­Las promesas electorales son parte fundamental de esa maquinaria engrasada y tan bien ensayada que forma parte de todo proceso electoral que se precie. Como un juego divertido de lanzar a la diana en el que en ocasiones hasta se llega a menospreciar la inteligencia del votante medio. La buena fe y la capacidad extrema para el olvido son dos componentes esenciales para aferrarse todavía a los programas electorales que plantean las diferentes formaciones políticas para estas elecciones generales. La esperanza, también en política, es lo último que se pierde y todos los partidos volvieron de nuevo a la carga olvidando, quizás, que la falta de acuerdo mantiene bloqueado inversiones por valor de 4.000 millones en la provincia de Málaga como el tren litoral, la regeneración de los Baños del Carmen, el acceso norte al aeropuerto, el tren del puerto o la biblioteca de San Agustín.

La campaña empezó como siempre. Los partidos esbozando sus programas electorales y el ciudadano, embotado ya de un ciclo eterno de elecciones, encogiéndose de hombros y luchando por suprimir la sonrisa. Sale a relucir de nuevo el Corredor ferroviario de la Costa del Sol. Todos los partidos aseguran saber cómo se crea el mayor número de puestos de trabajo y apuntan a Málaga como una de las provincias con mayor potencial a nivel nacional. Entre la batería de eternas promesas electorales también sale a relucir de nuevo la puesta en marcha del Centro Penitenciario de Archidona. ¿Eso no se dijo ya en 2015?

Aun así, las campañas electorales son el caldo de cultivo para las verdades simples y todos los partidos han apostado, también en esta ocasión, por una serie de propuestas y promesas electorales concretas que están enfocadas de manera especial hacia la provincia de Málaga. La irrupción de Ciudadanos y Unidos Podemos complementan la ya de por sí larga ristra de promesas que han preparado para el 26J. Los partidos cuentan todos con unos programas provincializados para Málaga e, independientemente del color político, coinciden en muchos puntos. Aunque es de suponer que no se han puesto de acuerdo, sobre todo en materia de infraestructuras, las propuestas en común se repiten. Aeropuerto, ampliación de carriles ferroviarios o mejorar la conexión del puerto con los medios terrestres integran esa lista de acciones que pretenden mejorar de forma decidida el desarrollo de la provincia. Si hay una apuesta estrella que reluce por encima de todas las demás, es la promesa del Corredor ferroviario de la Costa del Sol al que todos han vuelto a hacer alusión de nuevo. Incluso el presidente del Gobierno en funciones, Mariano Rajoy, hizo referencia a la culminación de este proyecto eterno durante su comparecencia en el acto central del PP que encabezó en Madrid. Hasta el punto de que todas las formaciones llevan en su programa este antiguo anhelo para la provincia que, por otra parte, se ha convertido en todo un clásico dentro de los programas electorales. Como esa eterna promesa sistemáticamente incumplida que viene a ratificar la tibieza de los programas electorales.

Este corredor está llamado a conectar la línea que finaliza en Fuengirola con Algeciras, lo que permitiría comunicar por ferrocarril a Mijas, Marbella y Estepona, cuyos habitantes no disponen a día de hoy de este medio de comunicación. El PSOE vuelve a detallar incluso cómo hacerlo realidad y propone que sea a través de la colaboración público-privada. Pero más allá de un amplio vademécum de propuestas, la duda que asalta el sentido común es la siguiente: ¿se creen los políticos sus propias promesas? Esa es una de las preguntas que se hace el ciudadano de calle cada vez que los partidos adaptan en campaña esa forma despreocupada de vivir en la que todo parece posible. Donde antes había restricciones, éstas desaparecen en los programas electorales y la austeridad se hace a un lado. El efecto de aprendizaje se muestra drástico para evidenciar, que en política, la relativización del lenguaje forma parte de esa larga lista de errores estratégicos que se pueden cometer a lo largo de una campaña electoral. El político está obligado a moverse entre promesas concretas, y si puede ser, que sean entendidas por todo el mundo. Todavía no se recuerda quien haya salido en campaña con el mensaje de «esto no se puede hacer». La sinceridad, en este caso, se convierte en una amplia superficie de ataque que le permite al rival hablar de una supuesta falta de ideas.

Lo que ocurre después de las elecciones responde a una especie de giro en la voluntad que hace que muchas de las promesas que se anunciaban con grandilocuencia pasen al olvido.