Y más aplausos sonoros y aparentemente sinceros tras la entrada de los créditos de A cambio de nada. Éstos me resultaron más lógicos que los recibidos por Techo y comida, porque el debut como realizador de largometrajes del intérprete Daniel Guzmán es lo más parecido a una película con ojo, bocas y corazón de esta Sección Oficial paupérrima en planteamientos y resultados que estamos padeciendo esta temporada. Su filme es agradable, suena a honesto y vivido y se beneficia de un tono sencillo, sin aspavientos ni ganas de complicarse la historia. Si eso, espectador, es su idea de una buena película, adelante.

Lo que resulta innegable es que Guzmán sabe utilizar con habilidad los resortes del costumbrismo y articular un relato que sabe empatizar con el espectador a golpe de amabilidad agridulce. Sin forzar demasiado las cosas -aunque le pierde cierto pintoresquismo por momentos, como la escena del cumpleaños, y alguna insistencia en un par de escenas con humor- ni caer en lo pedestre, A cambio de nada es un pequeño relato que sabe esquivar las trampas a las que podría llegar por su sinopsis. Porque aquí hay más de los tonos ligeros de la picaresca -de alguna manera, la cinta es una especie de actualización de El Lazarillo de Tormes- que de esa crónica henchida de importancia social que realizó Fernando León de Aranoa en la difícilmente soportable Barrio.

Guzmán es un testigo humano y comprensivo de los personajes y sus peripecias, sabe acercarse y distanciarse cuando las situaciones así lo requieren y, sobre todo, invita al espectador a que le importe lo que a él le importa. Eso, y no otra cosa, es lo que distingue a un observador perspicaz y agudo, que sabe donde quiere mirar y lo relata de una manera elocuente y directa. Parece sencillo, pero no debe de serlo, habida cuenta de la cantidad de relatos impostados, ensimismados, de cartón piedra emocional que hemos sufrido en la competición malagueña hasta la fecha. Guzmán sabe lo que quiere contar y cómo hacerlo. Pero otra cosa es que lo que quiera contar sea realmente interesante, porque conviene aclarar que el espectador exigente, el que persiga cierta rotundidad en las formas y los fondos, no encontrará demasiado que escarbar en A cambio de nada, una película que se limita a lo agradable y a lo sencillo; adjetivos fácilmente rimables con Biznaga de Oro del Festival de Málaga.