Moncasi se acerca a la realidad cotidiana de un grupo de religiosas cubanas en un estupendo documental que también desvela el proceso de cambio en que vive la isla de un tiempo a esta parte.

­­Es curioso que ahora que se habla tanto de la apertura de Cuba (algo que también es uno de los pivotes conceptuales de su película), haya usted elegido hablar de las personas que más encerradas están. O quizás precisamente esa contraposición es lo que buscaba…

Para ser sincero, en un principio, esa contraposición no fue voluntaria. El documental partió de la idea de hablar de una isla dentro de la isla. Esa idea me fascinaba. Esas monjas aisladas y ajenas a lo que sucede fuera me parecía algo muy poderoso. En ese momento, hace 5 años, no era tan evidente el proceso de apertura y cambios que vive Cuba. Eso ha ido sucediendo y, en parte, ha ido dibujándonos el camino que debía seguir el documental. La evolución de las cosas en la isla nos ha marcado el camino a seguir.

No debió de ser fácil la preproducción de un proyecto como éste. ¿Cómo fue el proceso de ganarse la confianza y lograr que las monjas hablaran con naturalidad?

No ha sido sencillo. Las Hermanas tardaron cinco años en dar el visto bueno. Fueron cinco años de visitas, llamadas desde España, cartas...que fueron tejiendo una red de confianza que allanó el camino y luego fue muy importante para la grabación. El resto fue esperar hasta que un día la Priora nos llamó para decirnos que de forma unánime las 13 monjas habían decidido que podíamos grabar el documental.

¿Cómo conseguimos convencerlas? Les hicimos ver que era bueno que la gente supiera que la práctica totalidad de hostias de Cuba salían de ese convento. Además, vieron en el documental la posibilidad de llamar la atención sobre las jóvenes cubanas: el convento necesita novicias.

Ha sido testigo directo de los cambios que está viviendo la Cuba actual. ¿Vio muchas cosas, personas y hechos que darían para otros tantos documentales?

Por supuesto. Cuba en estos momentos es una fuente de historias para todo aquel al que le guste contar cosas. Es un lugar en ebullición, que vive cambios a todos los niveles y con gente que tiene una extraordinaria capacidad de comunicación... En definitiva, un chollo para cualquiera que tenga curiosidad por lo que pasa a su alrededor. Voy a ponerle dos ejemplos que salen en el documental. La madre María Teresa lleva más de 60 años en un convento al que entró 14 años antes del triunfo de la Revolución. ¡Qué historia! ¿No le parece? O Yara, la madre de la monja Liset, y Maria Antonia, la abuela que reparte hostias, las dos han tenido una vida fascinante que puede servir para hablar de los últimos 60 años de Cuba. Y además, las dos seducían a la cámara cada vez que le dábamos al botón de REC.

Como experto documentalista, ¿se mantiene exclusivamente como testigo, busca sólo el testimonio desde la asepsia, o cree que parte de tu trabajo también incluye involucrarse personalmente?

A mí siempre que puedo me gusta mostrar e intento no juzgar. Eso es lo que hemos tratado hacer con el documental: mostrar, elaborar un retrato que le sirva a la gente para construir su punto de vista sobre las cosas. Por supuesto que cuando cuentas algo siempre tomas partido, porque ofreces una mirada que es resultado de una decisión, pero yo personalmente me siento más a gusto contando historias intentando no juzgar. Un millón de hostias podía perfectamente haber tomado muchos partidos. Pero honestamente me parece mucho más interesante que la gente tenga que hacer el esfuerzo de construir su opinión.

¿Le parece que docurealities sobre novicias tipo La llamada (se acaba de estrenar en Cuatro) trivializan una forma de vida y un camino elegido por estas mujeres?

Creo que hay que acercarse a esos programas como lo que son: un show televisivo hecho para entretener (y tener audiencia, claro). ¿O alguien que quiera ser monja no tiene una mejor opción que ir a un programa de tele a contarlo?