Algo que me disgusta de buena parte del cine español que veo es que, en demasiadas ocasiones, parece diseñar a sus personajes, soltarlos en un escenario y un contexto vital y dejarlos allí, que se desarrollen solos, casi autonómamente, discurriendo de aquí para allá sin un rumbo marcado. A ver, por supuesto que el director y el guionista tendrán bien prefijado el destino de sus criaturas (no creo que nadie empeñe varios años de su vida en levantar un proyecto personal, que deberá de costar migrañas y dinero propio, sin creer tener bien atado todo lo más posible) pero el espectador no lo siente así. Me ha ocurrido también con 'Formentera Lady', pero aquí no me ha disgustado sino frustrado, porque los minutos finales de la película, los que alcanzan verdadera temperatura emotiva, son más que meritorios.

Sí, soy consciente de que precisamente la cinta consiste en ese viaje interior, ese camino de la hibernación vital a la descongelación, sólo que, en mi opinión, el calor final calienta pero el frío anterior no ha helado, no ha calado. Y no hay trayecto si el origen, el destino y lo que les une se encuentran debidamente marcados y comunicados.

Hay momentos singulares y personales en la película de Pau Durá; al fin y al cabo, sería imposible que no los hubiera en un filme cuyo título se debe a una canción de King Crimson ("Won't climb any high thing while the sun shine", o sea, "No afrontaré grandes retos mientras brille el sol": el leit motiv del protagonista) y que en alguna que otra escena cita a próceres de la escena laietana. Como singular es Samuel, que incorpora un económico José Sacristán (cuenten con la Biznaga al Mejor Actor para él), un viejo hippy que demuestra cómo negarse a aceptar el paso del tiempo puede ser el mayor elemento de alienación del mundo. La irrupción de su hija y, con ella, su nieto en la isla geográfica en la que reside y en la interior en la que existe, marcan el comienzo de ese viaje hacia la desintoxicación de su adicción a los tiempos y personas pasadas.

Hace unos años vimos aquí, en la Sección Oficial del Festival, una cinta con un punto de partida similar ('Anochece en la India': ahí Juan Diego incorporaba a un otro viejo hippy que se resistía a aceptar la situación presente aunque de un modo más activo, menos abotargado que el del rol de Sacristán), pero el filme con el que 'Formentera Lady' guarda más concomitancas es con la olvidada pero no olvidable 'Como un relámpago', de Miguel Hermoso, la historia de un hijo que se encuentra con el padre que nunca conoció (curiosamente todo sucede también en una isla, aquí en Canarias) y que vive anclado en los recuerdos de su activismo sesentero.

La película de Pau Durá es mucho más de observación que la de Hermoso, también pausada pero apoyada casi íntegramente en diálogos (algo lógico, porque el hijo de 'Como un relámpago' es un adolescente en busca de respuestas y el nieto de 'Formentera Lady', un niño sin preguntas que formular), pero la mirada del realizador no es suficiente para compensar la ausencia de unas palabras y unos momentos más de emoción, de vida transcurriendo. El relámpago se queda en chispita. Y es una verdadera lástima porque, por ejemplo, esa imagen final de José Sacristán tocando el banjo en el parque, en plena reconciliación con el mundo exterior, con el mundo real, y el tiempo presente, lejos ya de la cárcel de la memoria, es de las que van de la retina al corazón directamente.