Empieza potente 'Acantilado': el suicidio colectivo de los miembros de una secta se muestra con una mirada extrañada, rara, inquietante de alguna manera. Helena Taberna manifiesta en esos primeros instantes una preocupación evidente por el empaque, componiendo planos con intención -a veces, quizás demasiado manifiesta- y acompañándolos de una música -con la garantía de Ángel Illarramendi- callada pero elocuente. La ilusión dura unos cuantos minutos, los que la película tarda en despeñarse como los seudoraelianos por los precipicios del aburrimiento y un guión premioso y lleno de oquedades.

Quizás las impresiones positivas por el comienzo del filme vinieran del hecho de que la película haya sido incluida en la Sección Oficial del Festival de Málaga pero fuera de concurso: sinceramente, que en Málaga se seleccione un filme para el apartado 'mayor' pero excluyéndolo de la competición -y no por motivos burocráticos, formales, como el que hubiera sido estrenado en algún certamen ignoto de nuestro país; quién sabe si a Taberna le horroriza el espíritu competitivo y pasa olímpicamente de la posibilidad de una Biznaga- no genera en uno las mejores expectativas del mundo.

Pero, al final, lo que atrae -moderadamente, ojo: no nos pongamos impresionables- es lo que termina asfixiando 'Acantilado'. Porque poco a poco uno se da cuenta de que a la directora parece interesarle más exprimir las posibilidades estéticas de las Canarias y dibujar a unos personajes distantes y poco empáticos -ya se sabe: si los protagonistas de los thrillers tienen cara de pasar de todo la cosa parece ser más importante- que desmadejar la trama con la tensión necesaria. No sé si la novela de Lucía Etxebarría en que se apoya el filme -no la he leído, no la leeré- es un hándicap o una ayuda, pero, desde luego, la intriga es cansina y lineal, todo sucede a golpe de descubrimientos en archivos y librerías; se trata de romper la monotonía y la grisura distribuyendo el relato en dos líneas temporales pero no es suficiente. La asepsia y la escasa sangre de todo desmotivan al más pintado. Y es raro porque Helena Taberna no es de las profesionales que ruedan por encargo -ella produce aquí- sino de las que levanta proyectos cuando encuentra algo que le interesa de verdad. Pero, cuando uno comprueba, en uno de los muchos vacíos del libreto de 'Acantilado', que en la conclusión de la película se pasa completamente de lo que le ocurre al personaje de Daniel Grao y sus dilemas íntimos, resulta complicado creer que a Taberna le interesara realmente lo que ha contado.