¿El pasado nunca es como lo recordamos?

No. El pasado es un cierto malentendido. Por una cosa muy típica del ser humano, que es la tendencia a idealizarlo. Eso de pensar que antes todo era maravilloso. Olvidamos la parte mala de nosotros mismos. El otro día releía unos cuadernos de rodajes de una de mis primeras películas y encontré anotaciones sobre lo infernal que había sido. Y mi recuerdo era que había sido maravilloso.

La música vuelve a ser protagonista en esta película. ¿Su sueño ha sido siempre ser músico?

Sí, soy un músico frustrado. Es una de las cosas que me hubiera gustado hacer. El cine y la literatura me permiten acercarme a ello.

Asegura que la industria del cine español se mueve en tres únicos despachos...

Y uno de ellos acaba de pasar ahora a saludarme...

¿No cree que el público entiende muy bien que las discográficas fuerzan a los artistas a cambiar de estilo e incluso de nombre y que no se percibe así en el cine, aunque ocurre lo mismo?

Es curioso, pero tienes toda la razón. Sabemos cómo ponen a adelgazar a una cantante, le ponen vestidos cortos y la tratan de vender de forma sexy, pero no vemos eso en el cine.

Pero la cuestión es que ocurre.

Claro. Hay una obsesión por que las películas sean de un tipo. Que se puedan vender de una manera. Se sexifica todo. Lo veo claramente. Decido trabajar con estos actores [mira hacia donde están Lucía Jiménez y Fernando Ramallo] porque me doy cuenta de que llevan diez años sin rodar películas, aunque hayan hecho televisión. Hay una cierta crueldad. No se trata de una selección tan natural como nos hacen creer.

¿Su libertad creativa es su cárcel?

A veces sí. Soy una persona que ha tenido poca ambición en lo megalómano, en el éxito... Nunca he soñado con los Oscar o los Goya, pero sí he sido muy ambicioso en lo que considero que es mi parte, que es hacer lo que yo quiero y que mi obra me represente. Y eso a veces cuesta.

¿Qué ha hecho mal el cine español para que usted sea el realizador más veterano de la sección oficial?

Te diré que se está poniendo difícil para los mayores de sesenta años dirigir películas. Es una profesión muy cruel. Y lo que hemos hecho mal, pues seguramente lo que ha hecho el resto de la sociedad: una dictadura de lo juvenil, del exhibicionismo, del dinero y una pérdida de otros valores reivindicables pero que han desaparecido de la visualización. Cuando las películas comenzaron a hacer grandes recaudaciones los fines de semana se quitó espacio para otras cosas. Y el rendimiento en taquilla pasó a ser un valor reverenciado.

¿Pero esto no es contradictorio? ¿Está diciendo que el éxito de taquilla del cine daña al propio cine?

Es que el éxito no es el único baremo para medir una película. Una vez un amigo economista me preguntó que dónde estaba el problema en reconocer que las mejores películas son las que más recaudan. Y yo le dije que el problema básico es que cuando echas la mirada atrás, hacia los clásicos del cine, esas películas no fueron las que más recaudaron. Por eso tenemos que tener constantemente dobles o triples baremos para medir las cosas y no quedarnos con uno. Nosotros estamos orgullos de Bienvenido, Mister Marshall o El verdugo no por el éxito que tuvieron cuando se estrenaron sino por lo que representan a largo plazo. Porque si no acabaremos siendo una sociedad resultadista.

Y todo esto está acabando con la clase media del cine.

Eso también pasa. La llegada de las grandes empresas tecnológicas ha demostrado que los desarrollos tecnológicos no han traído más libertad sino más grandes monopolios. Han cogido el campo y han dicho: «Todo para mí». Antes no existían empresas tan grades como Google, Apple o Amazon. Y ahí hay un problema. Una apropiación de un terreno que debería ser más compartido. Porque es peligroso que todo esté en tan pocas manos. Por eso creo que el cine español va muy bien económicamente pero eso no evita que conlleve peligros. Habría que preguntarse por qué no hemos sido finalistas en los Oscar en los últimos quince años o no aparecemos en los grandes festivales de cine.