La falta de autoexigencia y espíritu crítico llevó hace tiempo al cine español de clase media-baja, el que ocupa el grueso de la Sección Oficial del Festival de Málaga, a un callejón sin salida. Instalado en la queja permanente -la piratería y la competencia desleal del cine yanqui son sus supuestos dos males; y tecleo supuestos porque: primero, me temo que si supiéramos las cifras de descargas ilegales, de por ejemplo, Cómo sobrevivir a una despedida dejaríamos de utilizarlas para justificar su fracaso; segundo, no creo que hoy alguien en el cine dude entre ver Capitán América Civil War o Quatretondeta- y el solipsismo más absoluto, lo cierto es que no propone nada especialmente reseñable ni desde lo artístico ni desde lo comercial. Después del desastre de la competición del 2015, paupérrima y plegada a los intereses de productoras y distribuidoras que utilizan Málaga en muchas ocasiones para tratar de vender lo invendible, no era muy difícil que la cosecha del 2016 fuera mejor. Así ha resultado finalmente, aunque no saquen los cohetes todavía. Sin filmes ridículos o lamentables pero tampoco importantes, el tono general es pequeño y mediocre; de esta manera, el Festival, sí, se convierte en el espejo que revela los grandes males del cine al que se dedica: su literalidad, su incapacidad para trascender sus sinopsis, y sus dificultades para encontrar al espectador sin golpes bajos ni clichés -lo cierto es que al menos ahora lo busca porque antes parecía que hacer cine para ser visto era como de cutres: ¡por algo se empieza!-....

¿Qué cine español tenemos, si nos limitamos a Málaga? Uno que busca interiorizar referentes ajenos pero que es un quiero y no puedo (Toro), desesperado por perseguir al público aun facturando relatos falsos y repletos de lugares comunes (Rumbos), producciones ambiciosas y sin prejuicios que aprueban en lo técnico pero que fallan en el entertainment (Gernika), desastres indies que demuestran que el camino al infierno está hecho de crowdfundings (Julie), cosas televisivas que no van a ningún lado (El futuro ya no es lo que era), ejercicios ombliguistas y caprichosos (La noche que mi madre mató a mi padre), propuestas de un seudocine de autor más convencional de lo que parece (La próxima piel) y ganas de ser diferente antes de siquiera ser algo consistente (Cerca de tu casa). Afortunadamente, también es un cine que aporta momentos valiosos (Zoe), que sabe moverse en la corrección sin aspavientos (La punta del iceberg), que es perspicaz en sus análisis de las cosas (El rey tuerto) y que ofrece anomalías imperfectísimas pero sugerentes (Callback y Quatretondeta). Aún así, escaso bagaje. Todo, a falta de que veamos Nuestros amantes, la película de clausura, inexplicablemente a concurso -no podrá ganar el Premio del Público: el palmarés se anuncia hoy al mediodía, horas antes de su proyección oficial- pero si han visto su cartel se habrán dado cuenta de que no será un tsunami cinematográfico.

Mientras tanto, el respeto de competiciones y apartados (ZonaZine, Territorio Latinoamericano y Documentales) están comiéndole el terreno a la Sección Oficial año tras año a golpe de propuestas, en general, interesantes. A las claras, las mejores películas del Festival -para el que suscribe, Esa sensación, Socotra. La isla de los genios, El perdido y El legado; me han comentado cosas estupendas de La pols- pertenecen a su off y en estos tiempos en que lo supuestamente alternativo ya no es sinónimo de marginal, que algunas de estas películas hayan recibido más atención de la prensa nacional que desesperados aspirantes a la taquilla tipo Rumbos debe hacer reflexionar a cineastas y programadores.

Ha sido el último Festival de Málaga Cine Español. El año que viene, el certamen, aprovechando que celebra su vigésimo aniversario, dará un cambio de rumbo, creo que necesario: pasará a ser un festival de cine en español; es decir, que la Sección Oficial, la competición mayor, podrá acoger películas latinoamericanas sin necesidad de que éstas sean coproducciones con nuestro país. Independientemente de las consideraciones sobre la idoneidad autonómica del formato -recordemos que lo latino es un terreno que lleva explotando el Festival de Huelva desde 1974: ¿contraprogramación o saludable convivencia en un espacio con espacio para todos?-, creo que podría ser un aldabonazo que necesita la comunidad cinematográfica de este país: cuando vean alzarse con una Biznaga a un realizador de un país que en la mayoría de los casos lo tiene mucho más difícil que él para hacer cine, ya no valdrán las quejas y los victimismos, o el esto es lo que hay. Si no hay autoexigencia, pues que haya competencia...