OPINIÓN
Trump, desnudo: ¿y ahora qué?
Todo lo relacionado con el presidente de EEUU se sitúa en una línea borrosa entre un cúmulo de políticas y decisiones incoherentes, y una estrategia gubernamental deliberada y extremadamente arriesgada

Archivo - Fachada de la Bolsa de Nueva York en Wall Street. / EUROPA PRESS - Archivo
Josep Soler Albertí
Apenas han pasado tres meses del inicio de su segundo mandato y, sin embargo, parece que hayan sido años. Con una presencia mediática compulsiva y acaparando los titulares con declaraciones a menudo contradictorias y plagadas de obsesiones repetitivas, el mundo ha empezado a entender a Donald Trump, aunque los más cercanos a él todavía no se atreven a decirle al emperador que está desnudo. Al menos, ahora tenemos una imagen algo más clara de lo que está provocando y de lo que aún puede provocar. Unas semanas, pocas, de perplejidad y desconcierto, pero también de reconocimiento tácito a algunas de sus intuiciones, y cada vez más reacciones, hasta hace poco impensables, de países e instituciones afectados por sus decisiones, sus amenazas y su intento de establecer un orden político iliberal y una economía autárquica para Estados Unidos y quién sabe si también para el resto del mundo.
Por encima de todo, la fe en los aranceles ocupa un papel central en la retórica trumpista. Aunque tiene su origen en déficits comerciales importantes en bienes (no así en servicios) para Estados Unidos, Trump ha utilizado y manipulado los aranceles no para negociar una mayor reciprocidad en el comercio exterior, sino para intimidar. Canadá fue desafiada con aranceles, junto con bravuconadas expansionistas sobre convertir al vecino del norte en otro estado estadounidense. México realizó algunas concesiones parciales y tomó medidas en la dirección que el republicano exigía en temas como la inmigración ilegal, el contrabando de fentanilo y la deportación de narcotraficantes mexicanos a EEUU, lo que ha situado a los vecinos del sur en una posición de salida casi privilegiada.
Desdén hacia Europa
Para la UE, creada, según Trump, para fastidiar a América, el argumento adicional para los aranceles fue el abandono del paraguas defensivo estadounidense y el desdén hacia Europa en la cuestión de Ucrania. Finalmente, para China, probablemente el principal objetivo de las políticas agresivas de Trump y la más vilipendiada por su enorme superávit comercial con EEUU, los aranceles se combinan con boicots tecnológicos, el tema de Taiwán en el horizonte y, especialmente, una ofensiva para lograr un tipo de cambio del dólar con el renminbi mucho más ventajoso para los americanos.
Tras las bambalinas, la hiperactividad de Trump se ve complementada por el espectáculo grotesco que lidera Elon Musk en el llamado Departamento de Eficiencia Gubernamental que, a este ritmo, desmantelará estructuras clave, debilitará la separación de poderes y destruirá cualquier esperanza de iniciativa liberal para un control racional del gasto público. El objetivo es reducir los impuestos a empresas y particulares compensándolos con los ingresos por aranceles, aunque al final sean los consumidores quienes acaben pagando la cuenta, algo que la Administración estadounidense se niega a reconocer.
Todo lo relacionado con Trump se sitúa en una línea borrosa entre un cúmulo de políticas y decisiones excéntricas e incoherentes, y una estrategia gubernamental deliberada y extremadamente arriesgada. Esta última parece impulsada por una obsesión: debilitar el dólar a toda costa para hacer más competitiva a la economía estadounidense, aplicando presiones (aranceles, amenazas geopolíticas, forzar bajadas de tipos...) que, en teoría, impulsarían las exportaciones, encarecerían las importaciones y reactivarían las manufacturas americanas, una ambición que se formalizaría en el llamado Acuerdo de Mar-a-Lago. En una economía con pleno empleo que ha transitado eficazmente hacia los servicios y la tecnología, resulta difícil imaginar cómo podrían resucitarse sectores como el automotriz y el textil, por citar dos ejemplos.
Estas semanas también han sido especialmente importantes para los mercados financieros estadounidenses, que han retirado su confianza a Trump, al principio con fuertes caídas, en una clara descorrelación con Europa, que sorprendentemente ganó peso como refugio de capitales. Sin embargo, Europa también ha acabado sucumbiendo ante la percepción creciente de que nos encaminamos hacia una recesión global, la primera autoinfligida desde los años 30 del siglo pasado.
Desavenencias y nervios
Los inversores bursátiles han comprobado que tanto la incertidumbre generada por la errática política de Trump como los efectos nocivos de unos aranceles más altos, por la reducción de la actividad (menos oferta y demanda, doble estoc) y por el aumento del riesgo inflacionario, han afectado gravemente a los mercados, especialmente en EEUU, donde se ha sumado la reciente debilidad del dólar. Incluso algunos de sus leales secuaces y adláteres comienzan a mostrar, en privado y aún atemorizados por Trump, importantes desavenencias con sus políticas y también nerviosismo ante la caída de los mercados y la brutal devaluación de los ahorros de los ciudadanos. Su intención de presionar al presidente de la Reserva Federal, Jerome Powell, para bajar los tipos de interés más agresivamente choca tanto con el riesgo inflacionario derivado de los aranceles como con la voluntad de Powell de preservar su independencia sin atender a las presiones de Trump.
Es en este escenario, preocupante en EEUU, donde la probabilidad de recesión aumenta por horas, y algo más optimista en Europa, donde los gobiernos nacionales al menos han apostado por la inversión en defensa e infraestructuras liderados por Alemania, reina la incertidumbre. Como en otras crisis anteriores, el papel del asesor financiero es más importante que nunca. Debe ser principalmente el de psicólogo de los inversores, ayudándoles a no vender en pánico, el gran riesgo, y ofreciendo acompañamiento y calma en momentos en los que el capital y los ahorros parecen desvanecerse. Una gran responsabilidad y una templanza muy necesaria para cualquier inversor, pequeño o grande.
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