Veinte siglos tuvieron que pasar para que Dios volviese a enviar a la tierra al menor de sus vástagos. Si la misión de Jesucristo en nuestro mundo fue la de promulgar el bien entre toda la humanidad, la encomendada al menor de sus hijos espirituales fue la de hacer magia con un balón en los pies, tras las súplicas del joven: «Padre, te prometo que si vos me concede el don del manejo de la pelota, soportaré a mis espaldas todo aquello que ordenes, ¡Mi Señor!»; «Hijo mío, te distinguiré del resto de los mortales con ese don de malabarista con el balón en los pies a cambio de hacer feliz a la gente, pero el sacrificio será grande. Deberás de hacer el bien al prójimo todos los días de tu vida, y si incumples vivirás rodeado de Cumbres Borrascosas cada vez que te alejes de los verdes prados de las canchas de todo el mundo. Pero antes, deberás adquirir los valores de la vida desde la pobreza más absoluta para que sepas lo dura que es la vida allá abajo». «Estoy dispuesto a asumir el reto, padre, como ya en su día hizo mi hermano Jesús».

Y así fue como el 30 de octubre de 1960 en el barrio bonaerense de Lanús, vería por primera vez la luz en la tierra, Diego Armando Maradona. Y como así promulgó su divino padre, las raíces las echaría al noroeste del partido de Lomas de Zamora, en la humilde localidad de Villa Fiorito, donde junto a su inseparable Goyo Carrizo, soñaban con emular a las grandes figuras argentinas del momento.

A la edad de 10 años y junto a su amigo del alma, decidieron ir a probar a las divisiones menores de Argentinos Juniors, bajo la atenta mirada de Francisco Cornejo quien pronto quedaría prendado por el gran talento de «Dieguito». Con él, el Tifón de Boyacá logró sus mayores conquistas históricas en categorías inferiores, siendo apodados como los «Cebollitas» ya que todos los pibes del equipo eran muy bajitos, pero eso sí, dotados de una gallardía bárbara. El tiempo voló y antes de cumplir los 16, el 20 de octubre de 1976, debutaría con el primer equipo ante Talleres de Córdoba. Y, ¿saben lo primero que se le ocurrió al Pelusa al ingresar en la cancha? Tirarle un doble caño a su marcador, mientras la gente exclamaba «¡la requete-concha de su madre. Qué bárbaro ese pibe!».

Aquello fue el comienzo de uno de los idilios más apasionados que jamás hayan existido ente un jugador de fútbol y una pelota. Fueron momentos de vino y rosas junto a su familia terrenal. Cada noche agradecía a Dios -su verdadero padre-el haberle hecho tan osado, lo que le hacía sentirse el rey del mundo. «Gracias Papá por todo lo que me has dado»; «Hijo mío, no te olvides nunca de ser justo entre los humanos...»; «No lo haré».

Fueron años de extrema felicidad, donde junto a su esposa Claudia viviría los mejores momentos de su vida. Pero la marca Maradona cada vez se hacía más grande arrasando con todo lo que se le cruzaba. La fama, el dinero, las fiestas, las mujeres y todo tipo de excesos, fueron convirtiendo a un auténtico Dios en un ser vulnerable cada vez que se alejaba de los terrenos de juego. Fue cuando se olvidó de su promesa y el todopoderoso lo abandonó a su suerte.

Atrás quedó la gloria de 1986, lejos quedaron los grandes triunfos en el San Paolo di Napoli, en la Bombonera y en todos los estadios del mundo donde todos caían rendidos a tus pies. Pero cuando te duchabas y volvías al piso firme, te convertías en un ser humano frágil, no por tu maldad, sino por tu extrema bondad que te hacía confiar en toda aquella gente que se acercaba a ti no por amor, sino por la plata que manejabas. Esos miserables fueron los que un 27 de noviembre de 2020, hicieron que volvieses al más allá triste y abandonado, donde suplicarás eternamente el perdón de Dios, mientras nosotros nos quedamos huérfanos de tu fútbol.

Querido Diego, fue en 2006, en mi tierra malagueña, cuando más cerca de ti me encontré. Apenas nos separaban unos metros y cuando quise abrazarte, hubo algo que me lo impidió. Sentí que mejor debía guardar tu imagen en mi retina, cuan amor apasionado de un sueño profundo e irreal que estuviese viviendo, pero con la única diferencia de que tú eras real. Estaba al lado del Dios del fútbol y fue entonces cuando lloré...