Entrevista | Juan Jacinto Muñoz-Rengel Escritor
"Me molestan los autores que sitúan sus reflexiones en primer plano"
El escritor malagueño Juan Jacinto Muñoz-Rengel lleva años enfrascado en una singular aventura literaria: indagar en asuntos profundos de nuestra existencia a través del fantástico y siguiendo formatos asequibles. En 'La transmigración' (AdN) viste de thriller una fabulación en torno a la dualidad del cuerpo y el alma, nuestra identidad real, quiénes somos de verdad, partiendo de una pregunta: ¿Y si las almas empezaran a migrar de un cuerpo a otro, si un día apareciéramos en un cuerpo ajeno?

El escritor malagueño Juan Jacinto Muñoz-Rengel / Jesús Jiménez

Leo: «Desde que te abandonó tu cuerpo, no solo perdiste el control de todo lo que hasta entonces era tu vida, tus seres queridos, tu identidad, sus espacios, tu trabajo, tus objetos personajes; ni siquiera has sido dueña de tu intimidad, de tu descanso o tus pensamientos». Suena a miedo de los que hacen reflexionar y pergeñar una historia. ¿Cuál es la chispa que encendió 'La transmigración'?
La idea me viene rondando desde hace muchos años, porque de alguna manera conecta con el corazón de todo lo que más me interesa, la identidad, la conciencia, el dualismo mente-cuerpo, el otro, el doble, nuestra propia fugacidad… Pero, con la edad, empiezas a ver las cosas de otra forma. Y cuando la noche nos sorprende en la cama, en ese momento de lucidez y miedos que precede al sueño, comprendes con una nueva profundidad lo poco que te ata a la vida, lo frágil que es el cuerpo que te une a los tuyos y a todo lo que tienes y te importa. En esa negrura empecé a armar de verdad esta historia, que pretende hablar de la inestabilidad en la que vivimos instalados en estos tiempos, de qué azaroso es todo y qué poca resistencia pueden ofrecer las familias y los vínculos frente a los grandes cambios que están por venir o los que ya han arrasado países.
¿Por qué dice que ésta es su novela más ambiciosa?
Por la forma en la que la he escrito. He tratado de dejarme la piel en ella, volcarme del todo. No sé si se deberá a alguna crisis de madurez, probablemente. Pero cuando comencé a planearla decidí que era el momento de apostarlo todo y poner al servicio de la historia, ya de por sí compleja por su estructura coral y su tratamiento hiperrealista, todo lo que había aprendido en estas décadas de escritura y también de enseñanza del oficio de la escritura. He intentado escribir la mejor novela a mi alcance. Y no solo a nivel formal, calibrando el ritmo, la arquitectura, la construcción de los personajes y sus voces, sopesando la manera de dar forma a los diálogos, sino también en el plano emocional. He vivido en el interior de esta novela durante más de dos años, logrando más que nunca antes fundir vida y ficción.
Con el auge de la IA me parecía pertinente reflexionar sobre cuánto de nosotros es solo inteligencia reproducible en algoritmos y cuánto es carne
Bajo la forma de un thriller y un ritmo rápido, en el fondo, no tan en el fondo, es un relato existencial. ¿Era ese uno de los retos, hacer llegar a todos los públicos una historia tan honda?
Para mí este siempre ha sido el reto. Me molestan esos autores que escriben todas sus grandes reflexiones, sus dudas y sus razonamientos en un primer plano. Como si escribir fuese tan fácil. Cuando uno pretende hacer ficción no se puede permitir plantar todo el andamiaje delante de la cara del lector, los recursos de la ficción son muy distintos a los del ensayo. No es tan sencillo. Hay que crear personajes vivos, involucrarlos en tramas y, cuando todo está en su sitio, dar lugar a una metáfora de situación que hable por sí sola. Pero el peso reflexivo está en la entrelínea, y no negro sobre blanco. Ese peso, al menos en la literatura contemporánea, debe recaer sobre el lector. Y si el lector no quiere hacer el esfuerzo de profundizar, siempre debería haber una historia que se sostenga, que esté viva, que tenga fuerza y avance hacia delante por sí misma.
