Reconocimiento
La poeta malagueña María Victoria Atencia, Premio Nacional de las Letras 2025
La malagueña, de 93 años, ha sido galardonada por el Ministerio de Cultura por «una creación poética que posee y recrea la esencia de la vida»

123114365 La poeta malagueña María Victoria Atencia, Premio Nacional de las Letras 2025 / L.O.

La poeta malagueña María Victoria Atencia (Málaga, 1931), una de las exponentes de la generación de los 50, ha sido galardonada con el Premio Nacional de las Letras Españolas correspondiente al año 2025. El jurado del galardón, dotado con 50.000 euros y que concede el Ministerio de Cultura, ha elegido a la autora por «una creación poética que posee y recrea la esencia de la vida». Un jalón más en la andadera literaria de la escritora, que ya tiene en su poder el Premio Reina Sofía de Poesía y es académica de la Real Academia de la Lengua Española.
«En sus versos, la palabra se justifica a sí misma por su capacidad de trasmitir instantes de trascendencia emocionante, por una clara fe en el valor representativo y por la relevancia de su belleza», señala el fallo del tribunal literario, que destaca también que la lírica de la malagueña «parece brotar de manantial sereno, atravesada por un verso limpio de traspasada pureza y por la búsqueda de una perfección sin ambages».

María Victoria Atencia junto al alcalde en la celebración como Hija Predilecta de Málaga / ÁLEX ZEA
Desde lo más profundo
María Victoria Atencia lleva más de 60 ayudando a que la poesía «salga desde lo más profundo para expresar lo que no se conoce, lo que se quiere adivinar y entrever»; es una de las buscadoras a tientas imprescindibles de las que se vale nuestro idioma, el español, para que las palabras nos puedan arrojar «el misterio de la luz imprevista» que, en esencia, supone la vida humana. Detrás de todas ellas se encuentra una mujer pionera, discreta y humilde, tranquila, «serenísima», según feliz apodo de Jorge Guillén.
A su manera, discreta, silenciosa, Atencia es una pionera en bastantes cosas: se sacó la licencia de piloto de aviones cuando volar entre nubes era cosa de hombres, también fue la primera autora española en recibir el Premio Reina Sofía de Poesía. María Victoria siempre se ha salido con la suya, a su manera callada y desplegando su sonrisa, pequeña pero expresiva: escribió, voló y lo dejó todo para ser madre y ama de casa cuando sintió el miedo en el cogote (su profesor de vuelo murió al estrellarse) y la responsabilidad vital (cuatro hijos a cargo). Dejó aparcadas las palabras y el cielo por el suelo, pero no abandonó jamás el corazón poético; al fin y al cabo, como dijo en una ocasión, «lo elevado también vive en lo cotidiano, en la casa, en los hijos, entre los pucheros, como decía Santa Teresa», dijo en una ocasión. Unos versos de Godiva en blue jeans son el perfecto ejemplo: «Saldré de pantalón vaquero (hacia las nueve / de la mañana), blusa del Long Play y el cesto / de esparto de Guadix (aunque me araña a veces / las rodillas). Y luego, de vuelta del mercado, / repartiré en la casa amor y pan y fruta».

Primer plano de la poeta malagueña. / GREGORIO MARRERo
María Victoria siempre ha escrito para sí y hacia sí misma, hacia el interior, pariendo «la perfección, sin historia, sin angustia, sin sombra de duda», como estimó su paisana María Zambrano, firmando versos «tan nobles y sencillos», como adjetivó Guillén, uno de sus primeros seguidores.
«Ya está todo en sazón. me siento hecha, / me conozco mujer y clavo al suelo / profunda la raíz, y tiendo en vuelo/ la rama, cierta en ti, de su cosecha», escribió en Sazón, pequeño epítome de su vida y su palabra. Su poesía es ella, su carácter, serenísimo, sí, de un extraño y apacible magnetismo; quizás ello explique que, «entre el cielo y el suelo», como ha discurrido siempre su vida, siempre se ha sentido aceptada sin escuchar demasiadas críticas ni reproches del machismo imperante. «Ni en la poesía ni en el vuelo me han mirado jamás raro. Siempre me han tratado con mucho cariño y me han dicho cosas muy bonitas. No sé porqué, pero he tenido esa suerte», recuerda siempre. Quizás la sociedad reserve una tregua para los buscadores de la armonía y la belleza en sus proporciones precisas.
De madrugada
María Victoria siempre ha escrito de noche, de madrugada. Allí, tranquila y paciente, ha extraído letras del silencio con el objetivo más ambicioso pero humano de todos -«Que la poesía se haga verdad cuando la reciba otra persona»-; o, quizás, sean las palabras las que la extraigan a ella: preguntada siempre por sus largos periodos de silencio poético, argumenta que siempre ha escrito cuando «ha podido», cuando la poesía «ha venido» a su encuentro. No han sido los últimos años de su vida los más fáciles: en 2011 falleció Rafael León, su «maestro en la vida y en la literatura», pero llegaron los premios, muchos (el Reina Sofía, el reconocimiento de la Real Academia de la Lengua Española, ahora el Nacional de las Letras), para certificar la admiración por quien escogió palabras y las ordenó así: «No queda sino el tiempo, Victoria Atencia; tiempo / No queda tiempo. Queda todo el tiempo» (El viento).
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