En pleno Centro Histórico, cuando todas las plazas retumban con los ritmos del flamenco, los verdiales y toda suerte de estilos musicales, hay un rincón de la ciudad que cada año se rinde a los pies de aquellos que apenas levantan dos palmos del suelo.

Se trata de la Feria Mágica, ubicada en la calle Alcazabilla, donde el paseo de Caballos y Enganches del Real se metamorfosea en una calzada llena de ruedines y carritos de bebé que arranca con un pasacalles y se mantiene en hora punta desde las 12.00 hasta las 15.30 horas.

Flanqueando el tránsito familiar se erigen unas carpas decoradas con imágenes de historias conocidas por todos: Caperucita Roja, Blancanieves, Hansel y Gretel... grandes clásicos de los hermanos Grimm que este año conforman el leitmotiv de todos los teatros, cuentacuentos, títeres y espectáculos de magia que se desarrollarán hasta el próximo sábado. En total, unas 24 actuaciones diarias dedicadas al «público más difícil».

Así lo cree Alberto Díaz, coordinador de la Feria Mágica e integrante de la compañía Diamante y Rubí. «Al público adulto si no lo gusta una función te da dos aplausos de compromiso, se va y no vuelve. Un niño, como no le guste, te lo dice. Es el más difícil y a la vez el más agradecido», cuenta este actor con más de 45 años dedicados al espectáculo infantil a lo largo de su vida. Coincide Miguel Ángel Martín, de la firma malagueña Acuario Teatro, con respecto a la complejidad de hacer reír a un niño, pero añade un ingrediente: la honestidad. «Ellos son muy de verdad, muy auténticos. Cuando tú te lo pasas bien y disfrutas con lo que estás haciendo, ellos lo van a asimilar y se lo pasan bien contigo. ¡Y tus errores también te los perdonan!» sostiene el artista.

Cuando la melodía de una carpa infantil inicia el crescendo, los progenitores amarran bien la multitud de mochilas, bolsos, tambores de plástico, minivestidos de flamenca que pican con el calor y demás objetos que cuelgan del carrito donde, a veces, le apetece sentarse a su retoño y buscan un buen sitio a la sombra donde disfrutar de la función.

Se hace el silencio a duras penas y aparece una muy moderna Caperucita Rock-Ja que vencerá al lobo feroz con la intrépida ayuda de un asistente de unos cinco años. Los niños aplauden entusiasmados y abuchean al lobo derrotado, que sale haciendo mutis por el foro. Los padres hacen fotos a diestro y siniestro. «Esta parte de atracciones, de stands para niños es todo un reclamo para ellos y es una alegría que puedan disfrutarlos» cuenta un malagueño residente en Jerez de la Frontera desde hace años. «Volver a Málaga siempre es un placer, especialmente cuando ya traigo a mi niña».

Los cacharritos, los gofres y el algodón de azúcar siguen siendo la prioridad número uno para los niños de padres feriantes, aunque el entorno del Teatro Romano se viene convirtiendo desde hace años en el oasis familiar de quien todavía anhela dar un buen paseo por la calle Larios, bailotear en la Constitución y picar algo al son de una charanga, aunque ahora la descendencia acompañe correteando medio metro por delante.