Ciudades abandonadas

Kilamba, la bella durmiente

Continuamos un periplo por rincones olvidados del mundo con una ciudad angoleña «de lujo» diseñada para descongestionar la capital

Ilustración de Javier Rico

Ilustración de Javier Rico / .

Pedro Rojano

Pedro Rojano

Había una vez un espejismo llamado Kilamba. De lejos, el visitante apreciaba sus torres de apartamentos perfectamente alineadas. Avenidas trazadas con escuadra y cartabón sobre una planicie tan lisa y áspera como el papel de un contrato. Un destino bucólico, sin tráfico, sin semáforos, sin accidentes, sin delincuencia, sin baches, sin aglomeraciones, sin personas. Para el forastero que llegaba a Angola, Kilamba era como una alucinación. Todo aparentaba solidez, orden, pulcritud.

Cuando los ojos del forastero alcanzaban el horizonte, las formas reales delataban la ensoñación. Los edificios yacían boca abajo, las carreteras se curvaban a un lado y a otro como ondas de petróleo. Los parques se habían convertido en pedregales abandonados y a los locales de oficinas se los había tragado el subsuelo. Todo era inestabilidad, caos, suciedad.

El petróleo angoleño dibujó proyectos desmedidos sobre el desierto. Promotores llegados de todo el mundo, deslumbrados por el oro negro que desbordaba los bolsillos de Angola, comenzaron a empapelar el territorio de ideas ilusorias sin tener en cuenta las verdaderas necesidades del pueblo. A 30 kilómetros de Luanda, en mitad del vacío, comenzaron las obras de una gran ciudad llamada a solucionar el problema de la explosión demográfica. Se derretía el año 2008 y mientras el mundo se precipitaba por el abismo de las hipotecas subprimes, Angola iniciaba una escalada inmobiliaria sin ayuda de oxígeno.

La construcción duró tres años. En junio de 2011, año de su inauguración, Kilamba lució sus mejores arquitecturas: Apartamentos residenciales, centros comerciales, escuelas y universidades, centros de salud, áreas deportivas y recreativas. La elegancia de la ciudad destacaba como el esmoquin de un adolescente en mitad de un barrio marginal.

José Eduardo dos Santos, presidente de Angola, destacó en su discurso la importancia del proyecto como un paso hacia la modernización y la creación de nuevas infraestructuras. El calor le obligó a limpiarse con un pañuelo el sudor de las manos y la frente. Mientras lo hacía, el público aplaudía emocionado las palabras bañadas en oro al mismo tiempo que admiraba el paisaje que le servía de fondo: un batallón de edificios de diez plantas dispuestos para ser habitados.

Kilamba, la ciudad fantasma de Angola

Kilamba, la ciudad fantasma de Angola / L.O.

Sin embargo, los días, los meses y los años siguientes fueron los vientos alisios quienes colonizaron la ciudad. Ulularon por las avenidas y se arremolinaron entre las calles sin respetar los semáforos. Sacudieron los cajeros automáticos con arena del desierto. Arreciaron en las entradas de las oficinas y agencias de seguros. Despeinaron las redes de las canastas desde la línea de tres puntos y alcanzaron los cien metros con una marca de record olímpico. Soplaban de día y de noche acostumbrándose a la nueva geometría del desierto, con filos cortantes en las esquinas de los edificios y reflejos fugaces sobre las lunas de las galerías comerciales.

Pasaron los años hasta que llegó el presente de 2024. Kilamba comenzó a desperezarse del sueño por el beso de cientos de angoleños que comenzaron a sacudirle el polvo a las viviendas y a las aceras. El gobierno había claudicado ante la realidad subvencionando la adquisición de pisos en el complejo urbanístico para que los ciudadanos pudieran colonizar el vacío. Poco a poco la vida, como antes lo hizo el viento, comenzó a reconquistar los filos cortantes de los edificios, sus instalaciones deportivas y el alumbrado eléctrico. Era como si la ciudad abandonada hubiese clavado la rodilla en tierra para ser habitada. La ciudad ocultaba así su abandono, aunque éste se siga intuyendo por culpa de los hierbajos que aún crecen entre los bordillos de las calles y a los pies de las farolas.

Los gobernantes y promotores que proyectaron Kilamba diseñaron sus urbanizaciones, sus centros comerciales, sus oficinas bancarias, los parques y el ordenamiento del tráfico, pero olvidaron a los habitantes. Sin habitantes no hay ciudad. El hambre no paga ladrillos. Desde sus lejanas torres doradas, los promotores avistaron su obra y admiraron la belleza de Kilamba.

El forastero se alejó de ese espectro en busca de la verdadera Angola. Pasados unos kilómetros echó la vista atrás. Volvió a contemplar la ciudad de Kilamba reconstruida, avenidas perfectamente alineadas, edificios trazados con escuadra y cartabón. Miró sus notas y consultó los nombres de los promotores, nombres como espejismos, aparentemente sólidos, ordenados y pulcros.

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