A Juan Eduardo Hohberg le llamaban «el cordobés» debido a su lugar de nacimiento o «el verdugo» por la facilidad goleadora demostrada desde que comenzó su carrera futbolística en Córdoba Central. Llegó a la posición en la que haría carrera por casualidad ya que inicialmente su deseo era el de convertirse en portero. Pero un día, jugando un torneo juvenil, el entrenador se encontró con que únicamente contaba con once futbolistas y que dos de ellos eran porteros. Uno tenía que desenvolverse en otra posición. Agarró a Hohberg, más fuerte y corpulento que la mayoría de sus compañeros, y lo situó de delantero centro. Ese día marcó tres goles y dijo adiós para siempre a volver a colocarse bajo los palos.

A partir de ese momento casual su vida estaría ligada al área contraria. Le fichó Rosario Central y al poco tiempo, en 1949 y debido a sus notables registros, le contrató Peñarol de Montevideo, equipo que quedó impresionado con Hohberg tras enfrentarse a Central en un amistoso y allí se convirtió en referente de uno de los

grandes equipos de la época. Sus mejores años como jugador los pasó vistiendo la camiseta aurinegra donde obtuvo para su palmarés siete Campeonatos Uruguayos, una Copa Libertadores y en el plano individual logró ser el máximo goleador liguero en dos ocasiones (1951 y 1953).

Anotó un total de 277 goles en doce cursos y entró en la historia formando parte de la legendaria delantera conocida como la «Escuadrilla de la muerte», junto a Ghiggia, Míguez, Schiaffino y Vidal. Hohberg, encantado con la vida y el trato que recibía en Montevideo, se había nacionalizado uruguayo a tiempo de ser convocado por la selección para disputar el Mundial de Suiza de 1954 en el que Uruguay defendía el título conseguido cuatro años tras en Brasil. Tenían un gran equipo, algo veterano, aunque el torneo estaba predestinado para la coronación de la Hungría de Puskas, Czibor, Kocsis y aquella legión de jugadores que acumulaban más de cuatro años sin perder un solo partido.

El delantero de Peñarol era suplente de la selección charrúa pero muchas veces el Mundial acaba por hacer protagonista a quien menos lo espera. A él le sucedió a raíz de las lesiones de Abbadie y Míguez en los cuartos de final ante Inglaterra. El seleccionador, Juan López, le dio la alternativa en el duelo que les enfrentaba a la inaccesible Hungría que venía de meterle cuatro goles a Brasil en otro de sus habituales festivales. Pero ya se sabe que los uruguayos no son un equipo fácil de doblegar. Los magiares comenzaron dominando y Czibor a los dieciséis minutos e Hidegkuti, justo a la vuelta del descanso, habían dejado casi resuelta la función. Pero Uruguay sacó coraje y juego para adueñarse del partido que se disputaba en el embarrado estadio de Lausana. A falta de poco más de diez minutos Hohberg culminó una acción de Schiaffino para acercar a los suyos en el marcador y a tres minutos del final llegó la locura. Otra vez «el Pepe» se asoció con el delantero de Peñarol que delante del portero húngaro resolvió con la solvencia de quien conoce bien su oficio. Regate y remate contundente para evitar el esfuerzo de lo defensas que venían a cerrar.

Los internacionales uruguayos cayeron poseídos por la alegría encima de Hohberg. Abrazos y gritos. De repente, mientras trataban de recuperar la calma tras aquella subida de adrenalina, comenzaron a realizar gestos de cierta desesperación al banquillo.

El delantero, aplastado por sus compañeros, se había quedado inmóvil y no se levantaba. Acababa de sufrir un infarto tras anotar el gol más importante de su carrera. Le sacaron fuera del campo y Carlos Abate, el médico de la selección, comenzó la tarea de reanimación porque aquel corazón no latía. Fueron instantes angustiosos. Le dieron una dosis de coramina (una especie de estimulante) que a los pocos segundos le hizo volver a la vida. Para entonces el partido ya había terminado y los uruguayos habían estado a punto de marcar el tercero pese a jugar con diez futbolistas.

Regreso al juego tras el infarto

Hohberg permaneció fuera del campo cuando se inició el tiempo extra. El médico seguía tratándole y frenando sus deseos de regresar al terreno de juego. En aquel momento aún no existían los cambios y Uruguay se enfrentaba al problema de jugar los treinta minutos de prórroga con uno menos, en un campo pesado y contra una selección deslumbrante que ya parecía haberse repuesto del susto. El médico aguantó hasta donde pudo y al cabo de unos minutos Hohberg regresó al campo. Una decisión difícil de justificar en su estado, pero el corajudo delantero de Peñarol no quería acabar tumbado en la banda su día más grande como internacional.

No estaba en condiciones de jugar y sin capacidad para ayudar a sus compañeros asistió a los dos goles con los que Hungría cerraría aquella semifinal, un partido de enorme desgaste y donde seguramente radica una de las razones que les llevaron a perder días después la final contra Alemania.

El delantero regresó a casa y pasó los controles que le realizaron para saber si podía seguir jugando al fútbol. Los médicos nunca encontraron una explicación convincente a lo sucedido en Lausana.

Su carrera en Peñarol se estiró hasta comienzos de los años sesenta. La vida aún le daría un susto importante a la vuelta de un viaje a Lisboa para negociar su fichaje por el Sporting de Portugal que finalmente no se llegó a producir. El avión en el que volaba con su familia se cayó al mar cerca de Río de Janeiro, pero por fortuna no hubo que lamentar desgracias personales.

Hohberg desarrolló una importante carrera como entrenador durante unas décadas antes de que su corazón, el que resistió en Suiza, sí se detuviese para siempre en 1996, donde murió a los 68 años.