en el minarete se oye una leve respiración. Parece que algo se mueve tras la pared de la iglesia de San Mauro o puede que sean solo los árboles agitados por la Tramontana.
En Consonno, cientos de personas juegan al escondite cada año. Sus calles son un recurrente lugar para ocultarse de la desdicha, de la mala fortuna, de las catástrofes. Alguien levantó aquella ciudad italiana para encontrar a la suerte, pero ésta se escondió y aún la andan buscando. La suerte, ese escurridizo concepto que tan pronto se encuentra como se escabulle entre los callejones de Consonno o al inicio de los párrafos de este artículo. Tan solo hay que buscarla. n
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