Hay tres películas sobre la Semana Santa y los tronos en general que me gustaría ver: una escrita por Azcona y dirigida por Berlanga (imposible ya: ambos están muertos), otra tipo Armand Ianucci que plantee el intríngulis de los pasilleos y los ciriazos que se darán en las cofradías en plan 'The Thick Of It' (altamente improbable) y, la tercera, así, a lo loco, una de Michael Bay o Roland Emmerich sobre el salto de la reja en Almonte (sueño húmedo que si fuera millonario ayudaría a hacer realidad, sin duda). Bien, pues 'Mi querida cofradía' no es ninguna de ellas. Pero no hablemos aquí de lo que yo querría que fuera, sino de lo que su directora, Marta Díaz, ha querido que fuese, que es lo verdaderamente importante.

Antes de nada: el pase de prensa con público de la película estuvo jalonado por notables risas del respetable (ojo, también algunos reputados cinéfilos que conozco se partieron en varios momentos, que yo los vi), hasta llegar a lo que yo llamo el bucle de la carcajada (sí, cuando ya la peña se ha reído tanto que empieza a hacerlo casi de cualquier cosa). Y eso está muy bien. Significa que 'Mi querida cofradía' se comunica con su público y que es eso que los anglos dan en llamar una crowdpleaser (vamos, si hasta sirvieron torrijas a los periodistas después de la rueda de prensa: ¿califica como chantaje?).

Pero como este espacio y estas letras son mías y solo mías, les diré que lo que ha hecho Marta Díaz, sabiéndolo o no (tanto da), es un piloto de una serie canónica de Antena 3: humor blanquísimo, que recurre a las tácticas y estrategemas del vodevil de toda la vida (aquí en su arista de ocultación de un cadáver, todo un subgénero cinematográfico), actores que hablan con gracejo seudoandaluz pero no demasiado para "no despistar al espectador" (Díaz dixit; yo no acabo de entender el argumento: la película empieza ya directamente con un plano de drone del Tajo de Ronda) y una puesta en escena que consiste básicamente en poner en frente de la cámara a los actores en plan marmolillo, todo plano y bidimensional como si quien estuviera detrás de la cámara fuera el que pintó las cuevas de Altamira.

Si a usted todo esto le importa un pepino, y le apetece una comedia con mucho del humor negro más blanco que puede existir (¿le llamamos humor Michael Jackson?) con un mensaje bienintencionado pero basado en "lo de siempre, en el cliché fruto del desconocimiento de una cofradía" (un notable cofrade me lo ha dixit ahora mismo), pues adelante. Y si se ríe, pues eso que se lleva. Yo seguiré a lo mío, que ni yo soy ni me siento superior por no entrar en este tipo de películas ni este tipo de películas son mejores ni superan mi criterio porque en el contexto de un festival amable, agradable y agradador, y en pases de prensa abiertos al público los espectadores se monden.