Marca Málaga
Los desafíos de la Málaga del futuro: el salto hacia la corona metropolitana
La expansión de la capital de la Costa del Sol depende del desarrollo de infraestructuras que la conecten con los municipios del entorno

Málaga, a vista de pájaro. / Álex Zea
Málaga es la sexta capital española más poblada del país y, balance tras balance, se consolida como un polo de atracción demográfico. Si se amplía el foco para abarcar a toda la provincia, se percibe la misma tendencia, aupada por incrementos consecutivos en el censo, el cual se va acercando cada vez más a los 1,8 millones de habitantes.
Estos incrementos poblacionales tienen efectos positivos sobre el territorio, fortaleciéndolo con más capital humano, mano de obra, mayor diversidad y dinamismo económico. No obstante, al mismo tiempo genera una serie de consecuencias que hay que planificar y gestionar, como una mayor presión sobre el transporte o el mercado de la vivienda.
El propio alcalde de Málaga, Francisco de la Torre, reconoció en una entrevista reciente con La Opinión de Málaga que la capital tiene una «capacidad limitada» por lo que «crecer indefinidamente» no es una opción.

Pedregalejo, desde el aire. | La Opinión
Esto exige tener una red de transporte público completa y robusta que ofrezca opciones de intermodalidad a la población, de manera que el vehículo privado no sea la única opción. «Queremos que esté todo bien articulado, bien dotado de servicios. La movilidad es clave», afirmaba De la Torre, que avanzaba que están estudiando la fórmula para que la EMT, la red de autobuses municipal de la capital, pueda ir más allá y conectar con localidades cercanas.
Por ello, resulta esencial que estos crecimientos vayan acompañados de una buena gestión pública orientada al refuerzo de los servicios públicos, a la planificación urbana sostenible y a la movilidad eficiente, factores claves para garantizar la calidad de vida que siempre ha caracterizado a Málaga como una ciudad mediterránea de tamaño medio, así como para proteger su cohesión territorial y la idiosincrasia que la hace única y genuina.
Con este panorama, es una realidad que la expansión de la capital de la Costa del Sol depende en gran medida del salto a su corona metropolitana, debido a las propias limitaciones físicas de una ciudad que tiene la suerte de estar bañada por el Mediterráneo al tiempo que está acotada por los Montes de Málaga, una cadena montañosa perteneciente al sistema Penibético situado a solo cinco kilómetros de la zona norte de la ciudad.

Una vista aérea de la capital desde el mar. / Álex Zea
Eso sí, esa efusión de la ciudad hacia su área metropolitana no solo responde a las limitaciones físicas del territorio, sino a la necesidad de esponjarse debido a las carencias en los recursos de la propia capital para hacer frente a ese crecimiento demográfico, siendo el déficit de vivienda el problema más urgente.
Una gran demanda de vivienda junto a un importante interés inversor a los que solo puede responder una escasa y desorbitada oferta mantiene al mercado inmobiliario en una situación de tensión, con precios absolutamente disparados que se escapan a la capacidad económica de los locales, quienes se ven forzados a buscar su hogar en localidades limítrofes.
Esta situación se escapa ya del plano teórico y conforma una realidad palpable en Málaga, con el movimiento de población que se está desplazando a municipios limítrofes como Alhaurín de la Torre o Cártama, en busca de una oferta de vivienda más asequible que la que ofrece la capital. Hay que tener en cuenta que cuando el lugar de residencia se sitúa en el área metropolitana y el puesto de trabajo, el ocio y las relaciones sociales se encuentran en la capital, el efecto directo es el incremento de desplazamientos.

El Centro, el Puerto y el litoral este de la capital.| Álex Zea
Ese es el gran desafío de la Málaga metropolitana, articular una red de transporte público que dé sentido a la expansión urbana de la ciudad, evitando la sobrecarga de las carreteras y los embotellamientos que, por ejemplo, caracterizan ya a algunas vías como la A-7, la Autovía del Mediterráneo, a su paso por el acceso este de la capital.
Esa red de transporte necesita construirse a una velocidad lógica, que se pueda acompasar con el crecimiento poblacional de Málaga. Para ello es necesario pensar en soluciones a corto plazo, que pasan por el refuerzo del transporte público por carretera y el refuerzo de las conexiones ferroviarias existentes. Por otro, proyectos a largo plazo que pasan, sin duda, por el impulso definitivo del tren litoral, la conexión ferroviaria que uniría Nerja con Algeciras, conectando en ese trayecto, por fin, con Marbella, que es la única ciudad española de más de 150.000 habitantes que no tiene tren.

El metro de Málaga, en la estación fotovoltaica del centro de mando. / Álex Zea
Esta infraestructura, según un informe elaborado por el Ministerio de Transporte, podría llegar a sumar más de 60 millones de pasajeros al año entre los corredores ferroviarios de la Costa del Sol y el Campo de Gibraltar. Después de más de dos décadas sin avances, está en proceso la redacción de un estudio de viabilidad.
Otro elemento clave es el metro de Málaga, no solo por su aportación a la movilidad urbana, esto es, dentro de la ciudad, sino porque podría convertirse en una herramienta esencial para los desplazamientos entre la capital y su área metropolitana. En este sentido hay que recordar el proyecto de «línea 3» del suburbano, que no llegó a desarrollarse y que planteaba una conexión subterránea entre la capital y el Rincón de la Victoria.

Un autobús eléctrico de la EMT de Málaga / La Opinión
Este necesario desarrollo, tanto en lo que se refiere a infraestructuras de transporte, como la vivienda y los servicios que esta requiere, se topa con el escollo de la lentitud burocrática que caracteriza a la tramitación urbanística. Esto provoca que se tarde cerca de una década en desarrollar los suelos que están pintados en el planeamiento de la ciudad y su área metropolitano, creando un «gap» cada vez más profundo entre las necesidades reales de la población y la materialización de estos proyectos.
Dotar de agilidad a la administración pública sin renunciar a un procedimiento garantista es otro de los desafíos que hay que afrontar para no atrofiar el progreso de las ciudades del siglo XXI.
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