En Catar se trabaja las veinticuatro horas del día. Llegan tarde. El mundo les mirará en 2022 por la celebración del Mundial de fútbol y queda mucho por hacer. Es por eso que decenas de miles de trabajadores llegados de países como Nepal, India, Tailandia, Uganda o Kenia se turnan para que la actividad urbanística no pare. El país será otro el año que viene. Ni que decir en dos años cuando por las calles cataríes circulen las principales estrellas del balompié mundial. El 80 % de los actuales residentes en la península son trabajadores llegados de Asia y África. Sí, el 80 %. El país mejora al mismo tiempo que su fútbol. Tanto por lo que hace a su campeonato local como a la selección nacional. Sólo masculina, de momento. «Es muy complicado, por las múltiples características que tiene este país, formar un conjunto de mujeres que pueda ser competitivo», afirma Manu López, un francés que ya lleva una decena de años en la Aspire Academy, el centro de alto rendimiento situado en la capital, Doha, y configurado como la envidia del mundo entero.

Por pasos. Una región, un país, un deporte, una academia. Catar vive en la actualidad una de las situaciones más críticas de su historia reciente. El bloqueo internacional al que la sometió la vecina Arabia Saudí buscaba mermar el crecimiento de un país que, con el descubrimiento de amplias reservas de petróleo y gas, se convirtió en el nuevo Tío Gilito del panorama mundial. Perderse en las cifras es fácil. El país (a través del llamado The Qatar Investment Authority) invirtió más de 30.000 millones de dólares en acciones y miles de millones más en otros activos. Las cataríes han diversificado sus recursos. La naturaliza puede jugar una mala pasada y permitir que se consuman los 24’3 billones de metros cúbicos de gas o los aproximadamente 15.000 millones de barriles de petróleo con los que cuenta el país pero por entonces los cataríes dominarán medio mundo.

En un intento por fortalecer amistades, el emir, Sheikh Tamim bin Hamad Al Thani, prometió a Turquía 15.000 millones de dólares de inversión. Ninguna novedad. Más allá de ayudas aportadas directamente a países (o más bien a sus gobiernos), Catar cuenta ya con participaciones relevantes en empresas como Santander Brasil, Barclays, Lagardere, Agricultural Bank of China, Credit Suisse o Volkswagen-Porsche. Sólo en el Reino Unido se han hecho los amos y señores de los renombrados almacenes Harrod´s, de la Canary Wharf (el distrito financiero de Londres donde se cuece buena parte del poder económico británico) o de los supermercados Sainsbury´s, la segunda mayor cadena del país. No hay que olvidar que Catar es minúsculo. La península cuenta con una extensión de 11.000 kilómetros cuadrados. Las comparaciones son odiosas pero la provincia de Huesca tiene 15.000 kilómetros cuadrados. «Estos árabes son muy listos», reflexionan varios españoles que pasean por Doha con un problema de tortícolis de tanto intentar ver el final de los rascacielos.

Según recordó Plutarco, un aforismo lacedemonio recogía que un día se le preguntó a Alexándridas por qué sus compatriotas, los espartanos, confiaban el cultivo de sus tierras a los esclavos en lugar de reservarse para sí esa actividad. La respuesta fue: «Porque preferimos ocuparnos de nosotros mismos». Para disponer de ese lujo hace falta riqueza monetaria, estatus social y, en la época contemporánea, una nacionalidad determinada. Los qatarís lo tienen todo. Son las 13:17 horas de un día cualquiera de octubre y por las calles de Doha se viven 35 grados. Un paseo se convierte en un reto. Lo saben los cataríes, que desaparecen con el sol y sólo disfrutan de la ciudad con el ocaso. De repente, una de las principales vías de la ciudad se vacía y los policías incluso detienen el paso de los peatones. Uno no sabe qué pensar. A los cinco minutos, empieza un desfile de lujosos vehículos blindados y con los cristales oscurecidos. La comitiva se compone de unos diez coches. Aunque no se sepa de motor, uno sabe que nunca podrá pagar similar carruaje. Seguramente serán miembros del gobierno, quizá el emir. Si es que el máximo dirigente del país osa a subir en un vehículo que no sea aéreo. Después, la actividad se reprende en aquellas calles dominadas por el asfalto y el hormigón.

Por el paseo marítimo, unos trabajadores de países múltiples (todos ellos subdesarrollados a nivel económico) embellecen el suelo, prácticamente con cepillos de dientes. Es un trabajo hercúleo. Lo hacen de forma pausada, sin aspavientos. Es complicado pensar que se puede trabajar bajo esas condiciones climáticas si no es acompañado de la tranquilidad y la gestión de los recursos físicos. Algunos cataríes los observan desde sus vehículos, que siguen encendidos a pesar de estar parados. Así mantienen el aire acondicionado en marcha. El contraste climático puede llegar a los veinte grados. Uno necesita abrigarse cuando entra en un hotel o un centro comercial, en el que existen incluso pistas de patinaje sobre hielo. Catar parece un país de cartón-piedra, un escenario de Hollywood. Pero lo cierto es que es real. Y el discurso que funciona crea realidad. Debe ser interpretado con seriedad.

¿Hablamos de fútbol?

