Si atendemos a la Agenda 2030 de Desarrollo Sostenible, quedan menos de nueve años para lograr objetivos como el fin de la pobreza (1), la reducción de las desigualdades (10), o un trabajo decente y crecimiento económico (8) para las personas. Las microfinanzas se antojan como una de las herramientas de las que disponen las personas más vulnerables para poder acceder a una vida mejor.

Sin embargo, ¿cómo funcionan hoy en día? ¿Son el mejor producto financiero para las familias que viven en zonas de muy alta marginación? ¿Cómo son las condiciones reales de los que logran acceder a un microcrédito? Sobre esta y otras cuestiones hablamos con Laure Delalande, francesa afincada en México y directora de Innovación del 'think tank' Ethos.

Esta doctora en Ingeniería Agrónoma y Máster en Ciencias Políticas lleva desde 2010 inmersa en organismos de cooperación internacional tales como la FAO gestionando programas de colaboración con el Gobierno de México en temas de desarrollo agrícola, evaluación de políticas, atención a la pobreza en zonas rurales, medioambiente y cambio climático. Años de trabajo de campo en las zonas más pobres del país la convierten en una de las voces con más experiencia en el tema.

- ¿Cómo funcionan hoy en día los microcréditos en las zonas rurales del país?

- Para explicar las microfinanzas en México es necesario remontarnos a finales de los 80. Hasta ese instante los créditos los proveía el Estado. Desde ese momento hubo una especie de vacío enorme y muchas personas se quedaron sin oferta crediticia, principalmente en zonas aisladas y efectivamente los que empezaron a suplir esta demanda fueron iniciativas privadas locales que podían ser de tipo social o no. En este periodo de vacío empiezan a salir microfinancieras y se cometen muchos abusos, desde un interés altísimo hasta que las mismas cajas populares llegaron a robar el dinero destinado a estos minicréditos. El Estado entonces fue consciente de la necesidad de una regulación para el sector y esta llegó sobre el año 2000 con la aprobación de la ley de ahorro y crédito popular a partir de la cual se establecen las bases con las que se trabaja hoy en día. Actualmente todas las entidades están supeditadas a la ley y a una comisión específica que se dedica a certificar que reciben auditorías periódicas y que trabajan con criterios adaptados al tipo de crédito. Funciona muy diferente a un banco común.

- ¿Considera que es actualmente la mejor manera de impulsar el tejido empresarial local?

- La verdad es que depende mucho del nivel de pobreza de las personas. Mi experiencia en zonas de alta y muy alta marginación ha hecho que me dé cuenta de que el microcrédito en más del 90% de los casos es un crédito al consumo, no es un préstamo para la inversión productiva. La idea de que el microcrédito permita fundar una empresa es una idea sobrevendida. Una característica de las personas pobres donde hay tanta informalidad como América Latina es que su condición de pobreza está muy vinculada a su condición de vulnerabilidad y al hecho de no saber qué va a pasar mañana. Para ellos es muy difícil planear. Tienen entradas de dinero pero te das cuenta cuando ahondas en su economía familiar que estas entradas varían mucho de un mes a otro y no son seguras. Por eso lo que hacen es utilizar el crédito para garantizar que van a tener cierto monto de dinero en cierta fecha. Lo más común es ver que una persona pide una cantidad pequeña de dinero a 4 o 6 meses y cuando acababa de pagar pide otra. Es una especie de ahorro a la inversa, una forma de manejar tu economía o tu liquidez. En las zonas indígenas que son estructuralmente pobres, aisladas geográficamente, aunque tengan la posibilidad de cultivar el campo o generar cualquier otro bien de consumo, las posibilidades de que lleguen a comercial con él son muy remotas.

- ¿Cómo es la familia tipo que accede a esta financiación?

- Son familias que tienen alguna fuente de ingresos, lo normal es que tengan varias fuentes: la agropecuaria, un pequeño negocio, el hijo que se va a la ciudad a trabajar y manda dinero, los subsidios del Gobierno... y con todo eso reembolsan el microcrédito. Son familias relativamente grandes con 3 o 4 hijos y los dos padres activos. También muchas madres solteras con algún tipo de negocio. Las personas que tienen cero ingresos no pueden acceder a este producto, no cumplirían los requisitos.

- ¿Cuál es entonces la utilidad de este producto financiero?

- Digamos que reduce la condición de vulnerabilidad de las personas que acceden a él y en este sentido tampoco me parecen mal. Entre no tener acceso a nada o el usurero que en zonas rurales aplica tasas de interés astronómicas... Si hay una demanda de micropréstamos es que existe la necesidad, si bien no estoy tan segura efectivamente de que sean la mejor forma. De alguna manera les pueden ayudar a resolver un imprevisto, como el pago del material escolar de los hijos, por ejemplo, pero también es cierto que el ahorro haría esa función mejor. Las personas te lo explican perfecto, les preguntas que por qué no ahorran para evitar los intereses que acarrea un préstamo y te dicen que la presión o la disciplina que se les impone al pagarlo, difícilmente se la autoimpondrían para ahorrar.

- ¿Podría describir algún proyecto que le haya tocado la fibra especialmente?

-R ecuerdo con cariño a una cooperativa de mujeres indígenas de la Sierra Norte de Puebla que hacían bisutería de Chaquira. No hablaban apenas español, la comunicación fue complicada y el aprendizaje fue bidireccional. Trabajamos juntas unos cuatro años y en ese tiempo les cambiamos la materia prima, usaban piezas de plástico y les ayudamos a introducir el vidrio y además vino una diseñadora que les enseñó a desarrollar nuevos diseños buscando en las revistas, las trajimos a la ciudad para que escogieran su materia primera y empezaron a vender, a estar en ferias y a recibir algunos encargos, algo que es complicadísimo para ellas. No fue bonito solo por tener la oportunidad de ayudarles en tema de ingresos sino también en lo que tiene que ver con el empoderamiento de la mujer.