Aunque existe la impresión de que la participación en las elecciones del 20D fue muy alta, en realidad no lo fue tanto, porque la abstención se mantuvo en niveles similares a las de otros comicios, e incluso superiores, y todo por un factor que no suele analizarse la noche electoral: el voto exterior.

De manera estadística, está demostrado que el sistema del voto rogado implantado desde 2011 ha hecho disminuir considerablemente el número de papeletas que llegan a España debido a las dificultades que comporta culminar la votación, y con ya casi dos millones de electores en el exterior, su peso matemático es cada vez mayor.

Este método se aplica a los españoles que forman parte del Censo de Residentes Ausentes (CERA), a raíz de una reforma legal promovida por el PSOE con el respaldo mayoritario del PP, CiU y PNV, para combatir posibles fraudes en el voto exterior.

Sin embargo, la modificación ha tenido el efecto colateral de una drástica disminución del número de votantes y un consecuente aumento de la abstención.

El problema, reconocido por las fuerzas políticas, que han llegado incluso a apoyar la supresión del nuevo sistema, radica en que obliga a los electores a solicitar expresamente que quieren ejercer su derecho al voto, y no como antes de 2011, cuando lo recibían todos los inscritos en el CERA sin necesidad de pedirlo.

Los datos hablan a las claras, porque, si en las elecciones generales del 2008 hicieron llegar sus votos el 31,74 por ciento de los votantes en el exterior, en las siguientes generales, las de 2011, con el voto rogado ya en vigor, ese porcentaje cercano al tercio de electores bajó hasta un ínfimo 4,95 por ciento de españoles contabilizados como residentes ausentes.

¿Y qué pasó el 20D de 2015? Pues que del 1.880.064 españoles que según el Ministerio del Interior podían votar desde el extranjero, sólo lo hizo un muy escaso porcentaje del 4,72 por ciento; la curva sigue en descenso, y eso en unos comicios cuya participación fue destacada como alta.

Según los datos provisionales del escrutinio al 100 % de la noche electoral del 20D, la participación fue del 73,2 por ciento, gracias al compromiso de 25.350.447 electores que acudieron a las urnas y que dejaron la abstención en un 26,8 por ciento.

Pues no. Faltaban los votantes del extranjero, esos 1.880.064 electores, de los cuales solo votaron 88.739, algunos más de los que lo habían hecho cuatro años antes, pero con un censo más abultado, de manera que el porcentaje final de voto CERA descendió al 4,72.

Casi un 70% el 20D

Así que con estos datos la participación real en las últimas elecciones generales no llegó por poco al 70 por ciento (69,6 por ciento) y la abstención fue del 30,4 por ciento. En 2011 se registró una abstención del 31,06 por ciento; en 2008, del 26,15 por ciento; en 2004 fue del 24,34 por ciento, y en 2000, del 31,29 por ciento.

Entidades como Marea Granate, un foro de apoyo a los emigrantes españoles, se han quejado reiteradamente por la implantación del voto rogado, al que atribuyen el daño causado en la participación.

Entre tanto, y de cara a las elecciones del 26 de junio -por cierto, con un censo CERA de 1.927.032 potenciales votantes- los partidos calculan los efectos positivos o negativos que para cada uno pueda tener una mayor abstención, algo que pueden anticipar atendiendo al lógico cansancio derivado en el electorado por una repetición de los comicios.

No ayudan mucho a predecir el comportamiento que tendrá la abstención las encuestas preelectorales; en la última del CIS, un 11 por ciento afirmó que no piensa ir a votar, el 14,7 por ciento se acogió al "no sabe", y el 7,3 al "no contesta" cuando le pidieron que dijera a quién votaría.

En el muestreo preelectoral que el mismo instituto demoscópico hizo antes del 20D, un 8 por ciento anticipó que se abstendría; al final, gracias al impacto negativo del voto exterior en la participación, la abstención real llegó al 30,4 por ciento.

Habrá que ver en qué se traduce ese 11 por ciento de abstención anotado en el último CIS, y si se cumplen los temores a un menor número de papeletas en las urnas que hace seis meses.

Una pista a favor de una alta participación la daría el hecho de que más de un millón de personas han solicitado votar por correo, frente a las 780.000 que lo hicieron el 20D. Aún así, lo que está claro es que el voto rogado no ayudará mucho a subir el índice de participación.