Todo el mundo que no ha visto Belle Epoque, una de las mejores películas de la filmografía nacional, tiende a pensar que retrata la propia etapa de entresiglos que indica su título. Y nada más lejos de la realidad. Trueba quiso entonces retratar un periodo de ilusiones disparadas, de esperanza juvenil, por tanto ingenua y pura, que iba desde el intento de alzamiento militar de Jaca hasta la proclamación de la propia II República (1930-1931). Ese sueño que luego tornó en pesadilla sangrienta.

La historia entonces rodada (curiosamente en Portugal para hacerla más barata) comienza con un suicidio y un asesinato y termina con un suicidio. Muchos vieron una parábola de España, incluso Trueba dijo que antes de esos hechos está el desierto y después el desierto. Y en más prosaico es un alegato a la poligamia y en general a la necesidad de soñar, de creer en un mundo mejor o más libre. Todo eso fue esquivamente homenajeado ayer, con la también excusa de promocionar un libro de Luis Alegre sobre aquel rodaje y la repercusión de la película, en medio de una ola de sabotaje despreciable al cine y a todo lo que sale por la boca de uno de los tres únicos directores oscarizados con DNI español, Don Fernando Trueba. Precisamente galardonado en Los Ángeles y con aquella mención al Dios Wilder tan peliaguda para marcar el comienzo de una nueva etapa dorada del cine español.

La cita para rendir pleitesía a uno de los mejores directores del cine patrio fue con la percha de La Película de Oro del Festival y la asistencia de más medios de lo habitual fue, tristemente, entre otras cosas, para ver si la polémica estiraba algo más. Por aquello de esas recientes declaraciones suyas en las que dijo que no se siente español.

En los prolegómenos incluso se rumoreaba que el también director de 'El sueño del mono loco' o 'Calle 54' podía no aceptar preguntas del público y de la prensa, algo inaudito en estos encuentros donde precisamente se celebra la cercanía del star system patrio (si eso existe) al público. Luego esto no ocurrió. A la prensa también nos preocupaba antes de la foto del reencuentro el morbo añadido de ver a Ariadna Gil junto a su excuñado y a su ex marido, David Trueba, hermano del director, que también asistió de público al mismo evento. Algo, como ven, también muy cinéfilo.

De fondo y a escasos metros de la nueva residencia familiar de Antonio Banderas, la cita fue en el Museo Picasso, pues también chafardeábamos del supuesto problema de corazón que podía impedirle al malagueño estar en su cita con los medios para recoger la Biznaga de Oro honorífica del mismo certamen. Y precisamente hablar probablemente sin problemas de ese proyecto que siempre saca a colación de rodar Málaga en llamas de Gamel Woolsey-Brenan, otra versión opuesta en la visión a los días ilusionantes que retrata Belle Epoque. Y ante la que nadie se rasgará nunca las vestiduras porque también es otra verdad histórica respetable.

Como era de esperar para no dejar la política al margen, en la primera pregunta abierta al público la interpelación fue sobre su opinión de España entonces y ahora, cuando no es menos cierto que Trueba ya en 1992 decía que el país «era un muermo» (en el año de la Expo y la Olimpiada) y que «asistiríamos a la muerte del cine español», algo que ya traslucía su desencanto de entonces y el de ahora cuando ha levantando tantas ampollas. Sin ser entonces crucificado.

Trueba, en un castellano muy audible, reiteró ayer: «No he cambiado de idea en absoluto». Y que lo único que ha hecho siempre es «pensar en voz alta», que no le gustan los nacionalismos y que desde niño ya le decía cosas a su madre como «mamá, yo voy a ser desertor». Tras ello hizo un alegato a la libertad de pensamiento, «que ya se institucionalizó con los griegos», ironizó, y al respeto a la diferencia de ideas. Algo que parece sigue sin conciliar a las dos españas y pringándolo todo.

Al margen de todo ello quedó en un segundo plano que aquella película quería destacar «la alegría de vivir en tiempos de crisis», tan actual y por ello tan oportuno, y que también unió a una familia que representaba a mucho del mejor cine español; Fernando Fernán Gómez, que fue emotivamente recordado por casi todos los presentes, Jorge Sanz, Miriam Díaz Aroca, Gabino Diego, Ariadna Gil o José Luis García Sánchez que apoyó el guión de Rafael Azcona se regocijaron de encontrarse ahora tras aquella película «en la que los rodajes no terminaban con la gente yéndose a sus casas sino continuándolos con largas tertulias».