La idea del otro es un o de los ejes de su literatura. Leo, de nuevo, en 'La transmigración': «Después de cenar, Marta va al baño (...) ¿Dónde habrá ido a parar su cadera? ¿Quién se habrá quedado con su pecho?». Y recuerdo aquel libro suyo 'El sueño del otro', en el que ensayaba ya algo de su nuevo libro. ¿Le obsesiona el otro?
En efecto, en 'El sueño del otro' ya estaba el germen de mucho de lo que ahora ha tomado forma en este libro. No solo los temas más filosóficos, sino también la manera de abordarlos desde una premisa fantástica y un enfoque realista. Y la propia idea de la transmigración de las mentes empezó a ocurrírseme entonces. Lo que ocurre es que en ese momento las dos novelas podrían haberse parecido demasiado, y yo siempre he preferido explorar nuevos caminos con cada libro. Ahora, creo que el paso del tiempo, la paternidad, la relación con mi cuerpo, con las muertes cercanas, con la enfermedad, ha beneficiado mucho a esta historia, que antes no habría podido ser la misma. Cuando eres joven crees que puedes escribirlo todo, pero con los años compruebas que no, y no me refiero solo al dominio de los aspectos técnicos: el espectro de personajes que alcanzas es mayor y la mirada de tus protagonistas va a ser inevitablemente distinta.
Quizás porque el cuerpo es tangible, físico, la filosofía y los intelectuales han dedicado muchas más reflexiones a la mente. ¿Reivindica 'La transmigración' que la dualidad cuerpo-mente es indisoluble, que el cuerpo es tan o más fundamental para nuestra identidad? O sea, ¿que lo importante no está sólo en el interior?
Claro, de verdad pienso que nosotros somos en gran parte nuestro cuerpo. No es que seamos conciencia pura, atada por azar a un lastre orgánico. Somos una entidad sintiente, y lo somos gracias al cuerpo que siente, que se cansa, que cambia de humor, que procesa peores o mejores digestiones, ¡nuestro propio cerebro es cuerpo! Ahora que se habla tanto de la posibilidad de clonar mentes mediante la IA, de volcar conciencias a la nube, me parecía muy pertinente reflexionar sobre cuánto de nosotros es solo inteligencia reproducible en algoritmos y cuánto es carne. En realidad, durante toda la novela utilizo la hipótesis fantástica para hablar todo lo que está ocurriendo en la actualidad. De la división entre el mundo físico y el digital, de la fragmentación de nuestras identidades, de la confusión y la desinformación, de lo dependientes que somos de la tecnología y de lo rápido que puede cambiar hoy todo en un instante.
En cierto modo, todos los escritores tenemos la obligación de ponernos constantemente en el lugar del otro
¿Será que quizás como el Charlie Mears de Kipling ha sido capaz de acceder a sus vidas pasadas mediante el sueño?
Ojalá, lo he intentado sin éxito. Pero sí es cierto que desde niño me he sentido fascinado por la posibilidad de ser otro, por el límite entre el yo y los demás. Creo que, en cierto modo, todos los escritores tenemos la obligación de ponernos constantemente en el lugar del otro. Piensa que un autor debe sostener en pie y con vida en todo momento a cada uno de los personajes de una novela, no cuenta con la ayuda de actores y actrices que puedan sumar su esfuerzo y experiencias. Y para poder ser todos, tienes que haber imaginado ser ellos en la cola del supermercado, en el bar, cuando mantienes una conversación con alguien que aparentemente no tiene nada en común contigo.
