Lima Limón

Costrumbres del siglo pasado, la moda de éste

Laura Escobar

Cada principio de año los gurús de la gastronomía se afanan en sacar el preciado listado de las que serán las claves para el sector. Ésas que dictan y qué debemos comer y cocinar si queremos estar al día de lo que se cuece. Y yo, que religiosamente hago mis deberes, cada año miro y compruebo dichas enumeraciones con la esperanza de que en la retahíla encuentre algo que ilumine mi camino. Pero no. Nada, de nada.

No me malinterpreten, no es que lo tenga todo sabido y que por ende crea que nada me sorprende. De hecho, cada año me tropiezo con anglicismos de la talla de plant-based products, bean to bar, tuppercatering, smart food o el de este año non fungible tokens (NFT). El problema es que tanto estas palabrejas como el resto de tendencias que se vienen enumerando en los últimos años vienen a decir exactamente lo mismo.

Para 2022 han caído: desperdicio cero; la sostenibilidad; las pequeñas producciones; las meriendas; los guisos tradicionales; la maduración del pescado; los congelados más saludables; los cacaos de calidad; una oferta gastronómica más sana en restaurantes; la sustitución de la proteína animal por la vegetal o ¡la comida real! Ésta última es mi preferida.

Es decir, décadas de evolución gastronómica para que lo último sea lo que mi abuela y mi madre han hecho toda la vida. Guisar; buscar productos de temporada del mercado; inventiva gastronómica a su máxima potencia para dar salida a las sobras; cocinar y congelar para después; preparar meriendas como Dios manda o ir a los restaurantes donde la comida es casera. Vamos, comida real o real food (en inglés suena mejor, ¿a que sí?).

Y no piensen que estoy descontenta, todo lo contrario. Me encanta que se ponga de moda liar croquetas para congelarlas o hacer un buen puchero. Así dejaré de ser ese bicho raro descontextualizado de mi generación que «hace de comer». ¡Una locura! Lo que sucede es que, más allá de que las tendencias pasadas siempre vuelvan, la Gastronomía no debería ser una moda pasajera. Si no olvidamos el recetario tradicional -imprescindible- y además le integramos platos y productos de otros lares, -que el mundo es global-, le devolveremos a la cocina el lugar que merece: ser el corazón que bombea salud, cultura e identidad. Pongámonos el delantal.