De todos es de sobra conocido que existen zonas en el mundo donde se vive mejor que en otras. Algunos de estos lugares acaban siendo paraísos repletos de oportunidades, pero teñidos de la desventurada presencia de la intolerancia y la libertad. Si de algo puede presumir el cine cubano es de su capacidad regeneradora y concienzuda de mostrar el verdadero estado emocional de un país en sus distintas épocas. Gerardo Chijona dirige un filme de corte televisivo sobre tres generaciones de cubanos: la fundacional de la Revolución, la intermedia y la de los hijos del periodo especial en Alamar. El filme ronda de manera esforzada la presencia de la muerte en la sociedad cubana. Desde el asesino, hasta el que lo fue y la que los entierra. Una marcha fúnebre entorno a una gran familia de vecinos y amigos en busca de salir adelante.

Los buenos demonios pone de relieve el buen hacer del cine cubano, siempre crítico y repleto de personajes llenos de optimismo. Pero en esta ocasión la Cuba que vemos en pantalla es oscura y peligrosa. Resaltar el trabajo de su reparto, siempre a favor de obra, aunque ni siquiera eso la libra de un relato manido y desaprovechado de oportunidades. Tres generaciones de cubanos, un asesino en serie, un soldado que vive en la sombra y una violinista que se enamora de un joven también hijo de su mejor amiga. Esto que a priori podría parecer interesante no está en la obra. Otra oportunidad perdida.