La metempsicosis/transmigración incluso fue aceptada por los científicos más creativos de hace siglos, como Thomas Huxley, quien incluso decía que «como la evolución la transmigración tiene sus raíces en el mundo de la realidad»; o, claro, el propio Pitágoras. ¿Ha investigado mucho sobre ello para el libro?
No demasiado, supongo que mi formación en filosofía pura hizo que todas estas teorías convivieran conmigo con naturalidad, desde la teoría de la transmigración de las almas de Platón a los conceptos pitagóricos, o el propio fundamento del brahmanismo. En cualquier caso, tampoco era necesaria la investigación. El fenómeno fantástico del que parte la novela no solo es caprichoso, es inexplicable. Lo importante no es por qué ocurre, lo importante es qué sucede y qué hacemos nosotros cuando ocurre, qué cara mostramos y a qué reflexiones llegamos a partir de este cambio.
Jenófanes: «Dice que al pasar él, en una ocasión, junto a un cachorro que estaba siendo maltratado, sintió compasión y dijo: cesa de apalearle, pues es el alma de un amigo la que reconod al gritar». ¿Qué tiene este concepto o doctrina que está casi en el propio comienzo del ser humano, de sus preocupaciones?
Supongo que lo primero que nos preocupa desde que tenemos uso de razón es quiénes somos. Quién soy yo y quién es ese otro que no soy yo. Para tener evidencia de la existencia de los demás contamos con la empatía. Pero hay muchas otras preguntas que quedan sin contestar, quién era yo antes de ser yo, qué seré después de la muerte, ¿he sido otros más allá de este cuerpo en el que me encuentro? Y una de las posibles formas de responder a todas estas cuestiones es mediante la creencia en la reencarnación.
La pequeña esperanza dentro de la desolación que supone este libro es la fe en la bondad intrínseca de las personas
Dice Margaret Atwood que dentro de cada distopía hay una pequeña utopía. ¿Cuál es la de su libro?
La bondad intrínseca de algunas personas. La pequeña esperanza dentro de la desolación que supone este libro es la fe en esa bondad. Incluso en la peor de las circunstancias, puede haber espacio para la empatía y la solidaridad. Eso es lo que nos hace grandes, y a lo que me agarro en la novela.
Cuando dentro de 200 años lean los libros que se publicaron hoy, en 2025, nuestros sucesores (si es que existen) observarán que estábamos obsesionados con la idea del apocalipsis. Como hizo, de otra manera, en 'La capacidad de amar del señor Königsberg',' La transmigración' habla de muchos y pequeños apocalipsis íntimos dentro de uno mayor. ¿Qué le atrae del apocalipsis?
En todas las épocas de la historia de la humanidad ha habido todo tipo de teorías apocalípticas. Pero es razonable que ahora nuestras preocupaciones hayan aumentado hasta rayar la obsesión. Las posibilidades de llevarnos a nosotros mismos a la extinción en otros tiempos eran casi nulas, para algo así debíamos contar con la ayuda externa de una pandemia o un meteorito. Las grandes guerras cambiaron este equilibrio lentamente. Pero en el siglo XX la tecnología nos permitió, por primera vez, acabar con todo pulsando un botón...
¿Entonces?
Ahora, cada década todo cambia tanto como antes lo hacía en miles de años y luego en siglos. De la piedra al cuchillo, del cuchillo a la pólvora. Nos cuesta entender cuántos peligros nos acechan ahora al amparo del progreso. Este mundo global cada vez es más complejo, tiene más capas de realidad, más intereses cruzados y ocultos, más ciencia puntera y tecnología antes inimaginable, pero todo puede venirse abajo en un instante como un castillo de naipes. Es normal que quienes escribimos nos preocupemos por esta nueva situación de volatilidad, que tratemos de anticiparnos y de proyectar escenarios apocalípticos a destajo, quizá ayudando en algo a paliar el desastre o a prevenir sobre los riesgos. Aunque es casi imposible que la cultura cambie a la velocidad de los avances. Vamos a ciegas.
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