Esta es una historia que hace bambolear la cámara, a veces, y las conciencias todo el rato. Con ese no estar en la tierra que te da el alcohol. Es el retrato indisimulado de un mexicano que quiere hacernos llegar la difícil adaptación social a la que quedan entregados los escasos herederos nativos de América, en este caso de la rica Norteamérica, del Canadá. No es menos oportuna su aparición en Málaga en el primer Festival en Español y con el trasfondo político que adorna la situación geopolítica mundial actual de miles de desplazados sirios en el entorno del Mediterráneo y del muro de racismo que quiere construir Donald Trump. Es un mexicano quien narra, repetimos.

En La balada del Oppenheimer Park, uno de los realizadores jóvenes más prometedores de México (con un premio Ariel ya a sus espaldas), Juan Manuel Sepulveda, se interna con una intención de simular un western en la complicada existencia de un grupo de descendientes de indios nativos canadienses que suelen poblar el parque de Oppenheimer en Vancouver para beber y cantar de vez en cuando en coro, recordando las viejas canciones a la tierra y la luna de sus ascendientes.

En conjunto es como una estampa ajada de lo que la humanidad ha hecho con esta raza. Matarlos sistemáticamente en el proceso de colonización, obligarlos a las costumbres occidentales o confinarlos a las reservas que ellos mismos han determinado que deben ser en las que vivan según sus costumbres. Es un fresco de denuncia de lo que nadie ya habla, de lo que fue y es el exterminio de un pueblo que ahora está invitado a vivir con una paga social, que acalla conciencias, pero sin opciones de readaptarse realmente más allá de las reservas en las que también viven limitados por las escasas prestaciones de todo tipo que reciben del estado. Es un documental que debe de escocer en los despachos de la aséptica y ultramoderna Canadá. Es el golpe de vuelta de un western diferente, el de la pequeña victoria de un grupo de indios que junto a su director jugaron durante varios días a romper las reglas de ley y orden que los vigilan muy de cerca. Y darle la vuelta a aquellas historias de colonizadores valientes. Un ejemplo de esta simbología de la provocación es la quema en pleno parque de una caravana recreada de las que usarían aquellos primeros vaqueros que se internaron en la salvaje tierra de Vancouver. Con celebración incluida.

Esa es la imagen con la que abre el documental y que es todo un acicate para los vecinos que ven con indiferencia cada día como estos pocos indios se van autodestruyendo a base de alcohol y de nostalgia, tirados en el suelo, a pocos metros de donde cunde la televisión de pago y la calefacción central. Es una historia que nadie quiere mirar y que ha ido a ser capturada por un mexicano precisamente, la nacionalidad que está puesta en tela de juicio por el nuevo Gobierno de los Estados Unidos, que habla de limpieza de sangre cuando aquí se visualiza un genocidio silenciado durante décadas de aquellos padres de la patria americana.

La película recogerá las impresiones del día a día de los moradores de este parque y sus condiciones particulares, sus cuitas, sus sueños rotos, su nihilismo en general. Sepúlveda consigue de esta manera presentarnos una verdad no revelada que estando a los ojos de todos es una presencia silenciada y marginal.

El relato tiene su originalidad en esa intención de ser ficción mientras no evita la extrema realidad. Como curiosidad también está que el realizador ejerce de hombre orquesta para la misma como guionista, director o productor. Un todo incluido determinado por las condiciones económicas que en ese momento vivía esta perla del cine mexicano que estaba becado en la ciudad.

La balada del Oppenheimer Park también ha visitado los festivales de Cartagena de Indias, Guadalajara o el prestigioso Cinéma du reél de París. El realizador mexicano Juan Manuel Sepúlveda ganó premios, por ejemplo, en dos de estas ediciones con La Frontera infinita y con su cortometraje Extraño Rumor de la tierra cuando se atraviesa un surco. Aquí en Málaga se apunta a la lucha por la Biznaga al Mejor Documental.