El sistema no son un puñado de seres invisibles y por tanto inalcanzables que diseñan unos grilletes más o menos discretos para las masas; en realidad, el sistema basa su fuerza en la conformidad ciega de cada persona de esa masa con el rol que le ha sido adjudicado, más o menos azarosamente, en la sociedad, en el hecho de que aceptemos ser personajes con una misión clara y unas instrucciones precisas. De eso habla con perspicacia 'El rey tuerto', sin duda, el mejor filme visto hasta el momento en la competición del Festival de Málaga, aunque no te des cuenta hasta que termina.

De hecho, al principio, el visionado puede resultar un tanto frustrante: la singular peripecia que pone en marcha la acción de esta pieza de cámara se apoya en un dibujo rápido de unos protagonistas que parecen más clichés que arquetipos; además, la contextualización de todo, la visión del estado de las cosas de nuestro país, de nuestro tiempo, resulta -insisto, en esa primera porción del metraje- esquemática, raquítica, como basada en la lectura apresurada de artículos de opinión mediocres y sin demasiado fundamento, de ésos que buscan desesperadamente el 'me gusta' del lector. Pero Crehuet lo trama todo con solidez y chispa, ayudado por un elenco interpretativo de primera -digámoslo ya: Miki Esparbé y Alain Hernández se van a llevar, ex aequo, la Biznaga al Mejor Actor, aunque para el que firma esto es una gloriosa Betsy Túrnez, cierto que con el personaje más goloso y hondo, la que se lleva la función de calle-, que hasta el espectador más recalcitrante y puntilloso -hola- se deja llevar con moderado gusto. Pero el humor y el lugar común van, poco a poco, quedando solapados por un tono diferente, más amargo, más extraño, más... no alegórico pero sí simbólico. Y sin perder esa escritura trabajada, con peso y ahora con más poso, pero de apariencia casual. Es en esa zona crepuscular donde 'El rey tuerto' muestra su verdadero poder, con un magnífico speech de Lidia, el personaje de Túrnez, que resume cual es el único manifiesto político y social con sentido: "Al final, todos lo único que queremos es ser felices".

Y entonces, con tanta inteligencia como sencillez, Crehuet introduce el consabido 'All the world's a stage' para interpelar a los espectadores como ejecutores de un rol -el suyo, el nuestro, el de observar- y, quién sabe, llamarles a que lo trasciendan y superen el cliché y el lugar común en que cómodamente todos y cada uno de nosotros nos hemos instalado. Por eso no molesta que en ningún momento 'El rey tuerto' trate de esconder su origen teatral: porque es una película que habla sobre cómo las personas debemos abandonar los personajes que nos han -o hemos- creado para nosotros mismos.