Historias irrepetibles

Margaret Court, de la gloria a la polémica

La jugadora australiana, ahora repudiada por sus ideas, salió de la más absoluta pobreza para convertirse en la gran dominadora del tenis mundial durante una década, para después dedicarse a tareas religiosas como reverenda

Margaret Court es una de las tenistas australianas más importantes de la historia.

Margaret Court es una de las tenistas australianas más importantes de la historia. / EFE

Juan Carlos Álvarez

Margaret Smith Court era una niña pobre que nunca pensó que se ganaría la vida jugando al tenis, deporte que a mediados del siglo XX parecía territorio exclusivo para clases más favorecidas. Los Smith eran una familia sin apenas recursos que vivían en una pequeña casa de alquiler en Albury, localidad de Nueva Gales del Sur que era famosa por encontrarse en medio de la ruta que une Sydney y Melbourne, circunstancia que la convertía en parada casi obligatoria para transportistas.

Ser la pequeña de cuatro hermanos le hizo desarrollar su carácter y capacidad de liderazgo mucho antes que la mayoría de niños de su edad. La calle era su espacio natural, donde pasaba la mayor parte del día. Siempre estaba enredada en algún juego o gamberrada.

Teniendo a tiro el club de tenis de Albury no era de extrañar que tarde o temprano se colase en aquella instalación en la que tenían prohibido el acceso, por lo que era uno de sus principales alicientes. Sus inmaculadas pistas de hierba, protagonistas de algunos torneos de cierto renombre, eran una tentación para la chavalada que acabó por encontrar allí su patio de recreo con la complicidad de los responsables del club que con el tiempo acabaron por consentir su presencia.

Margaret Court tenía algo especial. Eso advirtió Wally Rutter, el profesor principal, que medio adoptó a la joven. Alejarse de su casa suponía también una liberación para ella, que se libraba así del ambiente enfermizo que generaba su padre, alcohólico y violento. Rutter trató de atemperar el volcánico carácter de Margaret, que ya había sido expulsada de su colegio. Trató de educarla dentro de la pista, pero también fuera de ella. Le enseñó a jugar al tenis sin dejar de exigirle resultados fuera del club.

Un diamante en bruto

El profesor sabía que aquella chica podría triunfar en el mundo del tenis, pero también era consciente de que él no estaba en condiciones de aportarle el conocimiento necesario para convertirla en una de las grandes. En 1957, cuando Margaret tenía 15 años, aprovechó la visita al club del exjugador Frank Sedgman, que trabajaba para la Federación Australiana, para que viese a Margaret e hiciese una rápida evaluación. En apenas quince minutos confirmó las sospechas de Rutter. «Esta chica puede ser la primera australiana que gane el torneo de Wimbledon» sentenció.

Sedgman conversó con ella y la invitó a desplazarse a Melbourne para trabajar a las órdenes de los mejores técnicos del país. Había visto un diamante y no estaba dispuesto a dejarlo escapar. Margaret Court se fue a hablar con sus padres y les anunció que se marchaba. No preguntó nada, no pidió premio, solo avisó de la decisión que había tomado. Sabía cómo quería que fuese su vida y tenía claro que sería lejos de Albury.

Viaje a Melbourne

En Melbourne la joven se entregó al trabajo. No regateó el mínimo esfuerzo. A su fortaleza mental, al convencimiento de lo que quería alcanzar, añadió unas espectaculares condiciones físicas. En un centro de entrenamiento en el que le tocaba enfrentarse la mayoría de los días a chicos, Margaret Court potenció su cuerpo para ganar fortaleza. Madrugaba más que nadie para encerrarse en el gimnasio y con el tiempo fue añadiendo potencia a sus golpes. Esa cualidad sumada a su velocidad la convirtió en la gran esperanza del tenis femenino de un país que hasta el momento había limitado su aportación de nombres ilustres al palmarés masculino.

En 1959, con dieciséis años, se estrenó en el Open de Australia donde la apeó en segunda ronda quien luego sería la campeona del torneo. Aquello fue una simple prueba, un pequeño experimento antes de su gran explosión que se produciría doce meses después, también en casa. En 1960 sumó el primero de sus torneos de Grand Slam y se inició una de las dictaduras más importantes que ha vivido el tenis a lo largo de su historia.

Para este deporte fue como entrar en otra dimensión por la forma de jugar de Margaret Court, por la intensidad de sus golpes, por la fortaleza que mostraba sobre sus rivales, más débiles, más lentas, menos resistentes.

Margaret Court sumó a partir de ese momento la friolera de 24 títulos individuales (11 Open de Australia, 5 Roland Garros, 3 Wimbledon y 5 Open de Estados Unidos). El techo de su carrera lo alcanzó en 1970 cuando, después de ser madre, consiguió sumar los cuatro grandes en una misma temporada y convertirse en la segunda mujer de la historia en alcanzar el Grand Slam después de la norteamericana Maureen Connolly (solo Steffi Graf lo lograría tras ella). Además, a su palmarés añadió 19 grandes en dobles y 21 en dobles mixtos. 64 veces a lo largo de su vida se coronó en una de las catedrales del tenis mundial.

Poco después de su exitoso 1970 Margaret Court se pasó al pentecostalismo y la religión cada día ganó más peso en su vida. En 1983 recibió la calificación de teóloga y en 1995 se convirtió en reverenda. Comenzó a ser protagonista de la puesta en marcha de diferentes campañas para defender la familia y defender a los sectores más desfavorecidos. Pero el problema fue que con el tiempo comenzó a radicalizar sus opiniones.

Opiniones controvertidas

Todo saltó por los aires a partir de 2004. Solo un año antes el Open de Australia había bautizado una de las grandes pistas del Melbourne Park con su nombre. Ese año comenzó a hacer públicas sus opiniones sobre las bodas homosexuales y los colectivos LGTBI. Cada vez hacía más ruido, encontraba réplicas más contundentes y poco a poco su historia se fue difuminando mientras cobraba fuerza su lado más polémico, su intolerancia, su radicalidad, su homofobia. En 2017 la situación se descontroló después de que la exjugadora defendiese con fuerza el «no» en el referéndum que se celebró en Australia sobre las bodas homosexuales. Martina Navratilova fue una de las que con más fiereza se puso en su contra y deslizó que los jugadores no deberían pisar la pista que lleva su nombre en Melbourne.

Court no se amilanó y aseguró en diferentes medios que «el tenis está lleno de lesbianas. Incluso cuando yo jugaba ya había un par, pero un par que mandaba y llevaba a las jóvenes a las fiestas y esas cosas». No se quedó ahí. Dijo también que los niños transgénero «son productos del trabajo del diablo» y cargó contra el movimiento LGTBI por «tratar de confundir a la juventud».

A partir de ese momento Margaret Court, la mujer a la que Australia eligió la mejor deportista de su historia, pasó casi al anonimato para el mundo del tenis que la repudió de alguna manera. Sus ideas han pesado más que su grandeza en la pista. A diferencia del resto de leyendas del tenis australiano ella nunca está en los homenajes que el país suele organizar aprovechando la disputa de su torneo. Este año la situación ha cambiado ya que en 2020 se cumplen los cincuenta años de aquella proeza que supuso conquistar el Grand Slam en su temporada perfecta. La organización del Open de Australia anuncia un reconocimiento la próxima semana para rendirle tributo aunque esa idea ya hecho subir el volumen de quienes piden que deje de existir la pista Margaret Court o tratan de minimizar su importancia en la historia del tenis.