Una de las mayores decepciones de la corta carrera en el Celtic de Johnny Doyle tuvo lugar en el Bernabéu, donde fue una de las víctimas de la primera gran remontada del Real Madrid en los años ochenta. El 19 de marzo de 1980 el conjunto blanco remontó el 2-0 que el cuadro católico había conseguido en el electrizante encuentro de ida. Un gol de Juanito a cuatro minutos del final sepultó las opciones de los escoceses que habían tenido a Doyle como principal argumento en aquella eliminatoria. Suyo había sido el 2-0 en Celtic Park gracias a un enérgico cabezazo tras superar a Camacho en el salto y en la vuelta tuvo en sus botas la eliminatoria en una de sus llegadas. Ajustó el disparo, pero García Remón lo desvió lo suficiente para que el balón se estrellase en el poste. Ahí murieron las opciones del Celtic de asaltar el Bernabéu y empujarlo hacia la final de París donde se las vería con el Liverpool

Aquella derrota afectó seriamente a Doyle que no podía imaginarse en la vida nada mejor que llegar con el Celtic a una final de la vieja Copa de Europa. Su historia es la de un amor infinito hacia el equipo del que era aficionado su padre, un minero de Lanarkshire que quedó paralítico tras sufrir un accidente de trabajo y murió cuando el pequeño Johnny apenas tenía nueve años. En aquella infancia hubo un par de detalles que marcaron para siempre a Doyle. Una de ellas era el consejo que William, su padre, le daba al verle pelotear contra la pared con la pierna derecha: «Solo si eres zurdo tendrás posibilidad de llegar al Celtic» le decía de forma repetida. Y Johnny aprendió entonces a manejar las dos.

El otro acontecimiento tuvo lugar en el hospital donde su padre estaba ingresado tras sufrir una crisis. Una tarde entró en la habitación Bobby Evans, capitán del Celtic, para hacerle una visita como parte de la costumbre que tenían los futbolistas en aquella época. Johnny nunca había visto a su padre tan feliz. En ese momento selló un compromiso eterno con el Celtic.

Johnny Doyle fue desarrollando de manera paralela su carrera como futbolista en el Ayr United con la de apasionado hincha del equipo al que acompañaba siempre que podía. Incluso estaba en Ibrox Park el 2 de septiembre de 1971 cuando 68 personas murieron aplastadas al celebrar un gol del conjunto verdiblanco. Su madre creía que estaba entrenando y estalló de pánico cuando un vecino le dijo que había acudido al derbi de Glasgow. Todo eso contribuyó a que para el prometedor interior zurdo no hubiese otro sueño que el de recibir algún día la llamada del Celtic. Hacía méritos porque su rendimiento en el Ayr era cada vez más sobresaliente y no sobraban jugadores de banda izquierda en Escocia a mediados de los setenta como lo demuestra que fue ahí cuando se produjo la convocatoria de la selección escocesa.

La llamada del Celtic llegó en marzo de 1976, con 24 años, y produjo una descarga eléctrica en Doyle que a partir de ese momento no quiso saber nada del interés del Arsenal o Aberdeen, algunos de sus pretendientes. La noche de la firma del contrato fue incapaz de dormir y como él mismo confesaría fue la música de Status Quo la que acabó por tranquilizarle.

A partir de ahí comenzaron cinco años repletos de grandes experiencias y que le sirvieron para convertirse en uno de los jugadores que mejor han conectado con los seguidores del Celtic. Los hinchas le adoraban por su entrega, calidad, sentido de la responsabilidad y esa relación que mantenía con ellos. Doyle no les veía como el resto de futbolistas. Sabía lo que sentían y sufrían por el club, las horas de espera en los estadios, los viajes interminables, los esfuerzos que gente modesta hacía por estar al lado del club. Por eso los goles los celebraba junto a ellos y por eso en su casa almacenaba todos los regalos que le hacían llegar los aficionados. No despreciaba ninguno. Y cuando llegaba la hora de visitar hospitales era el primero que acudía con la ilusión de provocar en los enfermos la misma felicidad que sintió su padre al ver a Bobby Evans.

Aunque el comienzo en el Celtic no fue sencillo -dos lesiones le lastraron en la primera temporada- los éxitos acabaron por llegar. El doblete de 1977 fue el anuncio de grandes tiempos para Doyle cuyo peso en el equipo era cada vez mayor. Crecía como futbolista, aunque también su carácter le había dado algún disgusto en forma de expulsión. Nunca se arrugaba. Una expulsión estuvo a punto de darle el mayor disgusto de su vida. En 1979 Celtic y Rangers se enfrentaban en casa de los primeros con el título de Liga en juego. En la primera parte Doyle vio la roja por un enfrentamiento con un rival y aquello supuso una conmoción para él. Se encerró en el vestuario convencido de que había conducido al equipo a la derrota y pensó que lo mejor sería renunciar a seguir vistiendo esa camiseta. Marcharse por el daño que había hecho a su equipo. Allí en la caseta escuchó el estruendo de sus aficionados que celebraban el 4-2 con el que los católicos, en inferioridad, habían ganado el partido y la Liga. Se abrazó llorando a sus compañeros y solo la insistencia de estos sirvió para que saliese a un enloquecido Celtic Park para participar de la fiesta.

Aquel partido dio pie al «ganamos la Liga de los diez hombres», uno de los grandes cánticos de la afición del equipo escocés. Ese agónico triunfo fue el que llevó al Celtic meses después a la eliminatoria contra el Real Madrid que dio la primera de las remontadas de los ochenta en el Bernabéu.

Llegaría otra Copa en 1980, la Liga un año después. Su peso en el equipo era cada vez menor, pero él se resistía a marcharse pese a las llamadas que recibía. A sus 30 años aún tenía cosas que decir. «He soñado demasiado con llegar al Celtic como para irme ahora» decía. Nadie podía imaginar lo que sucedería ese mes de octubre.

Una tarde, haciendo una obra doméstica en el desván de la casa que se acababa de comprar en Kilmarnock, sufrió una tremenda descarga. Nada se pudo hacer por él y murió electrocutado. Un golpe tremendo e inesperado para los aficionados que veían en él su reflejo en el terreno de juego.

Una tragedia para el Celtic, en cuyo vestuario era mucho más que un simple interior zurdo. Cuando meses después los católicos se llevaron la Liga el público estalló de alegría al grito de «ganamos la Liga de Doyle». Una canción que derrumbó de emoción a sus propios futbolistas.