Reconocimiento

Antonio de Canillas: un monumento al padre de la saeta malagueña

El próximo Martes Santo, en la calle Alcazabilla, se descubrirá la escultura que recordará a Antonio de Canillas, quien fuera decano de los cantaores de nuestra tierra, una figura fundamental, entre otras cosas, en el conocimiento y la divulgación de los cantes locales

Antonio de Canillas, en plena saeta durante la Semana Santa

Antonio de Canillas, en plena saeta durante la Semana Santa / La Opinión

Víctor A. Gómez

Víctor A. Gómez

Málaga

Cita muy especial la próxima Semana Santa para los flamencos: el martes 15 de abril, a las 13.00 horas, en la calle Alcazabilla, frente al Teatro Romano, se descubrirá el monumento al cantaor Antonio de Canillas, una de las voces más recordadas y sentidas del jondo malagueño. De hecho, sigue siendo recordada, especialmente estos días: porque nadie ha cantado la saeta como arte superior como lo hizo Antonio Jiménez González.

El de Canillas de Aceituno, nacido en 1929, fue el cantaor decano del flamenco malagueño, el de la autoridad y el arte recio. Durante seis décadas ejerció su magisterio en mil escenarios, fue una figura fundamental en el conocimiento y la divulgación de los cantes locales, malagueños, y sentó cátedra en el jondo (su palmarés está decorado con la Lámpara Minera de La Unión y la Saeta de Oro de Sevilla, entre otros reconocimientos). Decían que cuando Antonio de Canillas cantaba por seguiriya o soleá el tiempo parecía pararse; quizás sí se detuvo un tanto en 2018, cuando el cantaor falleció en su casa del Molinillo víctima de un cáncer de hígado.

«Veo a cantaores que tienen al santo delante y le cantan al público», solía decir Antonio

Jiménez González debutó como cantante en Melilla: «Yo estaba en regulares, como voluntario, en el año 47. Estaba de asistente del teniente y no tenía mucho que hacer. Entonces llegó un circo a Torres Quevedo y convocaron un concurso de cante. Me presenté y me llevé el primer premio, 800 pesetas de la época, que era un dinero», recordaba el flamenco.

Desde la perseverencia del estudioso y la modestia del discípulo de maestros, terminó creando su saeta, la malagueña, prodigio de concentración y de pureza. «A mí siempre me han gustado los coros de la iglesia, el canto gregoriano, y es más melódico así todo. Yo entraba directamente por martinete, injertándole esto a las seguiriyas», revelaba el cantaor. Pero, ante todo, él lo tenía claro, la saeta era emoción: «Yo veo a muchos cantaores que tienen el santo por delante y le cantan al público... ¡Pero hay que cantarle al santo!», le contó en una entrevista a Ramón y Luis Soler. Para recordarnos verdades tan evidentes pero a veces tan olvidadas, están sus discos, sus participaciones en la seminal Rito y geografía del Cante... Y ahora su monumento. 

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