En la Academia Aspire (y por lo tanto en la Federación de Fútbol de Catar) nada es fortuito. El control es máximo, superlativo. En el país asiático los futbolistas no nacen, se hacen. Dada la escasa población autóctona y las dificultades que se encuentran para nacionalizar a jugadores de otros países, en la federación pérsica no pueden esperar a que aparezca de la nada un fuera de serie que cambie la marcha del fútbol patrio. Es la razón por la que han depositado billetes a camiones. Las instalaciones con las que cuentan los jóvenes qatarís son inigualables. Nadie en el mundo las tiene, por lo que su proceso de formación se acelera. En pocos años ya están entre los cien mejores en un ranking mundial con más de 210 selecciones. Y eso que algunas selecciones llevan ya muchas décadas compitiendo y sólo la repetición de un acto asegura el éxito.

Evidentemente queda mucho por hacer y la participación en el Mundial será clave. Para ascender posiciones de forma automática y para evaluar el nivel real del fútbol catarí precisan de choques a nivel mundial y también para ello invierten altas cantidades de dinero para encontrar los mejores escaparates. Bien lo saben en la federación del Golfo Pérsico, que desde hace años aceleraron su participación en competiciones internacionales que les enfrentan a las principales escuadras. Este es el caso del COTIF de l’Alcúdia, un campeonato con más de tres décadas de historia en el que Catar ya es un asiduo. De hecho, es una de las selecciones que más ha participado en la última década, con resultados sorprendentes como su empate de hace tres años ante una Brasil que contaba con jugadores como Nathan, Gerson, Gabriel Barbosa o Danilo Barbosa. Una canarinha que acabaría siendo campeona del torneo valenciano. Sin embargo, las garras del régimen catarí se expanden por el mundo entero. También por lo que hace a las ligas de otros países. En 2012 adquirieron el KAS Eupen de la segunda división de Bélgica con el objetivo de ir introduciendo allí a los jóvenes de la Academia Aspire y formarlos en ligas de primer nivel mundial (si es que el campeonato belga permite dicho calificativo).

Una visita a las instalaciones de la Aspire sirve para entender rápidamente la intención del emir de situar el deporte y, exactamente el fútbol, en la nueva religión. En algunos países sudamericanos el fútbol acabó desarrollando, según acuñó Julianne Müller un «cristianismo muscular», mediante el cual el cultivo del cuerpo fue un mecanismo para conseguir no sólo la fe cristiana sino también la rectitud moral, la pureza racial o la masculinidad, en una doctrina que nació en los colegios de élite ingleses a partir de medios del siglo XIX. Ese colonialismo «religioso» fue divulgado también en países de África, Asia o el Caribe pero no caló en la sociedad europea, quizá hasta la actualidad, en la que ya algunos futbolistas son considerados seres venerables. El gobierno catarí está convencido que esa práctica religiosa «muscular» permite acceder a la ciudadanía, tanto en su concepción de pueblo como en su acepción de estatus para ser respetado en una sociedad. El fútbol tiene hoy en Catar una intencionalidad político-cultural.

La Aspire Academy está formada por siete terrenos de juego al aire libre pero lo realmente sorprendente es el denominado Aspire Dome, que supone una instalación envidiada. De hecho, hasta allí se desplazan plantillas de los principales clubes de Europa para depurar sus preparaciones. Hay posibilidad de trabajar allí los procesos cognitivos relacionados con la percepción, la toma de decisiones y habilidades de ejecución de un jugador. Nada, absolutamente nada, queda sin análisis. Xavi Hernández definió las instalaciones de la federación catarí como la NASA del deporte. La Aspire trabaja en la segunda planta. Reproducen en ella, prácticamente, el mismo complejo que disfrutan los jugadores de las diferentes selecciones en la planta baja. Entrenadores de todo el mundo preparan a los futbolistas de los escasos diecisiete clubes del país entresemana y el viernes y sábado pasan a sus equipos para la disputa del campeonato local. Los mejores son seleccionados para el conjunto nacional. La Aspire entronca a los clubes y a la federación. Todo los costea el gobierno porque el deporte y especialmente el fútbol desata la pasión del emir Tamim bin Hamad Al Thani. Se comparan con Islandia por número de habitantes y creen que, si siguen por el camino de la inversión, pueden conseguir éxitos impensables hace una década.

La Aspire es ya una Torre de Babel futbolística. Hay entrenadores de todo el globo pero, sobre todo, españoles. Y es que Catar ama el fútbol de La Roja. Se cree que no fue una campeona del mundo al uso, sino que introdujo un modelo futbolístico que transformó el balompié. Guardiola como dios. Así lo transmite López, que, pese a ser galo, no ve que el cetro francés se acabe convirtiendo en un legado como el reportado por la España de Aragonés o Del Bosque. En 2019, la selección de Catar, entrenada por el español Félix Sánchez Bas, logró su primer gran título internacional venciendo a Japón (1-3) en la final de la Copa Asia que se disputó en Emiratos Árabes Unidos. El método español ideado por Roberto Olave dio éxitos antes de lo esperado con un combinado catarí compuesto por once jugadores con menos de veintidós años.

También en la Aspire se cuece una filosofía propia que engarza a todos los conjuntos de la federación y también a los clubes. Un modelo de juego basado en la posesión y el juego ofensivo, que se nutre de las mil vicisitudes mundiales pero que respeta las particularidades de un país muy característico. Tampoco eso queda al libre albedrio. En la Aspire se cuenta con un sociólogo. Sí, con un sociólogo. Se llama Juan Pablo Morales y es chileno. Intenta que los jugadores interioricen las nociones que hasta allí han trasladado los técnicos internacionales pero también «educa» a los entrenadores para que entiendan que el fútbol no siempre es matemático y que las ciencias sociales juegan un papel crucial. Los entrenamientos se detienen con el rezo. Y no hay debate.