Ciclismo
Van der Poel le gana a Pogacar una Milán-San Remo de leyenda
Espectacular victoria del nieto de Poulidor después de responder junto a Filippo Ganna a los furiosos ataques del fenómeno esloveno en La Cipressa, a 23 kilómetros de la meta de la 'classicissima'

Mathieu van der Poel cruza la meta por delante de Filippo Ganna y Tadej Pogacar. / EFE
Grandioso es poco porque fue una Milán-San Remo de colección, espectáculo puro y duro, una obra de arte para apasionarse con el ciclismo, para no cansarse de ver repetidos una y otra vez los 23 kilómetros finales, de la Cipressa a San Remo pasando por el Poggio, tres hombres al poder y uno, llamado Tadej Pogacar al ataque una y otra vez, con Mathieu van der Poel, a rueda o colaborando, siempre a su lado, conocedor del terreno y sabedor de que si no se soltaba del fenómeno esloveno ganaría el primer ‘monumento’ del año por segunda vez en su carrera profesional, como así fue. Enorme Van der Poel, espectacular Pogacar y espléndido Filippo Ganna, al final segundo, en un sábado mágico sobre la bicicleta.
Quizá fuera la última vez que Pogacar intentase la aventura imposible de ganar la Milán-San Remo, la ‘classicissima’ como les gusta denominarla a los italianos, porque lleva cuatro intentos y sólo le faltaba probar de alcanzar la victoria en un ataque lejano, en la subida a la Cipressa, el penúltimo obstáculo de la prueba con 23 kilómetros, que fueron una bendición, hasta la meta. Imposible, porque Van der Poel fue mucho Van der Poel y porque en este tipo de terreno, de subidas cortas y explosivas, el corredor neerlandés saca su experiencia adquirida en el barro del ciclocrós donde destroza a todos los rivales en repechos de pocos metros. Y el rival ya se puede llamar Pogacar, porque lo neutraliza, porque colabora con él y lo remata en el esprint final.
Pogacar necesitaría dos cosas para ganar la Milán-San Remo, una que Van der Poel se diera de baja, y dos que los organizadores se sacaran de la chistera una montañita con unos cuantos kilómetros de subida para que se exhibiera y para que destrozase a todos, incluido al nieto de Raymond Poulidor.
El zafarrancho
Fue un ecuatoriano llamado Jhonatan Narváez, fichado por el UAE este año para hacer más plácidos los ataques a Pogacar, el que inició la batalla. Fue el mismo que la temporada pasada le privó al astro esloveno de vestirse de rosa desde el primer día, al batirlo en la primera etapa del Giro. Fue Narváez el que abrió el zafarrancho de combate subiendo La Cipressa con 23 kilómetros por recorrer.
De repente, como suele ser típico en él, surgió Pogacar como un obús. A diferencia de lo que hizo el año pasado en el Mundial, tantas veces en el Tour y el Giro, no se fue solo, pero sí destrozó al pelotón. ¿A todos? No. A todos menos a los que se sabía que eran los otros dos corredores más fuertes: Van der Poel y Ganna.
Así que se formó un trío que dejó al resto sin opciones, pero con el suspense de saber si Pogacar se estrenaría como vencedor de la Milán-San Remo, si Van der Poel lograría una segunda victoria o si Ganna resistiría a los ataques de Pogacar que se esperaban como un libro abierto en el Poggio.
Cuatro demarrajes
Hasta cuatro veces demarró el campeón del mundo. Cuatro azotes, latigazos en la espalda de Van der Poel, cuatro ataques que descolgaron a Ganna. Y, para acabar de poner más emoción, hasta Van der Poel intentó irse de Pogacar cuando la subida al Poggio se daba por concluida.
Quedaba el descenso hacia el mar, quedaba por saber si Ganna, herido, pero no eliminado, capturaría a la pareja. Ocurrió en el último kilómetro. Más intriga, imposible. Llegaron los tres al esprint de San Remo. Van der Poel se puso a tirar como un loco, casi dio la impresión de que le salía humo por las orejas. Pogacar ya estaba rendido, ya lo había dado todo, nada que objetarle. También lo superó Ganna, tanto esfuerzo para ser tercero, tanto espectáculo para convertir a Van der Poel en el vencedor de la mejor Milán-San Remo que se recuerda.
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