En la cansina dicotomía de las dos frases más estomagantes del audiovisual, «El cine es más grande que la vida» y «La realidad supera a la ficción», Alejo Flah prefiere irse por la tangente: «La ficción compensa la realidad», dice. Así, Sexo fácil, películas tristes parte de un concepto saludable, estimulante: en la película, el escritor aprende de lo que escribe -un guión de encargo, que sólo entiende como un producto alimenticio que va a llenar de clichés- para terminar insuflándole ilusión a su propia vida y salir de su marasmo emocional. Contado de esta manera, apetece, y bastante; contado del modo en que lo hace Flah, la cosa es bien distinta.

La ficción es una mentira relatada de tal manera que al espectador le termina importando; esa manera, ese know how, es lo que precisamente hace que clichés andantes como los que escribe Richard Curtis terminen involucrando íntimamente a millones de personas. Personalmente, no soporto las películas escritas o dirigidas por este hombre -repletas de golpes bajos al estómago de la emoción- pero hasta un hater como yo le reconoce que en sus últimos esfuerzos, como About time, busca ciertas vueltas de tuerca a fórmulas reconocibles. Alejo Flah pretende también una reinvención de la escaleta romántica -en su caso, desde lo meta- para, como en el caso del británico, llegar a los lugares de siempre -reinvención, no revolución-. El problema es que el argentino se muestra demasiado pudoroso con las emociones, no es precisamente perspicaz en su observación de los comportamientos humanos -para llegar a conclusiones tan agudas como que las relaciones de pareja son complicadas así, sin más...- y le falta ingenio en la presentación de los asuntos y cuerpo en los personajes -todos, no sólo los del guión que escribe el protagonista: al final, todos son clichés escritos por Flah como escritor del escritor de personajes-. Así, la película se pierde en la anemia y la sosería, y se queda en una mentira que realmente no le importa jamás al espectador. En un cliché.