­Si algo tienen en común directores tan dispares como Imanol Uribe, Bigas Luna, Álex de la Iglesia, Ramón Salazar o Vicente Aranda es haber puesto en manos de la montadora Teresa Font muchas de sus películas, entre ellas Días contados, El Lute, La pasión turca, Jamón Jamón, El día de la bestia, Juana la loca o Piedras. Font recibió ayer el Premio Ricardo Franco -director con el que también trabajó en Berlín Blues-, que se otorga en colaboración con la Academia de las Artes y las Ciencias Cinematográficas de España.

¿Estar a solas con el máximo responsable de una película debe ser un momento intenso para ambos?

Es un momento muy especial. Los directores en la sala de montaje sienten una desposesión temporal de su película. Cuando el montador empieza a trabajar, sobre todo antes, cuando se trabajaba en 35mm y teníamos que cortar el copión, era muy normal que a los directores les causara miedo. A mí me lo daría. Imagina que una persona que eres tú, el director, que es quien más sabe de la película, llega y empieza a tomar decisiones sobre tu material. Yo tengo siempre esto muy claro. Una película no es más que la mirada de un director.

¿Se viven situaciones tensas?

A mí nunca me ha pasado. Porque los montadores tenemos que ser muy conscientes de nuestra posición. Nosotros no inventamos el material. Somos de los pocos oficios en los que el material ya nos viene hecho. Trabajamos a partir de un material que se ha rodado. Lo que no quiere decir que no sea un trabajo de una enorme responsabilidad.

Responsabilidad y creación...

Creo que sí. Y por eso me gusta mucho este premio, porque creo que tenemos poco reconocimiento dentro de las otras profesiones del cine. Y porque hubo una época en la que sólo se nos consideraba como técnicos. Ahora este oficio tiene un poco más de reconocimiento. Ten en cuenta que trabajamos con un material que en su mayoría acaba en la papelera de la sala de montaje. Cada montador aporta una percepción distinta al montaje.

Hay compañeros suyos que sostienen que una sala de montaje no es Lourdes, que no se pueden esperar milagros, aunque usted cree que sí.

Creo que la clave está en no darnos por vencidos. Nunca me he encontrado un material inmontable. Y eso que he tenido casos de películas en las que se suponía que lo eran. Pero hay que sentarse ahí y no levantarse. Montar no es cortar y pegar, como si fueras a la modista. Hay que escuchar el material, porque al final siempre se encuentra una vía. A veces es una cuestión de resistencia física. Me gusta mucho el montador de Spielberg, Michael Kahn, que dice que le excita tener mucho material por montar porque sabe que necesita sentarse y echar horas y horas. Siempre hay un momento en el que el material te habla. Esas secuencias que parecen que no tienen solución, porque no se han rodado bien o no se ha rodado todo el material que se quería rodar, suelen ser después las mejores de la película. Y lo son porque has puesto el foco en ellas. Y ésa es nuestra función. Trabajamos con material rodado pero tenemos que saber verlo, leerlo e interpretarlo.

¿Y no le pasa que de tanto ver escenas acaba odiando el filme?

Para nada. Lo que sí pasa durante el proceso es que hay un momento que no sabes ver. Aconsejo que cuando se trabaje mucho con una escena, se pare y se aparque para verla otro día. Durante el proceso vas cortando y corrigiendo una y otra vez. Y cuando llega el momento en el que ves la película sin reconocerte en los cortes, es que ya está bien.

Lo que es evidente es que en la sala de montaje, el director no puede mentir.

Nosotros nos movemos en lo que el director cree haber rodado, que es lo que está en el guión, y lo que realmente ha rodado. Opino que tenga las carencias que tenga el material rodado, si el director rueda con una intención y una visión, esa visión tiene que emerger en la sala de montaje. A veces no me importa que una película esté mejor o peor rodada. Disfruto cuando veo que hay una intención del director. Lo que importa es que tenga las ideas claras. Que sepa la película que quiere sin importarle las carencias técnicas. Siempre pongo el famoso caso de Jamón, jamón: Bigas Luna estaba preocupadísimo porque tenía una escena que no se pudo rodar porque llovía. Y tenía otra que no tenía suficiente luz; otra que necesitaba tres días para rodarla y le dieron uno€ Y luego las juntábamos y cambiábamos de orden y al final quedó muy bien. Me gustó mucho eso que dijo David Pinillos, que los montadores somos el segundo director y el tercer guionista.

¿No es un poco desquiciante pasar de una película de Uribe, a otra de Vicente Aranda y luego a una de Álex de la Iglesia?

Nuca he querido montar dos películas al mismo tiempo, algo que sí hacen otros compañeros. La verdad es que no entiendo cómo pueden pasar mentalmente de una película a la otra. Cuando uno monta una película, se impregna tanto del estilo que emana que cuando pasas a otra, si te despistas un poco, comienzas a montarla igual que la anterior.

¿Cómo ve el futuro de la profesión en el cine y la televisión?

Las series norteamericanas están haciendo cosas muy innovadoras. Si algo tengo que aprender de cómo se están haciendo ahora las cosas, está todo ahí. Las formas de resolver planos son magníficas. Me dan envidia. Lo que ocurre en las series españolas es que formalmente son más estándar. En el cine, en cambio, hay de todo. Hubo unos años en los que se producía un cine medio de mucha calidad. Ahora hemos llegado a un punto en el que tenemos películas con mucha producción detrás, que suelen ser las apoyadas por las cadenas de televisión, pero luego observo cómo la película media ha bajado un peldaño.

¿Cómo ha cambiado la tecnología su oficio?

Ahora se ha perdido el miedo a montar. Es normal. Porque con lo digital el material no se pierde. Antes, había que cortar y descartar para siempre. Por eso ahora se ejecuta más rápido porque siempre puedes volver atrás, pero no se piensa ni se teoriza tanto sobre el material.