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Eugenia de Montijo: la emperatriz española (y medio malagueña) a la que que el robo del Louvre ha vuelto a poner de actualidad

La emperatriz Eugenia de Montijo, en un cuadro de Edouard-Louis Dubufe

La emperatriz Eugenia de Montijo, en un cuadro de Edouard-Louis Dubufe / Rue des Archives / EDOUARD-LOUIS DUBUFE

Natalia Vaquero

El reciente y audaz robo de joyas en el Museo del Louvre ha conmocionado al mundo, no solo por la valía de las piezas sustraídas, sino también por un detalle que ha rescatado del olvido a una de las figuras más fascinantes del siglo XIX. En su precipitada huida, los ladrones dejaron caer y dañaron la corona de la Emperatriz Eugenia de Montijo. Este incidente ha vuelto a poner el foco sobre la aristócrata española (muy relacionada con Málaga, como veremos a continuación) que se convirtió en la última emperatriz de Francia y que, mucho antes de que existieran las redes sociales, se erigió como la primera gran 'influencer' de la historia, una mujer que dictó la moda a nivel mundial con la ayuda de su modisto personal.

Peo, ¿quién era realmente esta mujer cuyo legado sigue brillando con luz propia? Lejos de ser una simple consorte, Eugenia fue una estratega de su propia imagen, una pionera que entendió el poder de la moda como herramienta de influencia y que transformó para siempre la industria del lujo. Con inteligencia y estilo fue capaz de, conquistar el corazón de un imperio.

Nacida en Granada en 1826 como María Eugenia Ignacia Agustina de Palafox y Kirkpatrick, su madre fue la malagueña María Manuela Kirkpatrick, condesa de Montijo y de Teba, mujer que inspiró a su gran amigo Prosper Mérimée (el autor de la novela 'Carmen' en que se basaría la popular ópera de Bizet) e influyó a escritores y políticos del XIX. Hace unos meses, Soledad Maura, catedrática de Literatura española en la Williams College de Massachusetts, especialista en Cervantes y en Flaubert, ha lanzado 'Os escribo a todos' (La Esfera de los Libros), su biografía novelada, el retrato epistolar de una mujer tan admirada como envidiada.

A los 20 años María Manuela se casó en Málaga con Cipriano de Guzmán, conde de Teba, un militar masón, tuerto y cojo por los combates en la Guerra de la Independencia, un hombre que acompañó al destierro en Francia al destronado José Bonaparte, y después siguió sirviendo a Napoleón en sus campañas. Tuvieron a sus dos hijas en Granada, la conocida afectuosamente como Paca y Eugenia (el parto de ésta, por cierto, se adelantó por un terremoto), pero la convivencia conyugal terminó abruptamente: se descubrió que De Guzmán tramaba un complot contra Fernando VII y fue sometido a una especie de arresto domiciliario, por lo que María Manuela y sus pequeñas se establecieron en París.

El centro del poder europeo

Eugenia no pertenecía a una casa real reinante, pero su belleza, intelecto y ambición la catapultaron al centro del poder europeo. Educada en París, su carisma no pasó desapercibido para Luis Napoleón Bonaparte, quien, tras convertirse en el Emperador Napoleón III, quedó prendado de ella y la eligió como su esposa en 1853. Su matrimonio fue el inicio de una era de esplendor y sofisticación en la corte francesa, con Eugenia como su principal artífice.

Comprendió rápidamente que su papel como emperatriz iba más allá de lo ceremonial. Se convirtió en una figura política activa, llegando a actuar como regente en ausencia de su marido, pero fue en el ámbito de la moda donde su influencia se volvió legendaria. En una época de rígidos protocolos, Eugenia utilizó su guardarropa como una declaración de intenciones, promoviendo la industria textil francesa y convirtiendo París en la capital indiscutible del estilo.

La primera 'influencer'

Eugenia de Montijo fue, en esencia, la Jacqueline Kennedy de su tiempo. Cada uno de sus atuendos era analizado y copiado por las mujeres de la alta sociedad y la burguesía de toda Europa y América. Pero su genialidad residió en no hacerlo sola. Fue pionera en establecer una relación simbiótica con un diseñador, algo inédito hasta entonces. Su elegido fue Charles Frederick Worth, un modisto inglés afincado en París a quien elevó de simple sastre a la categoría de artista. Esta alianza marcó el nacimiento de la alta costura tal y como la conocemos.

Worth no solo le confeccionaba vestidos; creaba para ella un universo estético completo, desde los trajes de día hasta los opulentos vestidos de baile que definieron la silueta del Segundo Imperio, popularizando la crinolina. Eugenia fue la primera en apostar por el concepto de un guardarropa diseñado por una única mente creativa, convirtiendo a Worth en el primer modisto de cabecera de la historia. Juntos, crearon una marca personal tan potente que cualquier cosa que la emperatriz lucía se convertía en tendencia inmediata. Fue, sin duda, la primera 'influencer' global, sentando las bases de cómo la imagen y el estilo personal podían proyectar poder e inspirar a millones.

Un legado que perdura en palacios y hoteles

La influencia de Eugenia de Montijo trasciende los libros de historia y las vitrinas de los museos. Su legado está vivo en lugares que fueron testigos de su vida, como el Palacio de Eugenia de Montijo en Toledo. Este edificio renacentista, donde la emperatriz se refugiaba del boato de la corte parisina, ha sido reconvertido por la familia Ortega en un hotel de lujo (bajo el sello de Marriott) dedicado precisamente a la moda y a su histórica relación con Charles Frederick Worth.

Como explica Diego Ortega, presidente del grupo hotelero Fontecruz, el concepto del hotel rinde homenaje a "una de las primeras mujeres que apostaron por la moda prêt-à-porter". Irónicamente, el mismo empresario que celebra el impacto de esta "influencer" histórica, ahora muestra una visión más crítica hacia las instagramers modernas. Sea como fuere, la figura de Eugenia de Montijo demuestra que la verdadera influencia no se mide en likes, sino en la capacidad de forjar un legado tan perdurable que, más de un siglo después, sigue siendo relevante, ya sea por el accidentado robo de su corona o por inspirar los espacios más exclusivos.

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