­«El director con un universo más personal del cine español». Con esta frase definió anoche Julián Villagrán a Santi Amodeo, que recibió el Premio Eloy de la Iglesia-La Opinión de Málaga rodeado de compañeros y amigos como Rafa Cobos, Joaquín Padró, Teresa Hurtado, Gervasio Iglesias, Mar Tarragona y Enrico Vecchi (que le cantó a gritos una hilarante canción en italiano), entre otros. El realizador de Astronautas, Cabeza de perro, ¿Quién mató a Bambi?, que en sus inicios formó pareja con Alberto Rodríguez (que disculpó su ausencia con un vídeo), confesó estar emocionado y agradecido por tantas muestras de cariño.

Este galardón viene a reconocerle como un realizador con una mirada singular. ¿Se considera una rara avis dentro de la cinematografía española?

No me siento así, pero parece que así me identifican. Siempre se habla de que mi cine tiene cierta peculiaridad, pero yo, la verdad, lo veo muy normal.

¿A qué cree entonces que se debe esta identificación?

No lo sé, la verdad... Creo que hago un cine bastante normal. Quizá por esa cierta estética pop que tienen mis películas... Pero no es algo que busque de manera premeditada. Me sale así.

¿De qué tipo de cine o de qué directores se considera hijo?

Soy muy ecléctico. Me gustan directores de todos los palos. Pero podemos decir que soy fruto de mi juventud, del cine indie de los noventa, que me influyó mucho: Spike Jones, Michel Gondry, Paul Thomas Anderson... Ese es el tipo de cine con el que crecí. Pero mi cine también tiene que ver con mis otros gustos: mis lecturas, soy lector de cómic, y la música que escucho.

¿Y sus referentes nacionales?

Me gustan muchos. No tengo un referente español concreto. Desde Almodóvar a Fernando León de Aranoa o el primer Medem, Alberto Rodríguez.... Y de los clásicos, soy muy buñuelista. Me gusta mucho Buñuel, pero creo que como a todo el mundo que empieza a descubrir el cine descubre a Buñuel y Berlanga, que siempre te influyen.

Se dice que en la juventud nuestros ideales políticos son más aventurados y que con la edad uno se vuelve más conservador. ¿Pasa también en el cine? ¿Se pierde con los años el descaro de los inicios?

El proceso del cine, por lo menos en mi caso, es que cuando entras lo haces desde los márgenes. Haces un cine de bajo presupuesto y sobre el que tienes más capacidad de riesgo. Conforme avanzas, quieres hacer un cine que vea más gente y con más músculo. Y quizá eso limita la capacidad de riesgo. Pero en mi caso es un cosa puntual. Por ejemplo, mi última película, ¿Quién mató a Bambi?, fue un proyecto de encargo con una vocación comercial muy grande. Pero la nueva, Yo, mi mujer y mi mujer muerta, aun buscando ser comercial, tendrá ese toque extravagante de mi cine.

Por cierto, tiene ya fecha el inicio del rodaje de Yo, mi mujer y mi mujer muerta.

Todavía no. Estamos en una fase previa de preproducción. Hay que terminar de cerrar todos los cabos que quedan. Y hasta que no estén cerrados, pues la verdad que es mejor no aventurarse. El cine es una cosa muy inestable y lo que se iba a rodar mañana lo mismo se rueda dentro de cuatro años. Por eso voy con pies de plomo.

Y tanto, porque empezó siendo una coproducción británica, rodada en ingles, y ya no lo es.

Era una de las posibilidades que se barajaba, pero levantar la coproducción nos estaba retrasando mucho. Pero eso he decidido hacerla aquí en el España y en español.

¿No le dan ganas a veces de tirarlo todo por la borda ante las infinitas trabas que surgen a la hora de levantar un proyecto?

Cuando quieres hacer cine con un determinado presupuesto, con cierto peso, hay que atar muchos cabos. Siempre cuesta. A mí ya se me han caído un par de proyectos, pero eso le pasa a todos los directores. Es cierto que el cine tiene un punto de atasco que requiere de tres o cuatro años para levantar una película. Pero es mucho dinero y hay que atar muchos cabos.

¿Cómo cree que se aliviarían esos atascos?

Desde luego, una buenas ventajas fiscales vendrían muy bien. Pero el principal problema es que estamos compitiendo con países que tienen unas ayudas al cine que multiplican por diez las nuestras. Por ejemplo, este año en Italia van a invertir en el cine 400 millones, mientras que aquí son sobre 40. Nuestro problema es con quién competimos. Si hoy haces una película con un millón de euros, es que ni la estrenas. Cada vez hay que hacer películas más caras y aquí las fuentes de financiación siguen siendo las mismas: la televisión; parte de las ayudas del Ministerio de Cultura y poco más. Porque la taquilla casi no se puede contar con ella. Nuestro entorno cada vez invierte más en el cine, porque consideran un vehículo perfecto de promoción de sus países, y nosotros cada vez invertimos menos.

¿No cree que las nuevas ventanas de exhibición online pueden dar lugar a una guerra de guerrillas en el que las grandes producciones y las películas pequeñas luchen cuerpo a cuerpo?

Ésa es una salida que ha estado muy idealizada en el tiempo y que ya es una realidad. Pero cara a la financiación, estas ventanas no aportan a penas ingresos. O éstos no son para nada relevantes. No creo que las plataformas por sí mismas vayan a convertirse en una pata de la financiación de las películas. Al menos a corto plazo.

¿De qué película se siente más orgulloso? ¿A cuál de ellas le tiene más cariño?

Cada una me ha aportado algo diferente. El factor Pilgrim fue una aventura de amigos y lo pasamos genial. Astronautas tuvo una repercusión muy potente. Con ella fue la primera vez que viví algo parecido al éxito y me recorrí medio mundo acudiendo a festivales. Las críticas fueron maravillosas. Cabeza de perro también consiguió otras cosas: ganó un premio en el festival de Shangay, siendo la primera película española en ganarlo. Y también le acompañaron las cifras de taquilla. Y ¿Quién mató a Bambi? fue un éxito de taquilla. Cada película me ha dado satisfacciones en algún aspecto. No soy objetivo con ninguna. A todas les tengo mucho cariño.