Cuando uno lleva dándole vueltas durante muchos años a una historia que quiere contar corre el peligro de enamorarse de ella y, de alguna manera, de quedar absorto, mecido por el dulce movimiento del solipsismo; y se pierden las aristas, la capacidad observadora y, sobre todo, la autocrítica. Los hermanos Alenda ya filmaron la historia de 'Sin Fin', con alguna que otra variación más o menos importante, hace cuatro años en un cortometraje ('Not the end'), y era lógico que quisieran adaptarla a la larga distancia: es una trama preciosa, basada en una singular visión del amor (el final tiene mucho más que ver con la generosidad, quizás la actitud más humana que pueda concebirse, que con el romance, que en la mayoría de los casos tiene mucho de egoísmo; y eso en un drama romántico como éste es de valientes) y que supone un ejercicio de ciencia ficción de corazón y piel: sí, todo es un viaje en el tiempo pero los problemas y las cuestiones a tratar son los del drama romántico.

¿Como 'About time', de Richard Curtis, aquella dramedia con saltos temporales con la que el tramposo guionista de 'Notting Hill' se ganó a la crítica? No. Los Alenda desechan la espectacularización sentimental y optan por el tono de otro Richard, Linklater, en su trilogía Hawke-Delpy (ya saben, las 'Antes de...': intimismo a tope, lo temporal como marco y jaula de los acontecimientos). Pero, entonces, ¿qué falla en 'Sin Fin'? Es difícil de decir, pero podría resumirlo así: se trata de una cuestión de falta de intensidad emotiva.

Los actores están absolutamente comprometidos con sus personajes (ya los encarnaron en el cortometraje, así que algo debe de atraerles poderosamente hacia esos roles) y ofrecen momentos de cierta temperatura sentimental (especialmente María León, una intérprete en contacto y dominio absoluto de sus recursos), pero no logran completar las oquedades del libreto demasiado magro: no basta con planos muy pegados a los cuerpos de los intérpretes para transmitir emoción, química y cercanía, ni crear pequeñas anécdotas para referirnos la antigua complicidad de una pareja que terminó distanciada, ni tampoco bandasonorizar absolutamente todas las escenas con una música que acaba siendo sintonía...

Sin diálogos de enjundia, sin parlamentos que nos acerquen al verdadero corazón de los personajes, asistimos a una historia de amor desde lejos, que no termina de implicarnos. Quizás a los directores les haya ocurrido lo mismo que a Javier con María: tan ensimismados estaban en sus asuntos, tan asumidos y diseñados los tenían, que terminaron perdiendo la visión nítida de la emoción, la vida que tenían justo a su lado. Y todo les ha quedado tibio.