María Manuela Kirkpatrick: la casamentera perfecta que buscó una mejor posteridad
Hablaba cinco idiomas, se codeó con Prosper Merimée y Stendahl, casó a sus hijas con un duque de Alba y un emperador de Francia, protagonizó coplas... Pero la malagueña nunca quiso «el olvido ni recuerdos falsos». Un libro, 'Os escribo a todos', busca cumplir su deseo

María Manuela Kirkpatrick, con sus hijas, en un grabado de la época / La Opinión

«Quisiera pensar que en la posteridad os veré a todos y que estas palabras os ayuden a quererme en el futuro. He sabido quitarme de en medio cuando ha hecho falta, pero no quiero el olvido, ni recuerdos falsos de mi». Fueron las palabras que escribió poco antes de morir una mujer casi ciega y recluida en Carabanchel, que había nacido 85 años antes en Málaga y que tuvo Europa a sus pies. Su nombre, María Manuela Kirkpatrick, condesa de Montijo y de Teba, mujer que inspiró a su gran amigo Prosper Mérimée (el autor de la novela 'Carmen' en que se basaría la popular ópera de Bizet), influyó a escritores y políticos del XIX y dio a luz a dos mujeres que pasarían a la historia: María Francisca de Sales Portocarrero, duquesa de Alba, y Eugenia de Montijo, emperatriz de Francia. Ahora, Soledad Maura, catedrática de Literatura española en la Williams College de Massachusetts, especialista en Cervantes y en Flaubert, quiere cumplir los deseos de María Manuela y lanza 'Os escribo a todos' (La Esfera de los Libros), su biografía novelada, el retrato epistolar de una mujer tan admirada como envidiada.
María Manuela Kirkpatrick (1794-1879) nació en una familia acomodada, hija de un noble escocés, cónsul de Estados Unidos y empresario de vinos, y de la también aristócrata malagueña María Francisca de Grévignée. Sus padres eran amigos de autores como Stendhal, Washington Irving o George Ticknor, referentes ineludibles de la época. La pequeña fue educada de manera exquisita y cosmopolita, lo que terminó moldeando a una mujer cultísima, creativa, políglota (hablaba cinco idiomas, algo nada habitual entonces) y con un extraordinario encanto y habilidades sociales. El propio Ticknor la describió como "la mujer más guapa, culta y mejor preparada de España”.

Portada de 'Os escribo a todos' / La Esfera de los Libros
A los 20 años se casó en Málaga con Cipriano de Guzmán, conde de Teba, un militar masón, tuerto y cojo por los combates en la Guerra de la Independencia, un hombre que acompañó al destierro en Francia al destronado José Bonaparte, y después siguió sirviendo a Napoleón en sus campañas. Tuvieron a sus dos hijas en Granada, la conocida afectuosamente como Paca y Eugenia (el parto de ésta, por cierto, se adelantó por un terremoto), pero la convivencia conyugal terminó abruptamente: se descubrió que De Guzmán tramaba un complot contra Fernando VII y fue sometido a una especie de arresto domiciliario, por lo que María Manuela y sus pequeñas se establecieron en París.
La muerte del rey terminó con los problemas del militar, que, tras el fallecimiento de su hermano mayor, heredó los títulos, la fortuna familiar y un apellido: ahora sería Cipriano Portocarrero, conde de Montijo. Y la malagueña, sin querer volver con su esposo, se transformó también en condesa de Montijo. Era feliz en París, disfrutando de un impresionante círculo social de amistades que había creado al establecer un salón, el punto de encuentro de la época, de éxito rotundo.
La obsesión
Volvió a España cuatro años después de la muerte de su marido, cuando sus hijas tenían 13 y 14 años. ¿Su objetivo? Una obsesión: casar bien a Paca y Eugenia. La corte de Isabel II estaba ansiosa por conocer a la malagueña que había abierto el salón parisino más importante de su época y la Montijo, como era conocida entonces, no defraudó: protagonizó la vida mundana de la corte, congregando a lo más granado de la aristocracia y la alta burguesía en los bailes, conciertos y sesiones que organizaba en su palacio de la plaza del Ángel y en su casa de campo de Carabanchel, donde se construyó incluso un teatro. Ayudada por Merimée, en febrero de 1843 da una gran fiesta de carnaval para unas 1.200 personas en su palacio de Ariza, que enloquece a la prensa y a los invitados; en la residencia de Carabanchel organizaba veladas literarias, tableau vivant y obras de teatro que interpretaban sus amigos.
María Manuela entró a servir en palacio como dama de la reina a una edad tardía, 53 años. Pronto su don de gentes y sus formidables capacidades sociales le valieron la privanza de Isabel II, que la nombró camarera mayor, el más alto puesto para una mujer en la corte. Tras solo un año de servicio, el gobernador de palacio y marqués de Miraflores, con el que mantenía una intensa enemistad, la obligó a abandonar la corte. Una inconveniencia que, sin embargo, no la importunaba demasiado: estaba más interesada en el reciente matrimonio de su hija Paca, con Jacobo Fitz-James Stuart y Ventimiglia, decimoquinto duque de Alba y, claro, en casar a Eugenia.
Bella y de exuberante personalidad, Eugenia (por cierto, se cuenta que fue quien inspiró a Mérimée su 'Carmen': en una de sus conversaciones le habló al escritor del romance real de la época protagonizado por una cigarrera, un torero español y un soldado) fue traicionada por un enamorado y pensó en tomar los hábitos. La superiora del convento la disuadió con estas palabras: «Es usted tan hermosa que más bien parece haber nacido para sentarse en un trono». Volvió a la vida social y pronto recibió las atenciones de Luis Napoleón Bonaparte, primo de la princesa Matilde Bonaparte, quien la cortejó hasta que, ya convertido en emperador, la convirtió en su esposa.
Copla
¿Conocen la copla 'Eugenia de Montijo', de Quintero, León y Quiroga para Concha Piquer: «Doña María Manuela tiene dos hijas, / una se llama Eugenia y otra Francisca, / los majos de Granada las solicitan, / porque las dos son guapas y granadinas / Mi señora María Manuela, / que en los casamientos tiene mucha escuela, / les dice a los majos con mucho primor, / mientras abre y cierra su abanico malva: Paca ha de llamarse Duquesa de Alba, / y Eugenia, señora de un emperador». Prueba del empeño de una madre, convencida de que su deber era procurar a sus hijas un futuro mejor que el suyo.
Así que, María Manuela Kirkpatrick, cumplida su misión, quiso dejar atrás los rumores palaciegos que la habían acompañado toda su vida, sobre una vida supuestamente libertina, demasiado libre, compartiendo incluso amantes con su hija Eugenia. Se recluyó en su quinta de Carabanchel hasta su muerte, ya plácida en la sombra de sus hijas.
Quedan las muchísimas cartas que escribió a lo largo de su vida la malagueña se conservan algunas con sus hijas y con Mérimée (la mayoría quedaron destruidas en el incendio del Palacio de Liria durante la Guerra Civil). Al descubrir ese epistolario, la catedrática Soledad Maura supo que había una mujer por desvelar, eclipsada por las vidas de sus hijas pero con una trayectoria personal fascinante, la de una viuda luchadora, casamentera infatigable, adelantada emprendedora y figura social muchas veces discutida. La profesora dedicó a dos años a la investigación y documentación, entre bibliotecas y archivos, también conversando con parientes de María Manuela e historiadores. El resultado es 'Os escribo a todos', un pasaporte a una posteridad más justa.
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